La vida en aquel tiempo era dura y los bienes escasos. La guerra, a unos pocos años de haber terminado». Ante un tiempo y un espacio repleto de desolación y negrura se desarrolla Cae la ira, de Antonio Lara Ramos (1957) novelista, historiador y ensayista, autor de las novelas La renta del dolor (2013) y La noche que no tenía final (2015). Cae la ira (2018) es su tercera entrega, con un título tan significativo que nos anuncia el desastre, la situación en la que quedó sumida la España de posguerra.

Lara nos retrata la crudeza vivida en aquellos tiempos fatídicos en un pueblo de Jaén. Lo hace desde la óptica y mirada de un niño, y desde la primera línea de la primera página nos pone en aviso: «El día que asesinaron a don Pedro Anaya, mi papá y yo subíamos la cuesta del Campillo pasada la medianoche». Este acontecimiento desencadenará esa ira y los hechos que acaecen en la convivencia de la villa. El narrador nos introduce en la historia utilizando un lenguaje sencillo, una técnica donde contenido y forma están aliados, que el autor maneja magistralmente para meternos en situación. Así, la utilización de un léxico cotidiano, repleto de modismos («Tira de la jáquima», «Un enjero hubo que meterle debajo») hace más envolventes y realistas las escenas. Es la crónica de un pueblo agraviado en donde el ambiente asfixiante que se vive vulnera a sus habitantes. Son protagonistas la injusticia, la dignidad borrada y el sufrimiento, sobretodo el de las mujeres («Su corazón no aguantó los miedos, la ansiedad y la angustia, que la acosaron...»). El tema de la posguerra y el asesinato del alcalde, culpable de la convivencia en el pueblo y las aspiraciones y truculencias del hermano mayor para ser guardia civil, rigen el desarrollo de este relato histórico.

El libro está estructurado en tres partes: «El viaje», «La represalia» y «Cae la ira». Personajes memorables que perfila de una manera gráfica, como Don Florencio, el maestro, Antonia, la madre, el tío Manuel, Tartajosa, el sargento Barrientos, entre muchos, y espacios concretos que dan verosimilitud. Con un argumento trabado, sus personajes se pasean por escenografías y espacios de la vida diaria, en donde las inquietudes, problemas morales, sociales y políticos están presentes. La perspectiva, la inmediatez, la vivacidad y el estilo directo nos acercan a estos supervivientes. En la novela se revela la faceta de historiador y docente de Antonio Lara, su concepto de arte comprometido, de memoria histórica. Su realismo y didactismo aspiran a que el lector reflexione sobre la realidad social. «Pedagogía política», que diría Brecht. Con una descripción precisa y gráfica ha sabido ir creando tensión a través del ritmo de la narración vivaz y el lenguaje honesto utilizado, una especie de gradación ascendente que el autor ha sabido intensificar a través de recursos formales. Y la verdad es que nos introduce en su historia, consigue que la vivas y que la ira caiga sobre los lectores también.