N o es tarea fácil escribir la biografía de un personaje y aunque las propias andanzas y peripecias vitales del biografiado ayuden (desde luego, no es lo mismo narrar la azarosa vida de Vicente Blasco Ibáñez que la anodina de Antonio Martínez Ruiz Azorín ), el autor debe ofrecer al lector un relato ameno en el que, junto a los necesarios datos históricos y verídicos, se añadan otros elementos (frescura en las descripciones, diálogos ágiles, perspectivismo) que conviertan su lectura en una aventura trepidante. Eso es, precisamente, lo que Andrés Barba consigue con Vida de Guastavino y Guastavino . Sin haber terminado sus estudios de arquitectura, en compañía de su amante y del menor de sus hijos, tras cometer un desfalco, Rafael Guastavino viajó a Nueva York a finales del siglo XIX para hacerse rico construyendo edificios con la técnica medieval de la bóveda tabicada, que tuvo la osadía de patentar tras perfeccionarla. La ciudad que encontró era muy semejante a la que Martin Scorsese nos describe en Gangs of New York : el hacinamiento humano, la pobreza y la falta de higiene campaban por sus respetos en viviendas de madera que ardían con facilidad. Los Guastavino, que ofrecían un producto ignífugo, comenzaron a abrirse camino, no exento de dificultades y de bancarrotas, hasta convertirse en los arquitectos de moda, cuyas obras son en la actualidad uno de los sellos identificativos de la ciudad norteamericana.