En Alemania existe una palabra, Mitläufer, para denominar al grueso de la población que durante el régimen de Hitler, «por indiferencia, apatía, conformismo, oportunismo o ceguera», se convirtió en cómplice de los crímenes nazis. La periodista franco alemana Géraldine Schwarz (1974) incluye a sus abuelos paternos en ese grupo: «Mi abuela estaba fascinada por el Führer, sentía un amor abstracto por él. Mi abuelo se aprovechó de las medidas antisemitas para comprar a precio de saldo el negocio de un judío que acabó en Auschwitz. Y, cuando tras la guerra su único descendiente que sobrevivió reclamó a mi abuelo, él no aceptó su responsabilidad. Es sintomático de la Alemania de los años 50: negar los crímenes, cualquier culpa, y la impunidad, pues las instituciones públicas estaban llenas de antiguos nazis y a la justicia no le interesaba remover el pasado».

Schwarz, cuyos abuelos maternos vivieron en la Francia colaboracionista de Vichy, presentó recientemente en España Los amnésicos (Tusquets; Premio al Libro Europeo 2018), ensayo donde reivindica la memoria y recalca que «el origen de los peores crímenes de la humanidad es la indiferencia colectiva. Los grandes verdugos son unos pocos. La indiferencia mata más que los monstruos».

La autora proyecta esas sombras del pasado al peligro de los totalitarismos y populismos de hoy -Trump, Bolsonaro, Salvini, Orbán, Vox…-. «Ese mismo conformismo nos amenaza ahora ante el intento de la extrema derecha, y de la extrema izquierda, de invertir la moral, en lo que el nazismo era muy bueno. Lo que ayer estaba bien hoy es malo y viceversa. Mi abuelo y muchos alemanes fueron oportunistas porque les hicieron creer que eso era legal. Con mentiras la gente pierde sus puntos de referencia y es más fácil de manipular: cambias el sentido de la palabra libertad y la llenas de odio e intolerancia y conviertes la democracia en la democracia de un grupo que reivindica que representa al pueblo auténtico».

No cree que sus abuelos sintieran culpa, aunque su abuela se suicidó y eso indica «el peso que llevó». «La mayoría de alemanes fue favorable a los juicios de Núremberg porque reducía los culpables a unas docenas de personas y limpiaba de culpa al resto de la sociedad». A él no lo conoció, a ella muy poco, pero constata que «vivieron el sueño del nacionalsocialismo». «El fascismo seduce y es sexi. Ni yo sé si me hubiera resistido a esa seducción». Por ello, para inmunizarnos contra esa hipnosis, añade, «el Tercer Reich debería ser objeto de estudio universal. ¿Por qué una sociedad moderna, rica y cultivada cayó en la barbarie? Hay que conocer al enemigo».

RESPONSABILIDAD / Y eso es imposible, insiste, sin un trabajo de memoria. «En Alemania Occidental tardó 20 años y lo hizo la siguiente generación, la de mi padre, que preguntó a sus padres qué hicieron durante el Tercer Reich. Se hizo bien porque en vez de hablar solo de víctimas, verdugos y héroes se habló de responsabilidad personal y colectiva y se educó para aprender de los errores de la historia».

En cambio, añade, no se hizo bien con Franco. «En España, la memoria se cerró mal y eso trae derivas de ultraderecha. La amnesia se ha mantenido tanto que ha alimentado un resentimiento que se está expresando en la radicalización del independentismo catalán, que favorece el juego de la extrema derecha».

También analiza Schwarz la amnesia de Francia sobre los crímenes de Vichy. «Se construyó un mito resistencialista alimentado por De Gaulle tras la liberación. Creían que era mejor olvidar para avanzar, igual que aquí con Franco, no existía el trabajo de memoria. Pero en los 70 el historiador Robert Paxton desveló que la mayoría de franceses apoyaron a Vichy y que la resistencia fue solo el 2% de la población».

Y vuelve a su familia. «Mi madre, francesa, nunca preguntó sobre la guerra a su padre, que era gendarme y vivían cerca del campo de Drancy, de donde salían convoyes para Auschwitz. Debió vigilar a gente que podía pasar clandestinamente. ¿A cuántos detuvo? ¿Cerró los ojos? Quiero pensar que sí. Creció en un entorno pobre y valoraba tener un trabajo seguro. No era un héroe para dejarlo». Lo importante, alerta, es «no llegar a esa situación en que es tan difícil decir no». «Sí es posible impedir que un partido extremista llegue al poder, porque una vez llegue cerrará la puerta a la democracia y las libertades individuales».