Socorro Venegas (Luis Potosí, México, 1972) es escritora y editora. Ha publicado las novelas La noche será negra y blanca (2009) y Vestido de novia (2014); los libros de cuentos Todas las islas (2002), La muerte más blanca (2000) y La risa de las azucenas (1997). Traducida al inglés y al francés, ha sido escritora residente en el Writters Room de Nueva York. En nuestro país acaba de publicar la colección de relatos La memoria donde ardía (2019).

-¿Debemos movernos en la ambigüedad para escribir buena literatura?

-Me siento cómoda en la ambigüedad, qué difícil es vivir con certezas en un mundo al que le encanta cambiar y rompernos la cara. Creo que cada escritor encontrará sus coordenadas y obsesiones, y seguirlas hasta las últimas consecuencias es su único deber. Para mí la ambigüedad es un territorio necesario en las historias de La memoria donde ardía, donde busco sugerir más que describir con exactitud ambientes o personajes. Funciona en estos cuentos, pero en otro proyecto tal vez necesite algo distinto.

-¿Busca sobrevivir con sus relatos?

-Yo aprendí la ficción, a imaginarme en otros sitios o siendo distinta a partir de una tragedia familiar. Así que la necesidad de escribir es profunda, misteriosa, como el dolor, como el azar, como todo lo que nos empuja a transformarnos para sobrevivir. Tal vez los suicidas son los grandes resistentes al cambio. Prefieren hundirse con sus banderas ondeando.

-Autora de varias colecciones de cuentos y dos novelas, ¿qué le lleva a publicar un nuevo libro de relatos?

-Había trabajado varios años en los cuentos de La memoria donde ardía. Puse el libro en pausa varias veces por distintas razones, pero el año pasado sentí que ya era poco lo que tenía que hacer. Al mismo tiempo fue también lo más difícil: decidir el orden en que los relatos se engarzarían para darle un ritmo y coherencia al libro. Y luego, la decisión no menos relevante de proponerlo a una editorial. Siempre pensé que era un libro para Páginas de Espuma. La fortuna fue que Juan Casamayor pensó igual.

-¿Los diecinueve cuentos de ‘La memoria donde ardía’ ofrecen, temáticamente, un conjunto unitario?

-Podría decir que hay un tema recorriendo cada página del libro, lo formularé como una pregunta: ¿cómo diablos sobreviven los que sobreviven? Yo misma me considero una sobreviviente. Sé lo que es quedarse y atemperar el impulso de saltar por la ventana. Quería escribir sobre el dolor de la pérdida de un ser querido, pero también de lo que es perderse uno mismo, verse forzado a convertirse en alguien distinto porque la vida impone esas metamorfosis. La pérdida que es para una madre la separación de la criatura que gestaba y de pronto es tan ajena a ella: esa inesperada e incomprensible sensación.

-¿Qué perspectiva ofrece la maternidad en la sociedad mexicana para que escriba sobre ella?

-Es una sociedad en donde la voz de una mujer no puede escucharse para cuestionar o siquiera dudar de la bondad de la maternidad. Es una sociedad donde a las mujeres no les pertenece su cuerpo, el aborto sigue siendo penalizado en varios estados del país, nos prefieren silenciosas, quietas: muertas. En mis cuentos no es que haya una voz militante o que politice la situación de las mujeres. Mi exploración es literaria y profundiza desde otro lugar en la angustia, el dolor, el sufrimiento que puede venir con la maternidad. Se trata de romper con los tabús, con ese secreto oscuro que es, por ejemplo, la depresión posparto. Todo aquello que no puede decirse y que yo quise narrar porque es esencial escuchar la voz silenciada de las mujeres: es la perspectiva de una mitad del mundo.

-¿El cuento que propone para sus lectores siempre conlleva la brevedad más absoluta?

