Hace un siglo a estas horas, mientras Europa se sacudía el recuerdo de la Primera Guerra Mundial y se disponía a descorchar los felices años 20, en el norte de Italia un mediocre personaje de baja estatura, ademanes histriónicos y discurso incendiario ponía en marcha un movimiento político que apelaba a los impulsos más viscerales de la gente para solucionar todos sus problemas. Cuatro años más tarde, ese flautista de Hamelín proclamaba el primer gobierno fascista. El resto es historia.

Ahora, el escritor Antonio Scurati (Nápoles, 1969) ha repasado aquellos trascendentales años de la vida de Benito Mussolini en M. El hijo del siglo (Alfaguara). Pero no lo ha hecho mediante un ensayo biográfico, sino dándole forma de novela. «Porque una historia tan increíble como la del nacimiento del fascismo solo puede ser contada como si fuera una ficción», afirma.

-Después de investigar la vida de Mussolini, ¿con qué impresión se queda?

-Con Mussolini me ha ocurrido algo paradójico: cuanto más sabía de él, más estupefacción me causaba. Mi libro está lleno de citas y anotaciones extraídas de diarios, cartas y noticias de la prensa. Todo lo que cuento es real, ocurrió tal cual lo relato. Sin embargo, cada dato que recababa era más alucinante que el anterior. Ningún guionista de Hollywood habría sido capaz de inventar un personaje como él. Mussolini es la quintaesencia de lo novelesco, un disparate continuo.

-Sin embargo, fue uno de los nombres propios del siglo XX.

-Esto es lo más increíble. ¿Cómo es posible que el hijo de un herrero de un pequeño pueblo de provincias del norte de Italia que en 1919, en las primeras elecciones en las que participó, solo reunió 4.000 votos, pudo subir las escalinatas del palacio de Gobierno cuatro años más tarde para dirigir el país? ¿Cómo un hombre que no tenía nada ni a nadie a sus espaldas, ni ideología política que lo acompañara, pudo conseguir algo así?

-¿Qué explicación ha encontrado?

-Mussolini decidió jugar una partida de póquer. En vez de apostar por la esperanza en un mundo mejor, que es lo que vendía el socialismo, apostó por el miedo, por la desilusión y el rencor de la gente que se sentía amenazada, empobrecida y traicionada. Y ganó. Mussolini comprendió que los sentimientos negativos podían ser más poderosos en política que los positivos. Entendió que si apelaba a los peores instintos de la población y al pavor que muchos sentían a que sus vidas empeoraran, lograría movilizarles.

-¿Cómo lo consiguió?

-Su esquema era muy sencillo. Se basaba en la idea de que hay un enemigo que tiene la culpa de todo: los socialistas. Primero alimentó el miedo de la gente hacia ellos y, a continuación, dio un giro y dijo: «Debéis odiarles y combatirles». Y dijo algo más: «Yo os voy a ayudar, os guiaré». Es de una simpleza brutal. Es como esos cuentos de buenos y malos que se cuentan a los niños por las noches. Resulta que esos cuentos también seducen a quienes se sienten frágiles, perdidos y sin rumbo.

-¿Así era la Italia de 1920?

-Era un pueblo de vencedores, porque, al fin y al cabo, habían ganado la guerra, pero Mussolini y D’Annunzio les hicieron sentirse un pueblo de vencidos y a la deriva en un mundo nuevo lleno de retos. Estaba la resaca de la guerra, la epidemia de gripe, la caída de los viejos imperios... El mundo que conocían había desaparecido y todo se había vuelto difícil. La democracia era un sistema complejo que exigía sentarse a debatir y negociar, con instituciones y partidos donde afloraba la corrupción. Ante ese panorama, él se presentó como el padre amoroso, y a la vez severo, que prometía barrerlo todo y acabar con la complejidad de la realidad. Y las masas cayeron fascinadas.

-¿Cómo las convenció?

-Hablándoles en un idioma claro y directo, de la calle. Antes de ser político, Mussolini fue periodista. En su época socialista, llegó a dirigir el Avanti!, que era el gran diario del partido, y allí llevó a cabo una revolución del lenguaje. El anterior director, Claudio Treves, tenía fama de expresarse de manera muy barroca, con un vocabulario muy culto. Mussolini acabó con esa forma de escribir e impuso otra que era mucho más sencilla, afirmativa y proactiva.

-En su libro le define usted como un político sin ideología.

-Para él la ideología no contaba. En ese sentido, era un político hueco, vacío, no tenía ideas, ni estrategia, ni principios. Era como una vasija que pudieras llenar de lo que quisieras. De hecho, venía de la izquierda y acabó en la extrema derecha, era anticlerical pero se casó por la iglesia, se presentaba como republicano pero pactó con el rey. Para él, la ideología solo era una máscara.

-También le presenta como un gran seductor.

-Porque lo fue. Puso en el centro del culto a su personalidad su supuesta capacidad para seducir a las mujeres. La virilidad, el machismo, incluso el priapismo, formaban parte de ese aura. Algunos líderes populistas de hoy se le parecen mucho. Cuando Trump manifiesta su profundo desprecio hacia la mujer, los biempensantes progresistas nos escandalizamos, pero él está liberando el impulso misógino y machista que hay escondido en mucha gente.

-¿Encuentra similitudes entre Mussolini y figuras de la política actual?

-Mussolini ofreció a su pueblo una ilusión. Les dijo: «Os prometo seguridad a cambio de que renunciéis a vuestras prerrogativas democráticas, que entrañan libertad, sí, pero también peligros y amenazas, y son muy confusas y complejas». Esto, en condiciones históricas diferentes, es lo que proponen figuras como Matteo Salvini, Víktor Orbán, Donald Trump o Jair Bolsonaro.

-¿Ve posible que un fascismo similar al de Mussolini vuelva a triunfar en el mundo?

-No es que crea que pueda volver el fascismo, es que ya está entre nosotros. No hablo de aquel fascismo de las camisas negras que golpeaban de noche las puertas de las casas de sus opositores para aniquilarles. Hablo de otro fascismo que tiene apariencia democrática pero que comparte con aquel el componente populista de prometer seguridad a cambio de renunciar a cotas de libertad. Y eso no va a ocurrir, ya está pasando. El fascismo está aquí y se alimenta de nuestro miedo. Ha gobernado en Italia, está gobernando en Polonia, en Hungría...

-¿Salvini, Orbán, Trump o Bolsonaro son los Mussolini de hoy?

-No creo que haya que buscarles parecidos doctrinarios ni personales con el viejo líder fascista, pero sí debemos fijarnos en que comparten su misma concepción de la política y una manera análoga de hacer propaganda. Si Mussolini viviera hoy, sacaría mucho partido de herramientas como Twitter, que es un sistema muy eficaz para lanzar mensajes sin que nadie te interpele. Así comunican Trump y Salvini.

-¿No hemos aprendido la lección que enseñó la historia de Mussolini?

-La historia es una maestra que al final nunca enseña nada. Hoy hay millones de ciudadanos europeos dispuestos a aceptar el pacto que les ofrecen los líderes populistas.