Recuerdo a Ida Vitale (Montevideo, 1923) una tarde de primavera en Austin. Salíamos de su apartamento después de haber estado toda la tarde conversando junto a su marido, el inolvidable poeta y profesor Enrique Fierro, de literatura y no sé cuántas cosas. Llegué antes de la hora convenida y todavía estaban calientes las galletas que Ida había preparado. El sentido del humor de ambos me cautivó, carente de la aspereza y amargura propia de tantos escritores que han vivido el exilio. Ida me acompañó un trecho de camino hasta donde me alojaba y nos detuvimos para observar unos pájaros. Ida los observaba y me decía que eran de tal color, que cada tarde bajaba para dar un paseo y contemplarlos. La capacidad de sorprenderse siempre va unida a la curiosidad y, para ello, no hace falta más edad que la del propio presente. En Léxico de afinidades (FCE, 2012) escribió que recién llegados a Austin, en 1989, «al hacer el recuento de sus encantos naturales, ardillas y grajos ofrecieron, su visible, abundante existencia». Y es esa abundante existencia la que pone en el papel, en este libro, permitiendo entrar en escenas donde la perplejidad y el sentido del humor trazan el escenario cambiante de once años de vida.

Shakespeare Palace es un libro de memorias que no guardan orden cronológico. Cada capítulo salta al otro y nos vamos introduciendo en una trama que la poeta ha seleccionado logrando que también transitemos por aquel México generoso. Llegaron, ella y su segundo marido, Enrique Fierro (1941-2016), en 1974, huyendo del golpe militar del Uruguay. Shakespeare Palace fue el nombre que pusieron al primer apartamento donde vivieron. Alrededor de aquella vivienda Ida Vitale recoge pedazos de vida. Los capítulos relatan situaciones y momentos entretejidos con personajes como una vecina argentina llamada Alicia, o la entrada en sus vidas de Juan Rulfo, Carmen y Álvaro Mutis, Octavio Paz, Tomás Segovia, Elena Garro, Juan José Arreola, Efraín Huerta, Hugo Gola, entre otros muchos. Al llegar no le faltó trabajo, y como otros uruguayos que se establecieron en la ciudad de México, podían darse el lujo de repartirlo. Formó parte del consejo asesor de la revista Vuelta, en su primera etapa, cuando la dirigía Octavio Paz, y del grupo fundador de Unomásuno. Trabajó dando clases y traduciendo. Una ciudad puede generar, a pesar de su caos y distancias, alegría de vivir si la pueblan seres generosos, entre otras especies más roedoras de las que la autora va dando cuenta con una elegancia destacable. Sabremos que la falta de mar hace sentir una carencia y que el continuo trasiego ante las nuevas situaciones que se iban presentando dieron un empuje vital necesario para paliar melancolías varias. Como su poesía, la vida de Ida y Enrique, nómada y viajera, ha permitido conocer el amplio mundo de las relaciones en varias esferas sociales. El vecindario mexicano, el pequeño Wolkswagen con el que se desplazaban, conducido por Ida, los excesos de chile en las comidas mexicanas, los terremotos y los ruidos: radios, cláxones, aviones -el aeropuerto de México está en la propia ciudad-, o el rescate de personajes como el cantante Dorival Caymni, brasileño. Dará cuenta, sin entrar en detalles, de su alejamiento con Mario Benedetti, y resaltará, con agradecimiento, la labor de los españoles exiliados que aportaron a la cultura de México: desde el Colegio Madrid hasta el Fondo de Cultura Económica, los grandes traductores que allí trabajaron, y librerías como la de Luis Vicens. Todo ello es rememorado con un castellano exquisito que ojalá no se vaya perdiendo. Leer esta prosa es entrar también, entre metáforas y analogías, en construcciones evocativas necesarias para la constante invocación de tiempos y escenarios.

Como ella dice: «Que trastuecan sitios, desordenan las épocas y justifican no se sabe cómo; logrando remover el ningún avispero de un olvido intermitente, te sorprenden con un nuevo recuadro donde aparece una figura fortuita». Gracias al poder evocador de la literatura permanecen aquellas personas que se han ido muriendo, o aquellas ciudades que ya no son las mismas, o aquellos fulgores de lo vivido. Durante algunas páginas, permite entrar en esas habitaciones secretas que por un instante, en palabras de Ida Vitale, «al frotar y limar mi cerebro con otros (Montaigne) suspendamos entre algunos nuestra eterna caída».

Digamos que el paso del tiempo es el topos inevitable bajo cuya luz o bajo cuya sombra, cae todo lo demás, dijo Ida Vitale en una entrevista que le hice hace unos años a propósito de la edición del poemario Mella y criba. El tiempo es un gran tema en toda la literatura, la poesía puede volverlo al presente si esta es «letra viva» y carece de la armadura que la arrastra a fuerza de quererla adornar demasiado. La poesía de Ida Vitale ofrece nuevas luces a palabras cuyo contenido interroga con certezas. Una de ellas, es el paso del tiempo. Una intimidad que coincide con la intimidad de otros.

La poeta Ida Vitale fue galardonada con el Premio Reina Sofía (2015) y del Cervantes (2018), entre otros premios como el Fil de Literatura en Lenguas Romances (Guadalajara) México.

‘Shakespeare Palace’. Autora: Ida Vitale. Editorial: Lumen. Barcelona, 2019.