Se sabe que tras los problemas de las hipotecas subprime, la caída del Lehman Brothers y la crisis inmobiliaria las entidades bancarias activaron la necesidad de ampliar capital y se embarcaron en las preferentes, vendidas a múltiples particulares como renta fija cuando en realidad eran un producto de alto riesgo, un fraude que generó una de las mayores estafas de la historia reciente. Esta es la génesis que permite a Jiménez Aguilar adentrarse con este drama realista en una situación trágica para muchos ciudadanos y que evidencia la corrupción de la sociedad contemporánea, dependiente de una idea engendrada por un neoliberalismo salvaje para el que el ciudadano importa poco.

En el prólogo, el director dublinés Denis Rafter, con una larga trayectoria, decía sobre Preferentes que mantiene vivas en la memoria del público las injusticias y los robos de un grupo de gente inmoral, «un trabajo escrito con una mirada inteligente y acertada».

Miguel Ángel Jiménez Aguilar nació en Puente Genil en 1974, es académico de la Academia de Artes Escénicas de España, profesor de Enseñanza Secundaria y doctor en Filología Hispánica. Y como dramaturgo ha publicado 88 piedras, premio XV Certamen de teatro mínimo Rafael Guerrero, Raymi y Lili o El misterio de la creación y La vida pícara, ambas en (2017); y (Des)ordenad@s, (2018), entre otras obras. Preferentes (2018) desarrolla la historia de la víctima, Carmen, y el victimario, Félix. Ni Félix, el joven bancario de 50 años, es tan altruista al ofrecer las preferentes, ni Carmen, de 73 años, es tan inocente. Félix, acaso es un instrumento de un modo de vida, de una forma de sociedad inhumana en la que lo único que importa es una rentabilidad inmediata de un producto y donde el ser humano, el ciudadano, acaba convirtiéndose siempre en damnificado.

Jiménez Aguilar le da a la obra un aire muy cinematográfico, con la impronta judicial que la sostiene y sigue una insólita agrupación de escenas para simular un juicio por vía penal, pero con variantes que no ofrecen el sentido estricto del mismo, sino que son herramientas que le sirven al autor dramáticamente para entrar en la esencia de una dramaturgia directa, categórica y solvente, y crear la tensión dramática que todo proceso judicial genera. De modo que estructura la obra en doce escenas agrupadas en diversos apartados bajo el título de «Con la venia» (Escenas I y II), «Aportación de pruebas» (Escenas III y IV), «Turno de la acusación» (Escenas V y VI), «Protesta admitida» (Escena VII), «Turno de la defensa» (Escenas VIII y IX), «Turno de alegaciones» (Escena X), «Visto para sentencia» (Escena XI) y «Veredicto» (Escena XII). Desde el comienzo, entre el despacho y el estrado judicial, Jiménez Aguilar ha querido destacar el enfrentamiento entre Félix y Carmen, sus puntos de vista pero sobre todo su tirantez dramática, y no ha querido hacer intervenir a otros personajes, porque lo que realmente le ha interesado es la historia interna de esa tensión dramática. El escritor hace una crítica a la norma legal que no refleja la realidad e ironiza en torno a ello. Son posturas que ya desde el inicio crean una zozobra que nos advierte del apremio y nos muestran un diálogo muy coherente en el que Félix trata de buscar las contradicciones de su oponente pero también la confianza de esta en él: «No tienes nada que temer -le dice Félix- ni tienes que hacer nada». A medida que avanza la acción, sabemos de la difícil situación en que se encuentra Carmen, con una hija que se ha tenido que marchar a EEUU a buscarse la vida y un marido enfermo. Pero progresivamente, la confianza inicial que ha depositado en Félix va agriándose y este acusa claras dosis de desapego y cierta inhumanidad cuando Carmen le cuenta sus infortunios.

Una supuesta señoría, a la que se dirigen en otro momento los personajes, escucha sus declaraciones y justificaciones. Félix habla de los problemas de solvencia y de su inocencia, acusando a los compradores de preferentes como sabedores del peligro; y Carmen, destruida familiar y económicamente, en una dejadez y abandono total. La obra alcanza un clímax extraordinario en la escena IX, pero sigue en su relato hasta la escena final con la justificación y exculpación de Félix, sobre su despido si no aceptaba vender, y la crítica ácida del escritor ante una sociedad donde la avaricia lo conmociona todo. Con la Escena XI los personajes, que ya son «Félix Actor» y «Carmen Actor», ha querido ofrecer al espectador cierta dosis de didactismo y explicación social para finalmente en la última escena resolver el conflicto de un modo que no revelamos. Una obra muy documentada, rigurosa, juiciosa, que muestra las grandes dotes dramatúrgicas del pontanés Jiménez Aguilar.