Como un poemario extenso y no al uso, con cincuenta y seis poemas distribuidos entre sus cinco apartados de una evidente versatilidad métrica y estilística en la que a veces se intercala la prosa, saludamos el título del cordobés Ramón Rodríguez Pérez La casa del padre (Huerga & Fierro, Madrid, 2019). Al libro (el tercero del autor, después de Los días distintos, 2007, y Columbario, 2013) le pone prólogo el reconocido poeta y ensayista José Luis Rey, quien ya anuncia valientemente, junto a otras rotundas verdades, que este «es un libro llamado a perdurar en la mejor poesía cordobesa y, por tanto, en la española».

Ya el primer poema «Carta de ajuste», del primer apartado, «La casa del padre», pronostica una poesía nueva y renovada en la dicción pero anclada a la memoria del hombre («hace mucho tiempo de eso,/creedme,/de eso siempre el duralex será testigo»). Se trata de un anclaje a la memoria que supone -habla el poeta- reconocer que «aun habiendo en él conciencia de pérdida, no he pretendido hacer un poemario de corte elegíaco». Por eso mucho hay de recuerdo nostálgico en los primeros títulos, como «Camino del agua» o «Mira, perro», y mucho de una expresividad virgen nunca experimentada por el lector; mucho de un léxico sencillo moteado de pronto por un inesperado vocablo, mucho del tenebrismo de la vida asumido en propia carne: «Nunca llegué a tiempo al jazmín pero sí al asombro/de los pozos y sus tiernos helechos». Así, en Rodríguez Pérez se nota una voluntad decidida de escribir bien y con la mayor originalidad -y a esto se le puede aplicar su verso «solo en eso creo»-, de dejar prendidos en las zarzas de la vida sus jirones de pasado («nos han traído ya los muebles que faltaban/Ya no es fría nuestra casa/No es paisaje desolado»), de convertir soledad y tedio en vivencias de luz (véase «Intrahistoria»).

Como segunda parte, el libro inserta una decena de textos en prosa poética, bella y musical, con puntos de pesimismo y muchos de referencias históricas o literarias, y salpimentados por un particular surrealismo y frecuentemente por un intimismo punzante, como ocurre en «El viajero inmóvil». Sobre ese surrealismo nos ha confirmado el propio autor: «Yo no reniego de cierto lenguaje surrealizante, de la sinestesia, del extrañamiento, pero no hago poesía surrealista, no hago escritura automática ni imaginería delirante». Además, reflexión biográfica («en la belleza de mis llagas me reflejo y me redimo») o suave inmersión onírica en la cruda realidad reflejan a menudo estos textos tan magistralmente prosificados -pues Rodríguez Pérez es ya un maestro de la escritura- en su inmanente lirismo y su expresiva claridad: «Gloria a las becarias que se apartan el pelo hacia atrás con dulzura».

Los tres apartados siguientes («Sub terram», «Columbario», «Triste animal») siguen confirmando el valor de este nombre en la lírica cordobesa. El primero se inicia con el relato «Inventario de pérdidas», y tras un verso tan feliz como «Siento/por las atarjeas de la vida discurrir el tiempo», concluye con el título «Sub terram», y todos ellos maleados con la certera indagación de «tropos a fuego lento». Luego «Columbario» mezcla de nuevo el verso y la prosa, para dejar poemas tan perfectos como «Los niños perdidos», alguno tan simbólico y recamado con su léxico sorpresivo. Por fin, «Triste animal» modela un último apartado mezclando prosa y verso con reflexiones y recuerdos casi soñados en los que «...un niño,/(rémora feliz),/camina a la diestra del padre,/un domingo azul, un domingo único en el que la soledad enciende/los tejados».

UN LIBRO QUE SORPRENDE

Libro es este, sorprendente y de renovada poesía, en donde Ramón Rodríguez Pérez aturde de poesía la emoción, la solivianta de mil maneras, la explicita con símbolos, confesiones y referencias literarias, por eso cree el autor que su poemario «está hecho de experiencia vital, de sueños y lecturas». Entre recuerdos («Después de Auschwitz»), versos enmarcados de atenuado surrealismo («Canción del náufrago») y desgarros de intimismo filtrado a través de la poesía («Academia del llanto»), aparece al fin el reconocimiento de nuestra finitud y nuestra grandeza en la lucha: «Somos los que resisten atrincherados en el zaguán de la vida,/hombres huecos, dioses sin templo. Yo soy Nadie, ¿quién eres tú?». Lo escribe José Luis Rey en su prólogo: «Rodríguez es un poeta culto y, sin embargo, no nos deja una emoción fría, sino que transmite una profunda humanidad. Innovador y humano, Rodríguez crea sus conjuros, su vuelo y su dolor, sometiendo a la memoria al único examen que es capaz de crear una revelación: el análisis de la poesía».

‘La casa del padre’. Autor: Ramón Rodríguez Pérez. Edita: Huerga & Fierro. Madrid, 2019.