Solo las librerías que pasan páginas de historia y se sienten imbricadas a la cultura de una ciudad te entregan el espíritu de los libros, no solo el espacio bidimensional que ocupan. Buscaba Dulce plantel y canon, de José de Miguel, publicado en 2003 por la Diputación. Y allí estaba. En la calle Jesús y María se encuentra la librería Luque, regentada por Javier Luque y otros cuatro compañeros para felicidad de la cultura de Córdoba en tiempos de crisis del papel. En sus estanterías descansaba el último ejemplar. «En la última Feria del Libro se acercó José de Miguel y se extrañó de que tuviéramos Dulce plantel y canon», me dijo uno de sus empleados mientras cobraba. «¿97 años?», se extrañó cuando le hablé de la dilatada vida que había disfrutado el poeta cordobés.

Abrí el libro. «Aún no está malescrito todo el bloc de mi vida;/aún, el yerto azabache de la palabra «fin»/no está engarzado/en el último broche de este rosario estéril/de sueños no cumplidos,/que encadenan la noria sin agua de mis días./Aún la loca esperanza verdece en mi declive/y aligera mi pulso al compás de deseos/estrenados de nuevo, casi obstinadamente,/como un traje que viene de la tintorería...» («Los últimos renglones», de Autumnalia).

En poco más de un año se han ido Pablo García Baena, Mariano Roldán y ahora José de Miguel, bastiones de la mejor poesía cordobesa de las últimas décadas. Y llega la noticia en el último ejemplar de Cuadernos del Sur antes de las vacaciones, en un curso literario en el que el suplemento de Diario CÓRDOBA sigue diversificando en géneros, uniendo a nuevos compañeros, aportando los comentarios sobre grandes libros de Córdoba, de Andalucía y del resto del país, de clásicos universales como la Comedia, editada por Acantilado hace unos meses y que nos invita a volver a los clásicos, como hacía una y otra vez José de Miguel.