Vemos la imagen de una octavilla anunciando el estreno en el cine Fuenseca de Córdoba de la película Algún día volveré (Flame of Barbary Coast) también conocida por Hogueras de Pasión. Los mensajes son sugerentes y seductores para recabar la atención de toda clase de público. Sabemos que este filme en blanco y negro fue producido en 1945 y en el que el protagonista principal, John Wayne, destacaba por su buen hacer en la interpretación, conocido ya por los espectadores cordobeses de los años treinta y cuarenta, quienes se volcaban ante tan magnífico galán en los variados cines de verano que proliferaban por los barrios más castizos de la ciudad de la Mezquita.

La instantánea del pasquín está en blanco y negro. Entonces, se me viene a la memoria la estupenda obra de Roland Barthes La Cámara Lúcida, llevando la imagen a ese punctum que está reproduciendo el momento único plasmado en la fotografía reproductora de cinematografía y en esa remembranza de las vidas que pudo conocer; un instante ya muy lejano a nuestro digitalizado siglo XXI; un tiempo que pudo darse en ese año de 1947, si la fecha manuscrita al margen izquierdo de la cabecera de dicha propaganda, «3-10-47», es la correcta.

Y reflexiono acerca de las emociones que estos impresos pudieron dar de mano en mano, de repartidor a espectador, de casa en casa o de bar en bar, a la entrada de los cines o en cualquier rincón de la ciudad, mostrando la difusión cinematográfica que por aquellos años era el boom y parte de la historia de la vida cordobesa que, a grandes bullas, habitaban por unas horas las terrazas de aquellos cines de verano de la ciudad en los meses del estío, únicos lugares habitables de la localidad donde se podía estar al fresquito.

Entonces, en esas calurosas noches cordobesas todo el mundo conocía quiénes eran Gary Cooper, Tyrone Power, Clark Gable, Rita Hayworth o Silvana Mangano, y redichos tal y como se escriben en su auténtico fonema. Y todos aquellos nuestros ancestros ya conocieron de la película La Diligencia de John Wayne, o de Gary Cooper en Solo ante el peligro o la mítica Murieron con las botas puestas sonriendo ante un galante Errol Flynn, y disfrutaban ante una erótica Rita Hayworth en Gilda, a pesar de la censura y cortes en los negativos.

Otro momento de la abultada proliferación de pasquines y carteles que llamaban al entretenimiento de las gentes lo vemos en un afiche del cine Zarco (actual cine Olimpia), en el que por medio de esa foto vintage coloreada, se anuncia la película Puño de Hierro (20 Mule Team, de 1940) y donde un avanzado Wallace Beery da paso a otro personaje muy popular de la época, el carismático Cantinflas.

Estos y otros muchísimos films, los del Oeste americano, indios y vaqueros, cine bíblico, producciones españolas con Lola Flores y Manolo Caracol, Estrellita Castro y Miguel Ligero, Antonio Molina o Imperio Argentina, Amparito Rivelles y Alfredo Mayo, o más recientes en nuestro tiempo como Marisol, el Dúo Dinámico o Pili y Mili, constituyeron la expectación de los cines de verano que abundaban en la parte antigua de Córdoba y no tan antigua.

Cines como el Florida, allende el Huerto Hundido, cine Iris, cine Ramos, cine Andalucía, Córdoba Cinema, Astoria, Ordóñez o el Terraza Magdalena, aquella Terraza Góngora, el Coliseo San Andrés, el cine de la plaza de toros el Coso de los Tejares, o los Zarco, Delicias, Fuenseca, Rinconcito, Benavente o Goya, Maxi y Macaji, Infantas… Todos estos y muchos otros más, siguiendo la película al compás de los salaíllos, pipas, gaseosas de bolilla, agua en una botella de gaseosa y con las sillas de anea, en las que abundaban cientos de chinches, circunstancia a la que la clase pobre de Córdoba y no tan pobre estaba más que acostumbrada.

Eran años de pobreza y de posguerra, de las primeras innovaciones, de compaginar el cine con la radio, algún periódico y corrillos de vecinos en los patios. Después, con el transcurrir del tiempo, la mayoría de aquellos espacios acabaron siendo bloques de pisos, cocheras, bancos o simplemente solares.

Aquellos instantes en los que se expandía la publicidad anunciante de películas nacionales o americanas quedaron grabados en la retina de nuestros mayores, provocando una gran fascinación. También emocionante para nosotros mismos, no tan jóvenes ya, que asistimos en aquellos años sesenta a muchísimas sesiones, recordando aquel tiempo en el que los pasquines pasaron mágicamente de mano en mano o se encontraban revoloteando por los suelos, y que los afiches asomaban por cualquier esquina de la ciudad. Un fugaz santiamén sin importancia en aquel momento, pero de una trascendencia sorprendente para nuestro actual mundo, donde las redes sociales lo abarcan todo y todo lo pueden.

Ahí quedan las imágenes grabadas en nuestra memoria, y haciendo honor a cuanto expresaba Barthes: «La cámara asevera esa milésima de segundo que perdura para siempre. Deja una huella indeleble para la historia y tiene algo de mágica nostalgia que hace parar el tiempo e indagar en todo aquello que en un instante fue». Unidas quedan imagen y cinematografía.