Paco Cabezas, director sevillano nacido en la Puebla de Cazalla, comenzó su carrera cinematográfica con un cortometraje que convirtió en largo (Carne de neón, 2010) y consiguió dar el salto a Hollywood, donde reside actualmente y trabaja como guionista y director en diferentes series televisivas, alternándolo con el rodaje de películas como la que consiguió que protagonizara Nicolas Cage (Tokarev, 2014). Ahora vuelve a su tierra, a sus orígenes, para contarnos una historia situada en el barrio hispalense de las 3.000 viviendas, donde la injusticia convive con la venganza cuando un padre (Mario Casas), recién salido de prisión con un permiso para asistir a la primera comunión de su hija, se encuentra con un desgraciado accidente que le regala el destino, provocando un intenso deseo de venganza cuando comprueba la ineficacia de cierto sector del cuerpo policial, que no sabe o quiere resolver el caso donde hay droga y mucho dinero en juego.

La cinta podría recordarnos ciertos pasajes atmosféricos y narrativos de la obra de otro cineasta, paisano de Cabezas. Me refiero a Alberto Rodríguez y sus producciones Grupo 7 (2012), por ejemplo, o 7 Vírgenes (2005), no sólo por contarnos historias en escenarios parecidos, en barrios marginales y personajes típicos de lo que se denominó cine quinqui en la época del recordado Eloy de la Iglesia, alguien que rodó con bastante más valentía de lo que se hace ahora en estos tiempos tan descafeinados e influenciados por las audiencias televisivas y el poder de la taquilla.

Aunque estamos ante un filme bastante coral, las actrices están muy bien (de hecho, han sido nominadas para los Goya, Natalia de Molina -en el papel de sufrida mujer del protagonista- y Mona Martínez -una madre coraje que tiene una gran secuencia con un duelo al rojo vivo que pone la piel de gallina-), también hay que resaltar el trabajo de Ruth Díaz como la inspectora de policía que busca la verdad. Carlos Bardem y Vicente Romero completan un reparto de calidad en este film negro con acento andaluz.