‘Claroscuro’. Autor: Pablo García Baena. Edición de José Infante y Rafael Inglada. Edita: Pre-Textos. Valencia, 2018.

El mundo a veces es tan simple y de un eterno retorno tan incuestionable que confabula los elementos para que converjan en un fin y lo erijan como símbolo de unicidad. Ha llegado enero, tan reciente aún en su fecha del 14, y todo el espacio poético ha vuelto a llenarse de los versos de Pablo. El ensayo La poesía de Pablo García Baena, editado por la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios en la editorial Comares, y el prontuario de los sonetos paulinos Al vuelo de una garza breve, en ediciones Renacimiento, han coincidido igualmente con la exposición en Córdoba Mario López y Pablo García Baena, dos poetas de Cántico. Al fin todas ellas y otras precedentes han sido las señales anunciadoras de un hecho literario singular como es la edición, de la mano de José Infante y de Rafael Inglada, del libro Claroscuro (Últimos poemas), con el cual, al año justo de su muerte, se pretende honrar la memoria lírica del cordobés universal que es Pablo García Baena convertido ya -sobre todo desde que en 1984 recibiera el Premio Príncipe de Asturias de las Letras- «en una referencia para las generaciones más jóvenes». Claroscuro, que abre el introito o «Preliminar» de José Infante y cierra el apéndice titulado «Bibliografía esencial de Pablo García Baena», queda esencialmente constituido por doce poemas de los cuales alguno, como «Araucaria», ya había sido dado a conocer en Pablo García Baena. Antología (1943-2016), libro imprescindible que, al cuidado y selección igualmente de José Infante, publicó la editorial malagueña El Toro Celeste en 2016.

En realidad, todo cuanto podamos saber de este brevísimo poemario que Infante llega a calificar como «esbozo de un libro» lo tenemos expuesto por este mismo estudioso en sus palabras de introducción, mediante las que precisa que el lapsus que lo comprende iría desde 2006 a 2018, o sea doce años a lo largo de los cuales el poeta fue dando alguna pista «en varias entrevistas y declaraciones, acerca de estar trabajando en un nuevo libro». Infante e Inglada siguen y cotejan esas pistas y llegan a varias conclusiones que van a ir exponiendo para asentar la edición. Insistiendo en que, de estos poemas por fin reunidos, había aparecido «alguno de ellos en alguna revista o en una antología», o refiriéndose a que incluso alguno había sido leído públicamente, se establece que el más antiguo cronológicamente es el titulado «El exilio» y que el que concluye el poemario, según la costumbre paulina de cerrar siempre sus libros con un poema religioso, debe ser «Vísperas».

Es ese enfoque cronológico el que dirigirá la composición del libro, cuya escritura comenta Infante que avanzaba dificultosamente por los tan acuciantes problemas de visión de Pablo en los últimos años, tan claramente mencionados en este fragmento: «Pablo iba construyendo los poemas en la memoria, luego los grababa, se los pasaban a papel en letras grandes, Pablo corregía a mano y, cuando les daba el visto bueno, se pasaban al ordenador». Incluso han sido estos condicionantes vitales los que han orientado el título del libro. Claroscuro alude a esa falta de certidumbre en la visión, a esa neblina que lo emborrona todo, a ese contraste «entre la luz y la oscuridad en el que vivía, siempre modulado por la búsqueda de la belleza [...]».

Y belleza es para el poeta cualquier intento de hacer preciso el lenguaje y dotarlo de rigor y precisión, dos rasgos que Infante resalta a la vez que declara el sesgo nostálgico de sus versos y pone de manifiesto que en estos últimos años de su existencia latió «la contradicción de desear escribir con mucha más frecuencia e intensidad que durante los años anteriores».

Del resultado no hay duda, si escogemos o anotamos alguno de estos doce poemas constituyentes de Claroscuro. Así, «El exilio», dedicado a Medina Azahara, está equilibrado con el contrapeso de versos endecasílabos y heptasílabos que, aunque sin rima, dan un tono armónico al conjunto en el que, rebrillando algún vocablo de selecta elección -como daifa, concubina, pórfido o granito-, se canta a la naturaleza que aboca al recuerdo doliente y evidente en: «Sombras de aquellas noches, id en paz/hacia el silencio». Es indudable que la antítesis presente-pasado es fundamental en la poesía de García Baena, que con frecuencia alarga sus versos para hacer una elegía de lo vivido amado en la relación de amistad, evocada en sus detalles y al fin elevada a símbolo de esa citada antítesis: «Lo efímero y lo eterno, ese afán siempre tuyo/por hacer perdurable lo fugaz sucesivo...».

Tienen estos poemas, en su diversa extensión, también diferente cómputo, y en ellos atendemos al gusto por el detalle tan propio de Pablo («Una mujer pasea desnuda por la playa/solitaria. Amanece»), que tan emotivamente y con gozo vívido sabe rematar la historia: «Hasta para el que mira, encerrado en sus años,/el verano será el tiempo de la dicha». Observamos que en los pasajes de «De historia» emerge la crítica social dirigida a los poderosos, y en «La entrega», de solo cinco versos, se registra el impacto de una estampa callejera del instrumentista que toca para recibir una dádiva a cambio de la tristeza de su música. Por todos estos versos, junto a la vibración sensual, puede latir la recreación de un episodio histórico («La hoguera») o dejar hilvanada la anécdota del recuerdo en el título «Poeta local». Con la sutilidad de su lenguaje, con la selecta precisión de su vocabulario (que casi en todos los poemas deja llamativos cultismos), con la delicadez del poeta que describe y siente, el mundo lírico de García Baena vuelve a hacerse presente en estos que son, por ahora, sus últimos poemas. En ellos, como escribe José Infante, «aparecen algunos de los temas de la poesía paulina: la naturaleza, la amistad, la historia, el paso del tiempo, en esta ocasión con un lenguaje contenido, que no desdeña en ningún momento la suntuosidad y la riqueza de su léxico...».