Hace ya 12 años, en la Feria del Libro de Fráncfort, le pregunté a Antonio Sellerio, el editor siciliano de Andrea Camilleri, por el misterio de aquel director de dramáticos de la RAI que después de jubilarse se había convertido en el escritor más leído de Italia. Se había pasado toda la vida escribiendo, y ese ritmo de dos o tres libros al año se debía a que tenía decenas de originales acumulados a lo largo de su vida? O realmente escribía tan rápido? No escribe tan rápido. Escribe aún más rápido. Esos dos o tres libros son los que le podemos publicar, los que no, pasan a un cajón. Y cada año hay más libros en el cajón. Cuando muera, habrá libros de Camilleri para años.

ORIGINALES EN EL CAJÓN

Entonces Camilleri tenía 81 años, fumaba como un carretero y tosía como un minero en una solfatara, así que tampoco era tan descabellado pensar en su legado. Pero siguió escribiendo una década más. Ahora que ya no está, no sabemos cuánto quedará en el cajón: en los últimos años han hecho falta en España cinco editoriales (Salamandra, Edicions 62, Destino, Duomo y Bromera) para ir dando salida a la producción torrencial del siciliano; a las novelas del comisario Montalbano y los relatos situados en la historia siciliana se le unieron textos memorialísticos sobre su infancia, su descubrimiento de qué escondía el fascismo (cuando un jerarca la propinó un bofetón por no mostrar respeto debido al líder de las Juventudes hitlerianas) y la Mafia (aquel día que un oficial de las fuerzas de ocupación británicas le advirtió que se complicaba la vida retando a la gente equivocada), su carrera teatral, las mujeres de su vida, sus encuentros con grandes personalidades de la política italiana.

Y su ritmo de producción no podía seguir siendo el mismo. Hace tres años visité por segunda y última vez a Camilleri en su casa de Roma, junto a los estudios donde dirigía los Estudio 1 de la televisión italiana, acompañado de su exalumno de la escuela de arte dramático Antonio Mazzini. Entonces, ya prácticamente ciego, no escribía, dictaba. En casa le acompañaban su mujer, doña Rosa, y su imprescindible asistente, Valentina Alferj (para ir de su despacho al comedor ponía las dos manos sobre los hombros de Valentina y la seguía dando pasitos cortos; me costó horrores que durante la entrevista no apagase sus cigarrillos sobre el móvil que utilizaba para grabarla en lugar del cenicero). Dictaba sus libros después de dibujar mentalmente el relato como si fuese una sucesión de escenas teatrales y, sobre todo, diálogos. Se ceñía a una estructura fija de X folios por X capítulos que ya surgía espontáneamente.

En las novelas de Camilleri la Mafia, y su colusión con los poderes locales sicilianos y los grandes titiriteros de la política en Roma, tardó en aparecer de forma explícita. El escritor, alejado físicamente de Sicilia desde que empezó su carrera teatral, temía caer en la trampa de Mario Puzo, envolver de un aura de fascinación a los criminales. Pero la realidad se fue imponiendo, la del envejecimiento, en la figura de Montalbano, y la de la Mafia y la de la política basura en Italia, desde su odiado Berlusconi a su odiado Salvini. Parece que aún ha de llegar lo peor, y el viejo comunista siciliano ya no podrá quejarse.