Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) mantuvo ayer un encuentro con sus lectores en Córdoba en el marco de Cosmopoética, un festival que alabó y del que dijo que «no hay que esperar resultados inmediatos ni concretos, sino el poso que va quedando». Pese a no haber escrito ningún verso, se confiesa un gran lector de poesía, por lo que se mostró «encantado» de participar en esta cita, en la que salieron a relucir temas como la historia reciente de España, que ha reflejado, por ejemplo, en su último libro, El rey recibe, y de la complicada situación que vive su tierra natal, Cataluña. El único pero a su vista a Córdoba es que no va a estar el tiempo suficiente para disfrutarla.

-Es uno de los narradores más importantes del país y viene a Córdoba a hablar de poesía. ¿Cómo se lleva con los versos?

--Yo espero que bien; ellos, no sé cómo se llevan conmigo, entre otras cosas, porque nunca en mi vida he escrito un verso. Soy un buen lector de poesía, de toda la vida, pero le tengo mucho respeto, casi miedo, y no me he atrevido ni a probar. Y a estas alturas, no creo que lo haga. Cuando era adolescente, todos escribían poesía y yo, cuentos y novelas.

-La pasión es el ‘leitmotiv’ de esta edición de Cosmopoética. ¿Cuáles son las suyas?

-No lo sé. Considero que no son pasiones, sino actitudes, formas de vivir. Hay cosas que no se pueden vivir sin pasión, como la literatura, las relaciones personales, el fútbol… Lo importante, vaya.

-Y esas actitudes ante la vida han influido en su proceso creativo y literario.

--Pues sí. Me he dejado siempre arrastrar, porque la ventaja de la literatura es que uno se deja arrastrar por las pasiones y difícilmente acaba mal.

-Este lema también hace referencia a Córdoba. ¿Qué le parece esta ciudad, literariamente hablando?

-Me parece una ciudad estupenda, entre otras razones porque aquí tuve, porque ya murió, un gran amigo con el que compartí andadura un tiempo y me contagió su cordobesidad. Me encanta Córdoba. Y hablando de versos, seguramente es cuna de poetas porque es una ciudad concentrada. Así como las ciudades grandes y populosas dan novelistas, las concentradas dan poetas.

-La narrativa puede llevar una importante carga poética. ¿Se ha sentido poeta alguna vez?

-No. Sinceramente, creo que la poesía es una cosa y la prosa es otra, y hay que procurar no dejarse contagiar porque no se llevan bien.

-¿Tiene usted un poeta de cabecera?

-No. Voy cambiando. En esto soy muy poco formal. Cada dos por tres cambio de poeta.

-Hay un Mendoza serio y otro humorístico. ¿Con cuál se identifica más?

-Yo no veo que haya dos, creo que soy el mismo, y unas veces hablo de una cosa y otras, de otra. Si me tuviera que identificar con alguno de los dos, a estas alturas creo que con el del humor.

-¿La realidad es más delirante aún de lo que expresan sus novelas?

-La realidad es absolutamente delirante, y basta con escuchar a las personas para darse cuenta.

-Ahora el humor parece estar en entredicho. ¿Qué piensa usted? ¿Está la creatividad amenazada?

-Creo que no. Quizás las formas de creatividad tradicionales están ahora en crisis, pero el humor está en un buen momento. Creo que se está exagerando un poco, y pienso que todo tiene que tener límites, incluso el humor. Aún así, hay que ser muy laxos y es mejor pecar por exceso que por defecto.

-Su último libro, ‘El rey recibe’, es el primero de una trilogía cuya intención era, de alguna manera, contar sus memorias. ¿Qué tiene que ver Mendoza con el protagonista de la novela, Rufo Batalla?

-Compartimos época, tiempo, espacios y maneras de ver el mundo. Al fin y al cabo, yo soy su padre.

-En ‘El rey recibe’ se adentra en la historia de España hasta casi la muerte de Franco. Y después vendrá más. ¿Por qué ha querido reflexionar sobre la historia de este país? ¿Lo ha hecho por usted o por sus lectores?

-Lo he hecho porque he pensado que había vivido unas épocas que están cayendo en el olvido, que la mayoría de la gente no ha conocido, y quería contar, no lo que pasó, porque eso está en todas partes, sino cómo vivimos aquello los que entonces teníamos 20 o 30 años.

-A lo largo de esa reflexión, el protagonista, igual que usted en su día, viaja de Barcelona y a Nueva York. ¿Qué echa de menos de aquellas ciudades en los años sesenta?

-Básicamente, echo de menos un viajero, que era yo, joven y con mucha curiosidad.

-Ambas llegaron a ser importantes ciudades a nivel mundial, entre otras cosas por sus escritores y lectores. ¿Continúa siendo Barcelona ese gran núcleo editorial?

-Es un importantísimo núcleo editorial, y también de escritores en las dos lenguas. Es una ciudad que atrae a escritores de toda España y Latinoamérica, hay un ambiente de creatividad y muy poco pueden las circunstancias externas contra esto. Podrían acabar con el ambiente, pero, por ahora, resiste.

-¿Qué le parece la polémica creada en torno a la tumba del dictador en el Valle de los Caídos?

-A mí me parece bien que se borren todos los rastros de aquel hombre malo, pero creo que no nos hemos de quedar solo en lo simbólico, hay que sacar otros huesos de otros sitios.

-Ayer fue una fecha muy significativa en Cataluña, y ha llegado decir que, además de preocupación, tiene miedo de lo que está ocurriendo allí. ¿Hasta dónde cree que pueden llegar las consecuencias de todo esto?

-Las consecuencias son imprevisibles porque nunca se sabe qué deriva puede tomar. Todo esto puede ir a más, pero también puede ir a menos. Y con esa esperanza vivo. Creo que las cosas irán tranquilizándose y encauzándose, si no ocurre nada imprevisto. Es un riesgo que corremos porque hay un equilibrio precario.

-El pasado viernes, Nanni Ballestrini criticó la vulgaridad del lenguaje de los políticos de la derecha de su país. ¿Cómo calificaría el que se usa en Cataluña?

-Yo criticaría el lenguaje de los políticos de izquierdas, de derecha, de centro… El lenguaje, en el fondo, refleja la forma de pensar y pone en evidencia al que lo usa, y este es un lenguaje retórico, publicitario, vacío y encaminado a ganar votos. En Cataluña se hace un uso muy falso del lenguaje, pero eso ocurre en todas partes.

-¿Qué puede hacer la literatura por el bien de la Humanidad?

-Creo que poco. La Humanidad se tiene que espabilar por su cuenta sin literatura, que está para pasar ratos buenos y para encontrarse a uno mismo.