‘Harmonium’. Autor: Wallace Stevens. Traducción de José Luis Rey. Edita: Reino de Cordelia. Madrid, 2019.

Cuatrocientas veinticinco páginas, con versos de Wallace Stevens (1879-1955), traducido en las impares por el poeta cordobés José Luis Rey, son las que constituyen este volumen que Reino de Cordelia presenta con el título de Harmonium, publicado en 1923, aunque con otros poemarios posteriores sus Poemas completos verían la luz luego en 1954. Stevens consiguió con ellos la admiración general y un año después, coincidiendo con el de su muerte, obtuvo los premios Pulitzer y National Book Award. Al fin y al cabo, estas y otras muchas circunstancias vitales u biográficas son las que también, de modo conciso, pero con gran precisión, resume Rey en el prólogo tras su afirmación inicial sobre que Wallace Stevens «es un poeta, si no ‘el poeta’ central, en el canon de la poesía anglosajona del siglo XX». Desde luego, a partir de aquí se fija el prologuista y traductor en el hecho de que este libro, el primero de los que Stevens dedicó al género lírico, se centra -según el mismo poeta escribió- en «el gozo esencial de la poesía», algo que por añadidura está acorde con la estética de Rey, que al señalar que para el anglosajón «la poesía ha de basarse a sí misma», casi está definiendo su propio pensamiento poético. Recordemos, como argumento principal, que la sensibilidad lírica de Rey también ha proclamado -esta vez en alusión a Claudio Rodríguez- el valor de la poesía al escribir: «Venid, venid, participad del milagro de la palabra hecha luz, de una palabra que no muere...». Por eso añade el traductor: «En este sentido, es un místico de la estética, un esteticista trascendental que ha hecho de la poesía su religión y su fe». Y esto explica la emoción y la comodidad con que el traductor acerca al especialista y al lector curioso los ochenta y nueve poemas que constituyen el corpus de la actual traducción, incluyendo también en ella los «Poemas añadidos a Harmonium» fechados en 1931. Así, por estas páginas se mezclan versos largos o aversiculados (como los del extenso poema «El comediante como letra C» o «Temporada banal») con otros frecuentemente de cómputos más breves (dos ejemplos, los titulados «Fábula de la Florida» o «Vivir es moverse»). Stevens es un vitalista, un poeta eclipsado ante la belleza y la música del lenguaje, un escritor que sobresale ante otros por «esta fe y esta devoción a la poesía», algo que comparten -precisa Rey- «Juan Ramón, Stevens, Rilke..., tan distintos y parecidos en una cosa: en la absoluta fe, más estética en uno y más espiritual en los otros dos, de alcanzar la trascendencia y el conocimiento mediante la poesía». Y en esa línea saben los lectores que se sitúa también el cordobés.

A Wallace Stevens lo han traducido, entre otros, el reconocido crítico Harold Bloom, quien en su obra de 1975 Wallace Stevens: The Poems of Our Climate le llamó «el mejor y más representativo poeta estadounidense de nuestro tiempo», y luego -en edición de Andreu Jaume- Andrés Sánchez Robayna, Daniel Aguirre y Andreu Jaume (Lumen, Barcelona, 2018) con el título de Poesía reunida; todo lo cual prueba la importancia de un «poeta del que nunca se debe salir y al que siempre hay que regresar», en palabras recientes de Jaime Siles. En sus versos, sea una u otra la etapa que se contemple, hay unidad y variación: unidad en el punto de vista imaginativo de sus creaciones, pues para él «la poesía es una revelación o un contacto»; variación porque para Stevens cualquier asunto o reflexión merece la mirada de la poesía y la misma naturaleza se diversifica en su constante atracción para el poeta. La imaginación de Stevens es precisamente la que le lleva a escribir: «I. En mi habitación, el mundo sobrepasa mi comprensión;/pero cuando paseo veo que consiste en tres o cuatro colinas y una nube./II. Desde mi balcón, estudio el aire amarillo,/leyendo donde he escrito, ‘La primavera es como una hermosa que se desnuda’». Y su amplia diversidad temática lo insta a escribir en «Tatuaje»: «La luz es una araña./Se arrastra sobre el agua./Se arrastra por los bordes de la nieve./Y se arrastra también bajo tus párpados/y allí lanza sus redes -/sus dos redes»; mientras que en «Dos en Norfolk» exige: «Segad la verde hierba del cementerio, negros,/estudiad inscripciones y requiescats,/pero dejad un lecho de hojas bajo el mirto./Este esqueleto tuvo una hija; ése, un hijo». Harmonium es todo un monumento a la belleza de la palabra, a la sensualidad del lenguaje, porque estas ideas siempre estuvieron presentes en Stevens, quien en su poema «Peter Quince toca el clave» afirma contundentemente: «Mientras mis dedos pulsan estas teclas/crean música, y los sonidos mismos/de mi alma también crean su música./Música es sentimiento, no sonido;/y así es lo que yo siento,/en esta habitación, deseándote a ti,/pensando en tu sombría seda azul».