-No todos los cuentos de este libro son tan breves, al menos ninguno llega a ser un microrrelato. Pero quien ha seguido esta entrevista hasta aquí, podrá inferir que mis materiales literarios son duros, altamente sensibles. Trabajar a temperaturas muy altas obliga de alguna manera a pensar en historias como saetas muy finas, bien afiladas, que no se vean venir y se metan hondo en los lectores. Busco esa intensidad que tiene la brevedad y que, quizá, he aprendido como lectora de poesía.

-¿Qué papel juega la memoria en su literatura?

-Pienso en la memoria como en una hermosa cicatriz. La materialización del dolor, del tiempo transcurrido. Desde ahí me gusta contar una historia, ese tiempo de la evocación, como aconsejaba Quiroga: no escribir desde la emoción, dejarla pasar y luego evocarla. Esto implica saber distanciarse de la experiencia que detona un cuento, una novela. Y en ese saber distanciarse puede surgir la literatura.

-Como sus personajes, ¿usted acepta su papel en esta sociedad contemporánea, o es un simple recurso literario?

-Mis personajes no aceptan su papel en esta sociedad, lo padecen y lo subvierten. Hacen visibles las fisuras de su inconformidad. Se separan de los demás. Los niños que viven en el hospital en mi cuento «Los aposentos del aire» llevan a cabo la mayor transgresión en ese espacio: se enamoran. La mujer solitaria que espera un tren y cuenta que hace pocos días dio a luz, ha abandonado todo; también es transgresora la viuda que decide no donar las pertenencias de su marido muerto a un albergue, como todo mundo hace, sino intercambiar cada cosa que le pertenece, sus propias cosas, buscando así resignificar una memoria dolorosa. Mis personajes se salen de los márgenes socialmente impuestos: es su manera de sobrevivir, su pequeña revancha en un mundo abrumador. Es una de las mejores posibilidades de la literatura: imaginarnos distintos y que el mundo también puede ser distinto.

-En sus relatos hay un fondo de realidad absoluta, ¿se siente usted cercana a una atmósfera realista para contar sus historias?

-A veces parto de una anécdota que puede venir de mi experiencia personal, pero es inevitable (y no hay por qué evitarlo) que la ficción gane terreno. En ese sentido, no soy nada realista. En mis cuentos el registro realista se diluye por la fuerza de la mirada de los personajes, por sus actos, por todo lo que la imaginación hace posible. El cuento «Como flores» narra la llegada inexplicable de un grupo de niños ciegos a una escuela, nunca sabremos por qué están ahí, lo que importa es qué harán los otros niños con los invasores. A fin de cuentas, la realidad también puede ser muy extraña.

-El cuento «Los aposentos del aire» es, extremadamente, duro, ¿la enfermedad infantil resulta útil para un buen relato?

-Cualquier tema es útil para un relato, siempre que atraiga al escritor primero. Si un tema no me obsesiona, si no me parece fascinante a mí, no podré hacer que les interese a los lectores. Por otro lado, elegir un tema como la vida de los niños enfermos tiene la dificultad de ponerte en el límite de la compasión o la condescendencia. Es indispensable vigilar el proceso de escritura, ser fiel a la historia y a sus personajes, evitar la tentación de imponer un final feliz sólo para complacer.

-La crítica habla de «una prosa teñida de lirismo» que define su literatura. ¿Cuánto hay de verdad en esta afirmación?

-Me parece una crítica acertada. En mi prosa hay un trabajo con el lenguaje que viene de mi lectura de poesía. Confío en el lenguaje poético para expresar las más profundas emociones humanas.

-Y para terminar, ¿qué supone para una narradora mexicana publicar en España?

-Cuando envié el libro a Páginas de Espuma pensaba en su catálogo, en las búsquedas de autores con los que tengo profunda afinidad. Sentí que mi libro podía pertenecer a esa constelación. No pensaba tanto en la plataforma que es para un escritor latinoamericano publicar en España, pero es cierto que le ha dado una proyección a mi trabajo. Estoy sorprendida y muy agradecida por el interés y generosidad de la prensa española.