Aunque ha sido titulada en España como Los consejos de Alice, el original es Alice et le maire, que refleja mucho mejor la esencia de la película, ya que se basa en la relación que mantiene un alcalde, escaso de ideas después de treinta años de ejercicio en la política e inmerso en una crisis existencial, con una brillante filósofa recién contratada como asesora por su equipo, aunque con la condición de que se mantenga al margen. La dialéctica que entablan entre ambos despertará los celos de los más allegados al edil, es decir, de los aduladores e hipócritas que forman parte del equipo de trabajo del político (jefa de gabinete, jefe de prensa...). Es como si la excepcionalidad de que alguien competente entrara a formar parte de la órbita del jefe del consistorio supusiera un peligro para todos aquellos que hasta entonces formaban parte de su «leal» compañía, esa pandilla de enchufados, sin tener en cuenta hasta entonces el beneficio de lo público, de la sociedad, sino el aprovechamiento particular de la situación, es decir, mantener o subirse su escandalosa nómina. Los intérpretes están magníficos: Fabrice Luchini (En la casa, Moliere en bicicleta, Primavera en Normandía y tantas otras) en el papel de alcalde de Lyon y Anais Demoustier (Gloria mundi, Las nieves del Klimanjaro, La casa junto al mar...) como una novata asesora que también atraviesa una crisis emocional, un tanto perdida, que traslada como primer consejo uno que vendría muy bien, en general, al gremio: modestia. Los diálogos que entablan son una clase magistral para cualquier persona que ostente cargo público, pero no estamos ante una cinta destinada exclusivamente al político, cualquier espectador con un mínimo de sensibilidad, inteligencia y curiosidad disfrutará con la recreación que se hace de los entresijos del ambiente interno de un consistorio, del día a día de un ayuntamiento por dentro, visto desde la vida del político, con sus dudas, presiones y soledad.

El epílogo que clausura el relato nos muestra un libro que regala Alice a Paul: Bartleby, el escribiente, de Herman Melville. Algo muy significativo.