Lejos de publicar, como ahora hacen editoriales famosas del país, esa poesía sencilla y cursilona bien acogida por adolescentes que quizá nunca leyeron a un poeta clásico, Ediciones Hiperión sigue apostando por una poesía de calidad y hondura, sacando a la luz poemarios muy distintos de voces muy sólidas, firmes e insoslayables. Así en los últimos meses hemos hallado en el citado sello editorial tres libros de versos escritos por mujeres de alta densidad lírica, aunque sean obras que ofrecen visiones poéticas contrarias, lo que enriquece, sin duda, su propuesta siempre ceñida a su mundo singular. De los tres poemarios aquí seleccionados, dos de ellos lograron un galardón poético: Bajo la luz, el cepo, de Olalla Castro, obtuvo el Premio Internacional de Poesía Antonio Machado, y Las niñas siempre dicen la verdad, de Rosa Berbel, fue merecedor del Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal; en las obras citadas, de temática atractiva, el lector de poesía halla unas voces sugerentes, las de dos mujeres que escriben con soltura, naturalidad, y muchísima destreza, desbrozando caminos líricos aún no hollados.

El otro poemario que vamos a reseñar, aparecido en la misma colección, aunque no lleve premio -ni falta que le hace-, tiene una calidad lírica imponente, y hemos de reconocer que quien lo escribe es dueña de una obra poética muy sólida: Ariadna G. García, con libros de versos muy aplaudidos y bien recibidos siempre por la crítica, que aquí en este libro de extraordinario aliento, Ciudad sumergida, nos muestra de nuevo un mundo original, acrecentando con ello el universo de su obra magnífica, una obra poética valiente donde deja constancia de su madurez creativa y un hondo lirismo que llega al corazón.

Entrando de lleno en este último poemario de Ariana G. García, enseguida percibimos una voz temblorosa que arraiga como un tallo de luz quebradiza en los ojos del lector transportándolo a espacios de belleza persuasiva: «Al pie de la montaña/huelo botones de eucalipto/que el tiempo mustiará» (Pág. 15), versos imantados desde la raíz por el puro amor de la naturaleza. Y es también el amor, aunque de un modo distinto, la sustancia que funde los ángulos y los vértices de la urdimbre poética que la autora nos regala unas líneas después en fragmentos como este: «La familia es resguardo,/memoria compartida,/temblor que en el silencio abre ventanas» (Pág. 17), o estos otros versos hechizados y prodigiosos: «Eras la protectora de la nieve.../Heredaste su amor por los crepúsculos y los amaneceres» (Pág. 24).

Emociones domésticas, reflexiones lúcidas, pérdidas emotivas y esperanzas -«late en mí la certeza/de que ya estáis viajando hacia el ser que seréis»-, conforman la atmósfera de este Ciudad sumergida, un libro de versos seductores e inquietantes. En cuanto a los dos poemarios antes citados, el primero de ellos, Bajo la luz, el cepo, de Olalla Castro, de algún modo conecta en su tono majestuoso, épico e intimista al mismo tiempo, en algunos pasajes con el de Ariadna G. García: «Sucede de pronto,/mientras hablo conmigo,/que las frases se astillan como huesos» (Pág. 61), aunque el mensaje de Olalla sea más áspero y en su fondo resalte la violencia del entorno de un paisaje poético transido por las pérdidas, por el dolor, la ausencia y la derrota, que es vivido y sentido a lo largo de un viaje.

En este poemario de Olalla traspasado por un tono agridulce de tierra desolada, de humano paisaje arrumbado en las ausencias hallamos fragmentos de hondura visceral: «Soy este dolor que se come mi pan/y pasea conmigo por la orilla» (Pág. 78).

Para terminar este breve itinerario de estos libros certeros y sugerentes, diremos que el último de ellos, el pergeñado por Rosa Berbel, Las niñas siempre dicen la verdad, es quizá el más arriesgado del conjunto en el plano estético y en la construcción poética. La autora, que es la más joven de las tres, nos ofrece un rosario de versos tensos y puros como juncos crecidos a la orilla del cansancio: «Ahora nos acariciamos/con la misma piel con la que antes/palpábamos la fruta» (Pág. 32), y algo más adelante, en otra página, hallamos este fragmento sugestivo: «Rescatamos de nuevo esta música antigua/con la que aún bailamos,/las ruinas de otro tiempo luminoso» (Pág. 60). La poesía de Rosa Berbel, tan cristalina, seduce al lector desde el primer instante, e igual que las otras poetas aquí citadas, ofrece un paisaje lírico esencial.

‘Bajo la luz, el cepo’. Autora: Olalla Castro. Hiperión, 2018.

‘Las niñas siempre dicen la verdad’. Autora: Rosa Berbel. Hiperión, 2018.

‘Ciudad sumergida’. Autora: Ariadna G.

García. Hiperión, 2018.