Nos pasamos media vida viviendo la realidad y la otra media instalados en el deseo; por eso Luis Cernuda acertó plenamente al ligar los dos polos que sostienen el único mundo que tenemos. Cernuda, del que ahora se enarbola la efemérides de los cincuenta y cuatro años de su muerte, quizá para que no se cumpla la amenaza de aquel libro que pronosticaba un lugar Donde habite el olvido. Y lo cierto es que cualquiera tiene su propia realidad como tapadera de su deseo, hasta poder exclamar -son versos míos- nuestra perenne quimera: «Esta noche yo he soñado;/qué bonito es el soñar:/era mi sueño un mosaico/ de fantasía y realidad».

Soñaba Cernuda en tanto que Aleixandre (del que también se están recordando los cuarenta años de la concesión del Premio Nobel de Literatura) vivía la amistad sincera de muchos como Miguel Hernández, que para hacerle más llevadera la enfermedad al poeta sevillano le llevaba naranjas a su lecho con la esperanza de que soñara una España mejor de la que lo mantenía vivo. Y muchas muestras de esa relación amistosa y de respeto mutuo han quedado revividas en el libro reciente del profesor F.J. Díez de Revenga Miguel Hernández: En las lunas del perito.

Año el 2017 de centenarios y recuerdos. Porque el hombre no tiene más sujeción, en tanto respire, que vivir de sus sueños mientras mira de reojo hacia su propio pasado.

Y en esta línea, recuerdo es también gozoso el que se instaura en la trascendencia del centenario natalicio del cordobés Ricardo Molina (Puente Genil, 28-12-1916). Por tres días, evidentemente, era más lógico conmemorarlo en 2017 y dedicarle, entre otros, un volumen de celebración como el que acaba de ofrecerle el Ayuntamiento de Puente Genil («Oh, tierras de alegrías y de viñas») a través de la editorial Ánfora Nova, que cierra el año con ese acertado título de Los dones de la dicha. Homenaje a Ricardo Molina.