Cuando hablamos de cine bélico siempre se me viene a la memoria el largo plano secuencia -sin la ayuda del steadycam (estabilizador de imagen) ni de efectos especiales digitales- que filmó Stanley Kubrick para Senderos de gloria y cómo Andrei Tarkovsky seguía con su cámara los desesperados avatares de un niño a través del campo de batalla. También, por supuesto, ese principio de Salvar al soldado Ryan, donde Spielberg consigue meternos en plena batalla con realismo exacerbado, sin menospreciar temblores y vómitos provocados por el miedo a la muerte.

Pues bien, Sam Mendes también consigue transmitirnos, en un escenario plagado de ratas y muertos enfangados, el horror y la sinrazón de lo que supuso la Primera Guerra Mundial, a través de un plano secuencia (una toma en que todo está ensayado para que no haya que cortar y se vayan configurando múltiples composiciones y cuadros en un continuum donde la cámara en movimiento no deja de filmar), por supuesto con ayuda de determinados trucos y efectos digitales -ya Alfred Hitchcock en La soga falseaba el plano secuencia finalizando las tomas en el dorso de algún personaje para poder sustituir cada rollo de celuloide de entonces-.

A partir de las vivencias que su abuelo paterno (a quien dedica la película) le narró, el director de American Beauty filma la arriesgada misión, y casi imposible, que se les encomienda a un par de jóvenes soldados: cruzar el campo de batalla para avisar de una trampa en la que pueden caer cientos de soldados, entre los que está el hermano de uno de los mensajeros. Todo está narrado, interpretado y filmado con suma precisión. La música creada por Thomas Newman y la fotografía de Roger Deakins están muy cerca de la excelencia.

Hay momentos en que vivimos las situaciones como si estuviéramos acompañando a estos personajes, incluido el pasaje del accidentado avión enemigo y las trágicas consecuencias que acarrea, donde la acción se funde con el drama en unos momentos dolorosos gracias a las grandes actuaciones de los desconocidos para mí jóvenes actores Dean Charles-Chapman y George MacKay.