En realidad, el título original del tercer filme dirigido por el gran actor británico Ralph Fiennes sería El cuervo blanco (traducción literal del inglés), apodo que llevaba consigo el excelso bailarín ruso Rudolf Nureyev. El director de Coriolanus y La mujer invisible nos presenta una especie de biopic donde asistimos a la presentación en París de la Kirov Ballet Company, gracias a lo cual Rudolf podrá visitar la ciudad de sus sueños y disfrutar del arte como inspiración, siempre bajo una estrecha vigilancia. El guión que ha escrito el reputado dramaturgo y guionista norteamericano David Hare, basado en el libro de Julie Kavanagh, viaja constantemente al pasado para introducirnos en la infancia del protagonista, así como su evolución bajo los cuidados del que fuera su maestro de danza: Alexander Pushkin (papel que se reserva Fiennes).

El bailarín más grande de su tiempo, durante su estancia en la ciudad de la luz, vivirá en la encrucijada de un futuro de libertad o la vuelta a su tierra natal. Allí conocerá a la que fuese novia del hijo de André Malraux (escritor francés y, en ese momento, ministro de cultura), quien le prestará la ayuda necesaria para salvar su vida a cambio de nada.

Nureyev está encarnado en el bailarín ucraniano Oleg Ivenko, en ésta su primera incursión en la interpretación cinematográfica, de la que no sale malparado. La cinta se deja ver con facilidad y, desde luego, me parece de obligado visionado para quienes aspiren a ser algo en el mundo de la danza. Conocer a este fenómeno inigualable se me antoja fundamental para todos aquellos estudiantes de danza que posean cierta inquietud y curiosidad por la materia. Y para el público en general, toda una lección de exquisitez y buen gusto por el arte dancístico. Mientras la degustaba (en v.o.s.e.) recordé la película Noches de sol (1985), protagonizada por otro gran bailarín, Mikhail Baryshnikov, donde encontramos el mismo conflicto argumental. .