El anfiteatro nació en el ordenador de mi despacho de la Facultad de Filosofía una mañana de trabajo en julio de 2016, con Carlos Márquez y Massimo Gasparini, gracias a la interpretación de la documentación aérea del Instituto Geográfico Nacional. Preparé un pequeño dossier que Carlos Márquez hizo llegar días más tarde a alcalde y rector durante la inauguración de las estatuas del Museo de Baena. Allí, en el después de estío de un patio de un restaurante baenense, me tocó explicarlo: «esta curvita es un anfiteatro»... Nos fuimos de vacaciones.

En noviembre, el 22, leo que los alcaldes de Baena y Castro del Río presentan a la prensa el posible hallazgo de un anfiteatro en Torreparedones. Yo, en la Facultad, sin saber y con un wasap entonces ardiente. El cuadernito había trascendido. Al entonces alcalde de Castro, al parecer, le venía bien. Castro se echaba adelante y sufragaba la realización de una prospección geofísica. El descubrimiento se «reforzaba».

Entraba entonces en escena el mayor sufridor y la persona más valiosa que mi ordenador metió en esta historia: don Carlos León Vega, propietario de la finca donde está el anfiteatro. Carlos León atesora paredones de generosidad. Quería conocer si en sus almendros había efectivamente un coliseo. Y dejó hacerlo con una atención que no hay días para agradecer.

A analítica pagada por Castro, que confirmaba pero no descubría, el equipo de gobierno de entonces pensó que eso ya era cosa solo suya, como si Baena no existiese. El asunto comenzó a torcerse. Torreparedones iba camino de ser tierra entre dos términos municipales. No merece el sitio tal situación, ni el propietario, ni aquel Jesús Rojano que había puesto su mejor predisposición. Jesús, que vale para el bien público donde lo pongan y ojalá un día lo pongan alto. El anfiteatro es patrimonio de Castro del Río, pero debe incorporarse a un parque que ya lo es de Baena. Por eso, ojalá, un día, los dos hablen solo (y sufraguen) de Torreparedones.

Después vino la excavación, julio de 2018 y mayo de 2019, en tierra de Carlos León, que fue cosa y parné de nuestro Grupo HUM 882 de la UCO. Santiago Rodero y Massimo Gasparini son los héroes del sitio. Cuando parecía haber medios, ellos, doctores, allí a pico y pala. Entre medias de las saetas internas y externas, ellos han seguido excavando, enseñando y picando, junto con los alumnos. Ojalá haber tenido otro ambiente, pero esto es arqueología. Completa formación de la realidad han tenido.

Imagen generada con un georadar del anfiteatro de Torreparedones. Foto: GRUPO HUM882 DE LA UCO

Imágenes de la excavación arqueológica en el anfiteatro de Torreparedones. Fotos: GRUPO HUM882 DE LA UCO

Nuestro rector y su equipo apoyaron la iniciativa como motor educativo y patrimonial. La Junta de Andalucía, gracias Isabel Humanes y Alejandro Ibáñez, ayudó en la gestión de la tutela todo lo posible. Los resultados se presentaron, ante una sala llena, el pasado miércoles en el Museo Arqueológico de Córdoba. Se han publicado en inglés en dos revistas situadas en los mejores puestos de las mejores clasificaciones científicas y serán objeto próximo de una monografía en español, para confort lingüístico del director del Sitio. Cerrábamos justo días antes de las elecciones municipales. El debate era completamente científico: ¿Quién sale en Castro, quién en Baena? ¿Dejamos la excavación abierta o la tapamos? Abierta si hay perspectiva de entendimiento, cerrada si no la hay, quién va con este, quién apoya al otro... Carlos León que no se merece tanta inquietud ni preocupación. El anfiteatro que por supuesto no debe deteriorarse si esto se enquista. La cerramos. Lo mejor que hicimos.

El anfiteatro de Torreparedones no es ningún coliseo. Es algo mucho más modesto. No es ni siquiera un círculo y tiene la estructura considerablemente dañada. Desde mi punto de vista no merece la pena la inversión en él. O mejor dicho, no sé si es la mejor inversión que necesita el parque. En cualquier caso no me compete a mí, menos mal. Si ese anfiteatro se adquiere con lealtad al dueño del terreno y si hace del Parque un emblema regional, formativo y no solo en plan Gladiator, más competitivo, entonces merece la pena: su falta de relumbrón monumental lo hace útil en términos públicos. Muchas veces el efecto no depende del tamaño, depende de la destreza. Si al contrario, todo se complica más entre vecinos, si mancha una majestad de Torreparedones tan bien ganada hasta ahora por dañar su fama, es mejor dejarlo dormir.

Estos son los efectos de la teledetección aplicada a la arqueología que, yo, en este caso, veré ya solo desde la barrera. Gracias Carlos León Vega en nombre de todos los arqueólogos de la Universidad de Córdoba.

* Profesor de Arqueología de la Universidad de Córdoba