9 de cada 10 libros que se publican en España son basura, o lo que es lo mismo: 900 de cada 1000 libros publicados son eso, basura. Se han empeñado las editoriales, que se hacen llamar independientes, en presentarnos traducciones que precisan de un manual de entendimiento, de comprensión y hasta de justificación. Las otras editoriales, las multinacionales, solo publican basura, y no merecen el más mínimo comentario. El ensayo ha dejado de ser ensayo para convertirse en panfletos de mala divulgación. Y la poesía, oh la poesía, como decía Nicanor Parra en un artefacto: «Todo es poesía menos la poesía». Pero se ve que los que se hacen llamar inteligentes entendieron mal el fondo del artefacto del poeta chileno.

Y si a todo esto sumamos que el personal no lee, que las faltas de ortografía abundan en la universidad, en la vida cotidiana, y hasta en las publicaciones y en los medios de comunicación, pues eso, que «todo es poesía menos la poesía». No sé lo que ustedes pensarán, pero a mí, alguien que escribe con faltas de ortografía no me causa el más mínimo respeto, no dispone de ninguna credibilidad.

La poesía ha dejado de ser poesía y se ha convertido en ramas secas de un tronco sin savia. Por un lado, tenemos a los cursis, a los pastiches benevolentes incapaces de llenarnos de emoción. Por otro, a los listos que han visto el filón de la incultura y la desdicha. Y por último a los camicaces de la palabra sin palabras.

Acababa un poeta de verdad un artículo en un suplemento nacional con las palabras “Pobre poesía”. Pero la poesía está, ha estado y estará. Y será minoritaria. Y será auténtica. Y llenará de verdad los corazones y las mentes. Y alimentará de luz las sociedades. Pero aquello que hoy llaman poesía, y dicen que vende, eso, eso no es poesía.