Nadie puede dudar de que entre los poetas cordobeses debe destacar el nombre de José María Molina Caballero, sobre todo si se echa mano de su último y excelente poemario Señales subjetivas. El gozo se irradia tras su lectura, preparada por el tan armónico prólogo de Federico Mayor Zaragoza, cuyas palabras no solo destilan amistad cercana sino, primeramente, entendimiento riguroso de la materia poética que anuncian con entusiasmo al valorar este «poemario profundo y reflexivo integrado por treinta y ocho poemas llenos de intensidad y emoción, que escruta tenazmente la realidad y el contexto que rodean al autor», del que se afirma que «indaga de una manera lúcida en los territorios profundos del alma, profundizando en los insondables interrogantes del ser humano». Lo primero que hermosea en el libro es su ajustada y permanente sujeción a la métrica del endecasílabo blanco, libre para la afloración de las ideas sin las cortapisas de la rima y apto para una musicalidad contenida pero fértil en el silabeo de la dicción siempre dulce y aquiescente de belleza. Es este, el de la belleza, el arpegio que más difunde su son por cualquiera de los pasajes del libro, modelo de luminosa y sorpresiva expresividad y de invención inesperada de significados. Y en ellos, sin duda, está la mayor dificultad para la comprensión de los poemas, que aparentan un mundo lírico ciertamente subjetivo y a veces de conexiones oníricas continuadas. Su simbolismo tan atractivo es una constante que gravita en todas y cada una de esas treinta y ocho composiciones, repartidas casi simétricamente en sus cuatro apartados y una sola para el introito y otra para el epílogo. He aquí un ejemplo de ese simbolismo entroncado en el virtuosismo de la expresividad más exultante: «Si cruzamos la sombra de la sombra/de la verde memoria de albahaca/en los umbrales del olvido roto,/navegaremos al fin por los mares/más propicios del tiempo que nos vive».

Aunque sea amplia la temática y diversos los referentes líricos, cada uno de los apartados tiene trazas ineludibles. Así, «Las líneas insumisas de la sombras» deja afirmaciones positivas sobre el transcurrir vital («La vida nos sorprende por momentos/y yo me rindo, dócil y prudente,/a cada uno de sus nuevos propósitos»), sobre la dicha amorosa o sobre el inexorable paso del tiempo. En todos ellos se difunde un tono reflexivo y de introspección mantenida, marca ya de todo el poemario, que en la segunda sección, «Los espejos de la memoria rota», ahonda en sentimientos como la soledad («Cuántas veces tus manos duermen solas/en la premura de sus anchas sombras»), la duda, la belleza femenina, la inseguridad inevitable, la desconfianza, pero también el goce supremo de la hermosura circundante: es modélico, en este sentido, el título «El infinito don de la belleza». En los dos últimos apartados se perfilan, entre otras, expresiones de queja («Tus ojos, tan cercanos y distantes,/sólo transmiten áspera desidia»), ilusiones de deseo («Es hora de pensar a cielo abierto»), y grata complacencia en el amor («Cuando mis ojos miran a tus ojos/ambos refulgen en su incandescencia»); esto por un lado, por el otro, y ya en poemas breves que suelen tener solo seis versos, reaparece con insistencia -y con bellísima calidad de la expresión- la dulzura incomparable de las aprehensiones amorosas, que reconcentran toda su intensidad en el delicado simbolismo de los ojos, con versos como «El tiempo borda sobre tus pupilas/la sonrisa vidriosa de tus labios» o «Ella se contemplaba sobre el agua/y yo miraba el agua de sus ojos», y al fin dejan para el lector fruitivas y esperanzadoras vivencias: «Quisiera navegar por los perfiles/voluptuosos de tus aguas fecundas/y descubrir el tiempo detenido».

Por fin, como una recopilación del transcurrir vital, surge el poema del epílogo «Paraísos efímeros» para hacer un repaso de las dificultades de la existencia -se las cita como «las verdades ocultas de la vida»- y concluir de nuevo, remarcando pasajes anteriores, con la idea de que únicamente el amor las encumbra y las devuelve como una insuperable complacencia, pues «Sólo bajo tus párpados de polen/descansan los reproches y las huellas/del secreto de la sangre vertida». Bellísimo este libro en su simbología y en su luminosa calidad de expresión.