‘Sólo hay una clase de monos que estornudan’. Autor: Ezequías Blanco. Prólogo de Juan C. Galán. Editorial: Huerga & Fierro. Madrid, 2019.

La amenidad es un don que no todos los escritores saben administrar con sabiduría. Y ello porque suscita en el lector el interés por el libro que devora con fruición y lo engancha a él hasta que finaliza su lectura, dejándolo con ganas de algo más. Tal cualidad posee el último libro del escritor Ezequías Blanco (Paladinos del Valle, Zamora, 1952), tan conocido por sus obras en verso como por sus obras en prosa, entre las que destacan los libros de relatos Memorias del abuelo de un punk, Tienes una cabeza apuntando a tu pistola y las novelas Tres muñecos de vudú e Islandia 2004. El nombre de Ezequías Blanco es también sobradamente conocido por haber sido fundador y director, durante treinta años, de la revista de creación literaria Cuadernos del Matemático, uno de los baluartes libres más celebrados entre las publicaciones periódicas en nuestro país desde la restauración democrática.

Sólo hay una clase de monos que estornudan es, así mismo, un libro de relatos que contiene 19 historias, en su mayoría nacidas de la cotidianidad, pero a las que no escasea tampoco el uso de la fantasía y de la imaginación creadora. Blanco escribe relatos audaces, distintos en su concepción, singulares en su percepción de la realidad y del mundo, en los que el humor y la ironía son factores esenciales para dotar de interés y amenidad a unos textos que el lector disfruta con voracidad insaciable. En no pocos de ellos esbozará una sonrisa o incluso reirá con las oportunas ocurrencias del autor. Se trata de historias muy diversas en su concepción y en su temática, muchas de ellas con esa chispa de realidad que las hace cercanas en su cotidianidad y siempre con la gracia y el buen humor inteligente con que una concepción positivista de la existencia acierta a dotarlas de singular atractivo. Sobre este compendio de relatos que componen el volumen se destila, además del humor y la ironía y el sarcasmo, la ternura, la compasión y la bonhomía sobre unos personajes marcados a menudo por la pobreza, las condiciones de vida o las circunstancias en que se ven inmersos; pero a los que a menudo se les da la oportunidad de redimirse haciendo uso de su libertad, su inteligencia y su audacia instintiva. No reparan en los personajes desvalidos e insignificantes sino quienes tienen ojos para observarlos y corazón para dolerse con ellos. Del mismo modo, cabría destacar en algunos de los relatos que se integran en el libro Solo hay una clase de monos que estornudan (frase que decía la abuela al nieto convertido en narrador y título del primero de los relatos que da nombre al volumen) un sostenido ánimo de rebeldía contra el mundo injusto, una sociedad a la que desenmascara hábilmente de su hipocresía y a la que critica con ánimo de contribuir a alcanzar un mundo más solidario en el que los seres humanos puedan aspirar, con mayor posibilidad y realismo, a la felicidad.

Abundantes frases hechas, juegos de palabras, distorsiones, clichés lingüísticos sabiamente utilizados, dilogías, calculada ambigüedad (quizá cabe apuntar a una subrepticia admiración por Quevedo) y un claro castellano (aquí fray Luis de León), que fluye transparente al hilo del relato, son características que sabrá apreciar el lector. Diría que también el escritor debe haber disfrutado escribiendo unos relatos que hurgan en la condición humana y nos transmiten una sutil mirada de delicadeza y comprensión sobre el mundo en que vivimos. Textos como el que da título al libro o «Un Cristo saliendo del armario», «Puerto Hurraco no está tan lejos de Titulcia», «Gato encerrado», «La melé», «El otro cuervo» o «El club británico» son algunos de esos relatos que harán las delicias del lector que se atreva con esta suerte de humorismo anárquico y tierno, al que nos convoca Ezequías Blanco.