El escritor cordobés Joaquín Pérez Azaústre acaba de sumar un nuevo reconocimiento a su trayectoria literaria con el Premio de Novela Albert Jovell gracias a Atocha 55, una obra que siempre ha estado «en mi cabeza y en mi corazón», dice el autor, y en la que se adentra en el trágico asesinato de los abogados de Atocha en 1977, un episodio terrorífico de la transición democrática española del que se ha escrito mucho y al que él le da su propio enfoque, ya que su objetivo ha sido centrarse en las víctimas, su labor y sus vidas personales. Después de tres años de trabajo, este galardón le dará la oportunidad de publicar la novela, que verá la luz después de Navidad.

-Acaba de conseguir un nuevo premio que añadir a su trayectoria. ¿Qué importancia le da a estos reconocimientos?

-A este premio le doy una gran importancia porque, para empezar, significa la publicación de la novela, a la que he dedicado un tiempo muy especial de mi vida, que han sido los últimos tres años. Y tanto el jurado como la editorial han sido muy cariñosos, les ha gustado mucho Atocha 55, y para mí es una gran motivación porque, además, esta novela siempre ha estado en mi cabeza y en mi corazón.

-En 'Atocha 55' se traslada a una época y hechos que usted no vivió. ¿Por qué llamó su atención ese tema?

-No recuerdo cuando fue la primera vez que escuché hablar de ese atentado, pero desde que era muy joven, cada vez que llegaba a mis manos algún artículo sobre este hecho o veía algún reportaje en la televisión, me sentía muy vinculado a esa historia. Quizá porque eran abogados jóvenes, porque era gente muy idealista, por las circunstancias terribles de su muerte o por el tipo de trabajo que hacían con el movimiento obrero y con los presos políticos al final de franquismo. Recuerdo una conversación con Pere Gimferrer en el 2004 en la que le conté este proyecto de novela, pero ha tenido que pasar tiempo para que yo me sintiera preparado para sentarme a escribirla.

-¿Lo ha hecho con alguna intención determinada?

-Por un lado, el atentado de Atocha tuvo una singularidad, que fue la de unificar el dolor. La manifestación de protesta en su entierro, ese silencio ensordecedor, unió a abogados de toda España. Tres importantes abogados cordobeses, Rafael Sarazá, Filomeno Aparicio y Joaquín Martínez Bjorkman, llegaron de madrugada a la estación de Atocha para asistir a esa manifestación. También llamó la atención la presencia del decano de los abogados, Antonio Pedrol Rius, un hombre vinculado al régimen franquista, pero que se comprometió a que el cortejo fúnebre saliera del Colegio de Abogados. Creo que, por primera vez, de una manera rotunda, se produjo un hecho terrorífico, pero unificó el dolor, que estaba por encima de las ideologías, aunque fue un golpe que se le daba a un partido muy específico, el PCE. Pero si lo que se esperaba era desestabilizar el proceso de transición a la democracia, lo que se consiguió fue una complicidad colectiva.

-¿Cómo se ha documentado?

He hablado mucho con Alejandro Ruiz Huertas Carbonell, el último sobreviviente del atentado, con Jaime Sartorius, que fue el abogado en el juicio, con José María Mohedano, muy amigo de una de las víctimas, con Cristina Almeida, Paca Sauquillo, Manuela Carmena, que trabajaba en el despacho del número 49. Y, además, he leído mucho sobre el tema. Pero la gran dificultad no ha sido la documentación, sino la escritura. Si escribir sobre personajes históricos tiene un punto de dificultad, hacerlo sobre personas que siguen vivas, ellas o sus familiares, y de un tema que ha generado tanto dolor, a mí me atenazaba mucho. Encontrar el equilibrio en la verosimilitud de lo que cuentas, sentirte bien escribiendo y respetar los hechos ha sido difícil.

-De este trágico suceso se ha escrito mucho. ¿En qué se ha centrado usted?

-Hay un cuadro que sale en la novela, Los fusilamientos de 2 de mayo, de Goya, donde el pintor dibuja de espaldas a los soldados franceses porque lo que le interesa eran las caras de esos patriotas españoles ejecutados. Y ese es mi enfoque, las víctimas. Hay muchos libros y documentales sobre la transición en los que aparecen estos nombres, pero yo quería entrar en ese despacho y que el lector descubriera como funcionaba, que tipo de vida llevaban, sus gustos… Y en una novela podía conseguir que esos personajes se convirtieran en personas.

-¿Qué poso le ha quedado después de ahondar en este triste relato de aquella incipiente democracia?

-Que la transición fue durísima y ejemplar. Es fácil ser valiente cuando ha pasado el peligro. He sentido una gran gratitud a la gente que hizo posible ese proceso en unas circunstancias muy adversas. Que hubo cosas que se hicieron mal, por supuesto, pero estos años de convivencia pacífica son un tesoro que no se puede dilapidar.

-¿Cree que España aprende de su historia?

-Creo que España aprende de su historia mientras sobreviven las generaciones que la contemplaron.

-¿Cómo ve nuestra democracia 42 años después?

-Ha sufrido el desgaste normal después de 42 años de convivencia. Es como una pareja. Hay que darle una vuelta, ver en qué se puede mejorar. Creo que es una democracia muy consolidada, con garantías, pero hay que ahondar en mecanismos para proteger a la propia democracia de sus debilidades.

-¿Qué opina de la fuerte la entrada en el Parlamento de Vox?

-Es una consecuencia de la debilidad de nuestra situación actual. El populismo avanza cuando somos débiles. Y eso está ocurriendo con el independentismo también.

-Intercala poesía y prosa en su obra. ¿Cómo decide lo que quiere contar de una forma u otra?

-Eso llega solo, cada emoción o cada historia va encontrando su hueco de una manera, pero, normalmente, en mi caso al menos, la poesía viene a ser un reflejo de una emoción, una especie de instante de eternidad que se plasma en un papel. La narración es una historia que quieres contar porque te ha conmovido, te ha emocionado o te la has inventado, y se lleva mucho tiempo.

-¿En qué nueva historia anda ahora?

-Estoy con otra novela en la que me traslado a los años treinta en España.