Dos cuervos. Autora: Eva Hidalgo Gil. Edita: Ediciones En Huida. Sevilla, 2017

Dos cuervos tratan de aprehender cuanto divisan. Dos cuervos son testigos de la fugacidad de una realidad que la mirada de Eva Hidalgo, la autora, trata de fijar en estos poemas.

Hidalgo nos propone un viaje de calado poético: seguir el vuelo errático de una ave migratoria que tiene marcada en la impronta el único destino posible: desembocar en el morir. Así, mientras todos los poemas apuntan a esa línea del horizonte, el lector recorre un territorio poético sólido y personal, fruto de muchos años de dedicación a la literatura. Esto lo atestigua una voz en primera persona, reforzada por la centralidad del cuerpo -cuerpo, conviene subrayarlo, de Eva, una mujer-. Así, en el poema «Paraíso» refunda el mito y lo acomoda a la femineidad a la que reivindica como veladora y generadora de naturaleza: «Tú me seguiste,/abandonaste la casa del padre/y juntos aprendimos a hacer fuego». Si la muerte es el destino, el cuerpo será el arco tensado que despedirá los versos, pues el cuerpo representa, a lo largo del libro, el origen y la medida de todo cuanto va revelándose al lector: el camino de vuelta a casa, un campo de amapolas o el propio sol impelido, con el empeine, a comenzar el día. Estas referencias, lejos de caer en la tentación de deslizarse por cierta moda de lo físico, han sido conducidas a un espacio propio por la autora, que emparenta su poética con cierta confesionalidad de Sexton o Pizarnik, con la reivindicación elegante de Aurora Luque y, sobre todo, con la sutileza contemplativa y profunda de Emily Dickinson. A todo ello hay que sumar una mirada entrenada para lo visual -como queda de manifiesto con sus ilustraciones para este libro-, que se palpa en importantes referencias al ver o mirar («Veo un alud de saltamontes en su siega», o, en otro lugar: «Veo un caballo pastar, veo el mundo simular un inicio»).

Dos cuervos supone el debut de una voz consolidada que persigue en sus versos el fin último de todo poeta: intentar retener en sus versos un poco de eternidad, aun a sabiendas de que «el tiempo es cosa del cuerpo y nada más».