«Lo que para muchos es antiguo a mí me parece eterno», asegura Damien Chazelle. «No hay más que escuchar a una orquesta de 90 instrumentos tocando una pieza de jazz clásico o contemplar a Gene Kelly haciendo piruetas para saber que, igual que esas cosas han emocionado a la gente durante los últimos cien años, seguirán haciéndolo durante cien más».

La Academia de Hollywood, sin duda, está de acuerdo con Chazelle, y así lo demostraron el domingo otorgándole seis Oscar a su tercera película, La La Land, y a él convirtiéndolo, a los 32 años, en el cineasta más joven en ser coronado mejor director. También certifica el suyo como un ascenso veloz a la cima de Hollywood. «Pero no ha sido fácil y, además, no siento haber llegado a ningún lado», nos cuenta él. O mejor dicho nos contaba el pasado septiembre, antes de que el salón de su casa empezara a parecer la sala de trofeos del Camp Nou.

La historia de su triunfo empieza hace unos 12 años, en la Universidad de Harvard. Fue allí donde conoció a Justin Hurwitz. «Éramos compañeros de habitación, y empezamos a tocar juntos en un grupo», recuerda el director. «Pero pronto nos dimos cuenta de que teníamos más interés en el cine». Resultado de esa pasión compartida nació el proyecto de final de carrera de Chazelle, Guy and Madeline on a Park Bench, película musical en blanco y negro que contenía los mismos ingredientes inspirada en títulos como Los que han hecho que hoy el mundo entero hable de él.