Existió una figura muy importante en nuestra cultura, hoy en vías de extinción, la que se bautizó como hispanista. La lista de estas figuras es extraordinaria. Son personalidades extranjeras que se han preocupado por investigar y conocer la historia, el patrimonio y el devenir de la vieja piel de toro. Entre ellos ocupa un lugar eminente uno de sus pioneros, el norteamericano Washington Irving, del que El Paseo ha editado 'En casa de los Bracebridge'. Los humoristas.

Quiero destacar la preciosa edición que tengo en mis manos. Esta historia, estas impresiones, este reportaje de la vida rural británica, tiene un texto en paralelo, un texto de gran belleza y humor, las ilustraciones de Randolph Caldecott, el magistral dibujante. Con un extraordinario punto de ironía, las escenas desfilan delante de nuestros ojos; son veraces y dinámicas, un lujo.

El narrador, alter ego del autor, vuelve a esta finca en la que había pasado lo que después fue Vieja Navidad, una novela breve de gran éxito. En este caso, y coincidiendo con la primavera, el motivo es también fausto, la boda de la pupila del hacendado, una deliciosa joven, la bella Julia, con un capitán también muy apuesto, lo que se conoce como una buena pareja.

Leer, entre otras muchas cosas, es captar el clima global, el mensaje general que el texto propone; se trata de la suma de elementos que se van desarrollando en la narración y, en este sentido, es muy importante la posición que el narrador elige, lo que conocemos como punto de vista. En este caso, el autor de los Cuentos de la Alhambra ha elegido el humor, al que me refería al hablar de las ilustraciones, junto con un cierto punto de irónica nostalgia y una visión amable de las acciones y de los personajes.

La imagen de la campiña británica es idílica y lo es gracias a la laboriosidad de los que la trabajan. No es el mito de la tierra extraordinaria, del Paraíso, que tiene un origen natural. La moral de origen reformado es la moral del esfuerzo y el personaje de Jack Bolsa encarna perfectamente esta filosofía de vida, esta manera de ordenar el mundo, es la aristocracia del trabajo.

No posee los blasones del señor, del anfitrión, pero sus tierras se han transmitido de generación en generación. Ambos encarnan una suma de perfecciones al servicio del rey. Es el orden que se consideró natural durante siglos. Estos dos planetas son núcleo de la galería de personajes que orbitan a su alrededor.

Cada capítulo, además del título, va precedido de una cita literaria que concuerda de alguna manera con el desarrollo posterior. El foco del narrador es variopinto y, sin duda, ameno. ¿Podemos calificar de costumbrista esta novela? No sería mal camino. Costumbres rurales, que como señala el narrador, ya aparecían arcaicas en su tiempo, no digamos después de casi dos siglos. Es un recurso muy antiguo que tiene magníficos ejemplos en la literatura clásica: el recuerdo de los buenos tiempos, casi de la Edad Dorada.

Si este es el mensaje fundamental, es oportuno descender a detalles. La mansión no es un palacio, es una vieja casa solariega, robusta y anticuada en su moblaje, no podía ser de otra manera, tampoco su jardín se ha renovado, pero cómoda, confortable. El invitado tiene una habitación panelada de roble en el ala antigua, con una ventana que le permite disfrutar del nacer de la vida, del surgir de la primavera. Esta presencia es clave; de hecho, el texto se puede calificar como novela de amor, el sentimiento que triunfa con diferentes enlaces que, tras las peripecias narradas, culminan en La boda, objeto del desplazamiento del narrador.

El espíritu de la Ilustración del siglo XVIII permanece en estas páginas con ese sentido entre romántico y galante. La obra aparece en 1822.

Un personaje clave es maese Simón, el factótum, la mano derecha del hacendado, su consejero, confidente, administrador. De hecho, Simón es la salsa de todos los platos porque su influencia es general en la servidumbre y en el pueblo. Pequeño y fornido, lo organiza todo y en todo se mete. Solterón en su mundo, en el que frecuenta un violín heredado de su abuelo. Con él participa en las celebraciones tocando viejas canciones. Otra vez el arcaísmo, que prefiere a la nueva música.

¿Los tipos que aparecen son arquetipos? En cierto sentido, sí. La joven y bella Julia es una damisela adornada de todas las prendas, entre ellas, la equitación. El hacendado considera este deporte muy bueno y lleno de historia, lo mismo que el tiro con arco. En la peculiar escuela del pueblo, con un más que peculiar maestro que viajó mucho y volvió derrotado, se anima a los niños a la práctica del arco y los pobre grajos son las víctimas de su puntería. El capítulo dedicado a la colonia de estos animales, a la anécdota con las ovejas y a la expulsión del búho, es de los más coloridos del libro. En definitiva, una delicia.