‘Aware’. Autor: Juan Gaitán. Editorial: Adeshoras. Granada, 2019.

Hay personas para los que la vida es un soplo y otras para los que no tiene fin. Entre ambos parámetros nos movemos dependiendo de muchas circunstancias, como dijo Ortega y Gasset, pero sobre de que sepamos resolver o no los problemas que esta genera, pues, como dijo el filósofo argentino Mario Bunge, vivir es intentar resolver problemas. En estos términos surge la simbología de lo efímero en la novela Aware. Un término japonés que hace referencia a la tragedia de lo fugaz, momentáneo y transitorio. En consecuencia, la novela se secuencia sobre los parámetros de la temporalidad pero, al mismo tiempo, es un singular y gratificado homenaje a su amigo y maestro, el poeta y periodista Manuel Alcántara, fallecido en abril de este año, que surge como importante personaje literario con el nombre de Jota.

Esta carga de temporalidad y fugacidad impregna la novela desde el principio, pero no estamos ante una claudicación ante lo ensayístico y reflexivo, sino ante el desarrollo de unos personajes que son perfectamente reconocibles en algunos casos que se plantean constantemente el sentido de nuestra existencia. Formaría parte pues de una narrativa de corte existencial, profundo, en la que se desliza ese concepto de lo efímero, su belleza y su tragedia, su eros y su thanatos. Pero al mismo tiempo pivota sobre problemas de la actualidad. No podemos olvidar que Gaitán es un periodista fajado en ella y de ahí ese motivo fundamental para su desarrollo: los niños robados al nacer. Este es el caso del forense Nelson que junto a Lena tratarán de aclarar las circunstancias iniciales: la muerte de Moe.

La obra está estructurada en cuatro partes y una final. Y a su vez cada parte en una serie de capítulos. La primera parte ocupa un tercio de la novela y catorce capítulos breves en los que surge ese muerto inicial, Moe, con una nota: «Yo soy»; y las pesquisas para averiguar qué sucedió. Pero pronto van a circular dos historias paralelas: la del muerto Moe y la del niño robado, «porque Nelson sabe todo de sí mismo menos el origen». Este misterio inicial crea una proyección oculta, un tempus sugestivo que proyecta la novela. La aparición de la periodista y amiga de Moe, Lena, permite adentrarnos progresivamente en el mundo del periodismo a través del emblemático Jota. Da la sensación de que Moe se ha suicidado, acaso, se podría pensar, como en El mito de Sísifo de Camus, porque piensa que el único problema filosófico realmente serio es el suicidio. Este mundo periodístico le permite a Gaitán adentrarse en el ámbito de la cultura y su relación con el poder al tiempo que el ejercicio del autoritarismo durante épocas históricas y en ese ámbito va emergiendo el malditismo de Moe, su frustración, su búsqueda de la belleza y su fatal compromiso estético. En él deposita Gaitán muchas de las ideas en las que realmente cree, convirtiéndose, en cierto modo, en una novela de tesis muy barojiana. Esta construcción de Moe es de lo mejor de la novela por su tono y sus referencias literarias o metaliterarias, pero también la singladura de la pareja Lena/Nelson. Raudas llegan reflexiones sobre la existencia, muy en la línea de escritores como Heidegger, Camus, Sartre, Beauvoir... Un sentido de la vida que se ve con distancia y se analiza con profundidad, pero también una reflexión sobre la literatura y su mundo, su sentido, que va generando sensaciones melancólicas, tristes y apesadumbradas.

En la segunda parte, más breve, surgen con relevancia dos nuevos personajes, Lis y Tony, en un evidente flash-back, pero sobre todo una visión muy pesimista de la existencia y los reflejos de una época que irá aclarando situaciones anteriores en torno a la vida y nacimiento de Nelson. En la tercera parte existe una focalización en torno a Lena y Nelson con interpolaciones sobre la historia particular de su padre y sus relaciones, que generan siempre la presencia de un mundo abyecto, y crean una suerte de pequeños microrrelatos en la axiología narrativa que serán constantes en el siguiente apartado.

La cuarta parte ocupa también casi un cuarto de la novela y, tras la crítica al mundo periodístico, nos introduce un cambio en la tipografía con la incursión de la cursiva para desarrollar pequeños microrrelatos que van enganchados unos con otros como una especie de cadena con eslabones, para tratar de explicar desde una perspectiva amplia y al mismo tiempo sintética una visión plural del mundo. Sería como un homenaje a la colectividad, a esa sociedad que permanece siempre al margen, en silencio, y aquí encuentra su hueco en múltiples historias: «aquellos fragmentos efímeros de vida que ahora Lena no podía saber si existieron de verdad».

En la parte final, a modo de colofón, en una sola página se hace un homenaje al periodismo y su valor simbólico en nuestras vidas.

Una apuesta seria por crear un mundo personal que conoce muy bien, pero también una apuesta por la sociedad, por tantas y tantas vidas que permanecen en el anonimato y él les da una relevancia social, pública, los convierte en héroes narrativos desde su antiheroicidad a pesar de su alcance efímero.