Confieso mi prejuicio a la hora de ir a ver esta película, pues si uno lee su resumen argumental y el título, acabará remitido al muy interesante film de Nicolas Winding protagonizado por Ryan Gosling (Drive, 2011), sin embargo esto es otra cosa. Esto es cine de entretenimiento muy bien hecho, que atrapa al espectador desde la primera imagen, con una banda sonora de lo más trabajado y con un montaje que invita a preguntarse qué fue primero, si la música o la planificación de cada secuencia. El aniñado protagonista, interpretado con impresionante desparpajo por Ansel Elgort y a quien se le ve futuro, permanentemente escucha canciones a través de auriculares, debido a un problema de acúfenos en sus oídos, herencia de un accidente automovilístico que sufrió en la infancia junto a sus padres, dejándolo huérfano. Buena excusa argumental que se saca de la manga el director, Edgar Wright, que también firma el guión, para que la música inunde la pantalla durante la totalidad del metraje. También figura en el reparto Kevin Spacey, como el cerebro de la banda de atracadores a la que pertenece el protagonista como diestro conductor, capaz de cualquier filigrana para evadir las persecuciones policiales, aunque un tanto receloso de continuar trabajando al otro lado de la ley, después de conocer a una camarera con quien sueña escapar a toda velocidad escuchando sus temas favoritos, entre los que se encuentra la voz de su madre. Pero quien va a entorpecer los planes del muchacho, metiendo la pata, es un colega en el último plan, el personaje que construye Jamie Foxx, quien lo hace realmente bien a la hora de modelar a su malo. Tampoco se queda atrás Jon Hamm.

Baby driver (título de una canción de Simon & Garfunkel) se ve con suma facilidad, está llamada a ser una de las películas de este verano, atrapa desde que arranca con la primera canción y no te deja respirar hasta que acaba. Y siempre, a todo ritmo.