Bajo el prisma de la influencia pictórica surrealista como punto de partida, de esa forma de enfocar las imágenes, los colores, surge esta otra manera de acometer la realidad, las cosas, de perfilarlas con el sello particular de la palabra hacia confines más personales. En esta sucesión de poemas que nos propone Dorothea Tanning el yo -el confesional prácticamente no aparece- queda relegado a un segundo o tercer plano, en una objetivación que solo está sujeta también a lo subjetivo de quien mira. Ello provoca, desde los primeros momentos, un distanciamiento que evita el énfasis, los desmanes egocéntricos, y que intensifica el acercamiento tangible hacia las situaciones, las estampas. Se puede llegar a pensar que con este planteamiento el plano emocional puede quedar soterrado, pero solo se nos muestra contenido, aflorando la parte que el sujeto quiere que veamos sin perder lirismo. La construcción de una experiencia interior, que luego aflora, deja su poso subjetivo, pero dispone en planos muy parecidos lo consciente y lo inconsciente, como si no hubiera fronteras entre ambos.

Rápido nos apercibimos del lenguaje y su disposición, sujeto a cierta fragmentación, al juego variado que se propone en cada pieza, poniendo de relieve esa nueva visión de lo cotidiano, ese reestructurar el universo desde una mirada que parte de cero, que recorre superficies y materiales nombrándolos en su hallazgo. Ese discurso a veces aparece más fragmentado, otras en cambio menos pero siempre mantiene una unidad física, un seguimiento que nos conduce hacia un sentido más recogido, el encauce del poema en torno a una idea de fondo única (Algunos poemas que lo ejemplifican: «Por ejemplo», «Al rescate», «Charla», etc.) y en todos los casos hay una propuesta inteligente para el lector, un no acomodo al simple discurrir de la música del lenguaje.

La sensación -creciente como toda una certeza- de que lo irracional se muestra como una maraña que nos envuelve bajo lo absurdo, bajo la extrañeza, cobra un nuevo papel desde la mirada aguda e intuitiva del sujeto. «Y de pronto/suceden cosas», dice la voz, así es, pero no siempre se tiene esa sensación tan firme. En ocasiones, hasta el desenlace y final del poema, bien por la fragmentación del discurso, bien por la aparente conexión de un hilo visible o invisible que una todos los fragmentos, no parece suceder un hecho trascendente pero es el desarrollo del poema el que va a marcar esa trascendencia. En otros poemas, de tono más discursivo lo que sucede se hace más visible, surgen otras voces y queda manifiesto, desde el distanciamiento con el que se cuentan, en los que el yo es solo sujeto observador, solo implicado desde su avistamiento y posterior proyección. Todo lo que está por hacerse llena de ilusión, alimenta, y el sujeto -que a veces puede puede mostrar que viene de vuelta- acaba por proyectar esa sensación de comienzo de un sueño como parte del aprendizaje necesario e imprescindible, sin renuncia a cierta ironía, a la crítica, al desnudo de la apariencia, a centrar la mirada en lo esencial, a que lo emocional ocupe su propio espacio dentro de ese ordenamiento.

‘Si llegamos a eso’. Autora: Dorothea Tanning. Traducción: Natalia Carbajosa. Editorial: Vaso Roto Poesía. Madrid, 2019.