Tras tomar Tarragona, la aviación franquista bombardeó Barcelona. El 26 de enero se produjo la caída de la Ciudad Condal, trasladándose el Gobierno republicano a Figueras. Fernando Vázquez Ocaña (Baena, 1898-México, DF, 1966) era entonces portavoz del Gobierno de Juan Negrín. El 1 de febrero se reunieron las Cortes en el castillo de este municipio. Allí, Negrín proclamó sus conocidos tres puntos. Pero ya era demasiado tarde para la democracia. Vázquez Ocaña se mantuvo en España hasta que Negrín salió del país, acompañando a Manuel Azaña. Era un 5 de febrero de 1939. «Lo más florido de una nación, la expresión humana de un renacimiento nacional, ha sido desahuciado violentamente de sus lares y de su tarea. Sean estas nuestras últimas palabras: que la suerte se muestre con todos abierta y que ningún emigrante joven ni viejo, niño o mujer, olvide a los que quedaron allá abajo; y por su memoria y su ejemplo, todo cuanto hagan, lo hagan pensando en España, a la que un día debemos volver para rescatar nuestras herramientas y seguir hasta la muerte nuestro servicio». Las palabras de Fernando Vázquez se recogen en su libro Pasión y muerte de la Segunda República española, que escribió en París. Vázquez Ocaña, como amigo y fiel seguidor de Negrín, lamentó y criticó la rápida actitud de Indalecio Prieto al impulsar el enfrentamiento ideológico en el Partido Socialista y promover la JARE, una organización rival al Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles (SERE) que había creado el Gobierno en el exilio. No era lo más adecuado para los centenares de miles de españoles exiliados. A esta disgregación republicana se unió también el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. El conflicto empeoró aún más la situación. En París, Fernando Vázquez consiguió reunir a siete de sus ocho hijos. Allí permanecieron medio año hasta que la presión de los nazis hizo que abandonaran la capital francesa. El 19 de junio de 1940, 513 exiliados españoles salieron de Burdeos con destino a América en el barco Cuba, entre los que se encontraban el periodista y siete de sus hijos. Su mujer había fallecido en Barcelona en 1938. Tras no poder desembarcar en la República Dominicana por el precio que exigía el dictador Trujillo, el barco siguió hacia Guadalupe y, después, hacia la isla Martinica. La prensa mundial se hizo eco del «barco fantasma» sin destino. Cuando la moral se encontraba bajo mínimos, el presidente de México, Lázaro Cárdenas, accedió a que el barco tomara puerto, aunque antes había que buscar otro navío. El Saint Domingue se convirtió en el último transporte hasta llegar al puerto de la esperanza: Coatzacoalcos. El viaje duró más de un mes.

Casi sin deshacer las maletas, la inquietud y la necesidad llevaron a Vázquez Ocaña a escribir y colaborar en distintos medios, una actividad con la que mantuvo a toda su familia, aunque no sin dificultades. En una carta remitida a Negrín, en septiembre de 1941, le hablará de esas complicaciones: «Corto esta carta y me atrevo a esperar que preste atención a lo que en ella esbozo. Al cabo de largos meses de penuria he conseguido trabajo (no quiero escribir en diarios que nos atacaban, como tantos desdichados periodistas). Soy redactor jefe de una revista, Higiene y seguridad, editada por un amigo de España. A mis hijas mayores las he tenido que retirar del colegio para que trabajen en un laboratorio. Entre todos ganamos 320 pesos. Vamos viviendo, que es lo importante, orgullosamente».

En México DF, Vázquez Ocaña participó del gran ambiente cultural de los exiliados. El periodista baenense perteneció al Círculo Jaime Vera, crítico con Indalecio Prieto y defensor de Juan Negrín; dirigió la Agencia España, fundó y dirigió la edición mexicana de El Socialista (entre 1942 y 1951) y República Española (1944-1945). En México, escribió también en Hoy, El Nacional, Uno y Siempre, fue director de redacción de El Imparcial, fundador de la revista Higiene y seguridad o subdirector de La semana ilustrada. Además, publicó dos libros biográficos y colaboraría en otros de la editorial Grijalbo. El primero de ellos fue Margarita y Townsend. El romance de la renunciación, editado en 1956. Se trata de un documentado trabajo sobre la relación que mantuvieron la heredera al trono británico y el ayudante de Jorge VI. Un año después de su primera publicación en México, en 1957 apareció García Lorca. Vida, cántico y muerte, su gran obra. Vázquez Ocaña publicó un documentado volumen de casi 400 páginas (394) en el que trató de integrar, por primera vez, la vida y obra del poeta granadino. Ian Gibson llegó a calificar al periodista baenense como «uno de los primeros biógrafos del poeta». Incluso, resaltará la profundidad de la investigación de Vázquez Ocaña al percatarse del sentimiento sexual que transmitió García Lorca en su Libro de poemas. La primera edición tuvo una tirada de 3.000 ejemplares. El éxito del volumen obligó a la editorial Grijalbo a hacer una segunda edición, en enero de 1962, de mil ejemplares. Vázquez Ocaña colaboró también en distintos libros y redactó una serie de biografías en la colección Forjadores del mundo moderno. El respaldo económico lo encontraría en su amigo Máximo Muñoz, que fue expulsado del PSOE por sus críticas a Indalecio Prieto. Vázquez Ocaña estuvo trabajando para Máximo hasta su muerte en 1966.

En Fernando Vázquez Ocaña se descubre a uno de los grandes intelectuales cordobeses del primer tercio del siglo XX y a uno de sus principales periodistas. En Córdoba fue redactor del Diario Liberal, de Diario de Córdoba, de la revista Andalucía Gráfica o de otras publicaciones como Revista Popular o Sol de Andalucía. En 1930 dirigió el semanario Política y después sería redactor jefe cuando se convirtió en diario. En 1932 fundó el diario El Sur, que dirigió hasta su desaparición, y en 1933 fue elegido diputado con el Partido Socialista. En aquellos años comenzó a gestarse su amistad con Juan Negrín. En Madrid fue redactor jefe de El Socialista y en Valencia fue nombrado portavoz del Gobierno de Juan Negrín. En Barcelona ocuparía la dirección de La Vanguardia. Allí escribió en 1938: «Un día futuro, camaradas, se agruparán bajo los árboles los niños de una escuela. Y el maestro les hablará de nuestra guerra, de nuestra lucha por la libertad». Fernando Vázquez Ocaña nunca pudo regresar a España. Sus restos, junto a los de numerosos exiliados españoles, se encuentran en el Panteón Español de México DF.