A veces, el cine (y el periodismo) puede convertirse en un gran altavoz con el que dar a conocer grandes temas que de otra manera quedarían completamente ocultos para el gran público. Es el caso de Aguas oscuras, aunque también es una pena que el asunto que aborda no trascienda hasta grandes audiencias. A priori, si uno lee la sinopsis, podría pensar que solo es de interés para ecologistas exacerbados, pero no. Una vez comprobada la importancia de lo que se nos cuenta, la película debería ser de obligado visionado para cualquiera. La prueba estaría en los títulos finales del filme y en los datos que nos ofrecen y donde estamos retratados el 99% de los seres humanos.

Confieso que lo primero que pensé a la vista del resumen argumental es en El dilema (Michael Mann, 1999), una gran película donde el personaje de Russell Crowe se enfrentaba a las grandes tabacaleras. Y algo hay, pero además Todd Haynes consigue enganchar de principio a fin de este relato, basado en hechos reales recogidos en el artículo publicado por Nathaniel Rich en el New York Times Magazine.

Nos encontramos ante un drama judicial con protagonismo de la temática medioambiental que comienza como un thriller en su prólogo y se transforma poco a poco en algo terrorífico. Además, contiene la notable interpretación de un gran actor (Mark Ruffalo) encarnando al abogado recién ascendido en un bufete que tiene como principal cliente a una empresa que está envenenando las aguas y, consecuentemente, a un buen número de animales y personas. El jurista no tiene más remedio que pasarse al otro bando y defender a los indefensos contra el gran poder económico que todo lo puede. El filme te deja durante un tiempo después de su visionado cavilando y te lo piensas dos veces antes de beber agua de la fuente o comerte algo pasado por una sartén recubierta con teflón. De sumo interés.