Una afirmación bastante repetida es la de que un artista solo debe dedicarse a su arte y nada más; de lo contrario no alcanzará las cimas de la excelencia. No, no es cierta. Hay muchos ejemplos de artistas que han desarrollado una profesión y han creado obras muy notables, sobresalientes. Es el caso de Henry Cauvain, autor francés que llegó a puestos elevados en la administración de finanzas y fue un magnífico novelista de misterio y de novela histórica. Vivió entre 1847 y 1899.

Mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa, no conocía dÉpoca editorial. He investigado y tiene su sede en Morcín, Asturias. Son sus inteligentes editores Susana y Bernardo, a los que nunca he visto, y publican unos libros bellos, ilustrados, con magnífica letra y, lo que importa, textos de gran calidad en tres colecciones, que yo sepa. Voy a analizar esta novela extraordinaria, Maximilien Heller, y espero que Andalucía acoja este y otros libros como se merecen, con placer lector, el mayor placer, claro que eso es mi modesta opinión.

En 1871 se publicó la novela. De manera sucinta describiré al protagonista, a Maximilien Heller. Es un joven alto, de buena presencia, ha estudiado mucho, muchísimo; el narrador lo llama «filósofo», como compendio del saber. Es huraño, tiene una visión pesimista, muy pesimista de la humanidad, de la que prefiere vivir alejado. Se fatiga, fuma opio, se encierra en su habitación, la tranquilidad lo mata. Necesita que su cerebro esté en funcionamiento permanente, necesita enigmas que resolver, tramas a las que dedicar su aguda capacidad de observación. Posee una gran facilidad para disfrazarse y así poder introducirse en todos los ambientes. Su historia nos la narra un médico, un amigo.

No, no, querido lector, no me he perturbado y estoy analizando una novela de Holmes, en absoluto. Holmes apareció en escena en 1887, casi dos décadas después. ¿Conoció Conan Doyle esta novela? ¿Quién sabe? ¿Casualidad? A lo mejor. ¿Inspiración? Quizás, pero el caso es más que notable y siendo así lo mejor es la calidad del texto. Tenemos delante una magnífica narración de misterio, de detective con elementos góticos muy bien integrados en la estructura.

A las ocho de la tarde del tres de enero de 1845 el narrador, doctor en medicina, sitúa con positivista precisión el momento en el que conoció a Maximillien Heller, en una incómoda habitación, en la que pasa los días sin hacer otra cosa que mirar al techo y dejarse morir. Al doctor se lo ha recomendado un amigo de Heller, preocupado por su estado de salud, que definió perfectamente como: «dolorosa enfermedad moral que consumía su alma y su cuerpo».

De pronto, unos golpes y la policía que llega para preguntar a Heller por su vecino de habitación, un campesino -caracterizado por su manera de hablar- acusado de haber asesinado a su señor para robarle, el pobre Guérin, que habría envenenado con arsénico al acaudalado Bréhat-Lenoir.

Una regla de oro de estas narraciones es que deben ser verosímiles y esta cumple de sobra el principio y ello es más meritorio teniendo en cuenta que la trama se va a complicar a medida que pasa el tiempo narrativo. Al señor Bréhat-Lenoir le hacen la autopsia y este médico, amigo de Heller, asiste y se lleva al melancólico «filósofo». En ese instante se abre la espita del misterio, de la necesidad de aclarar lo que parece una cosa y puede que sea otra muy diferente. Heller encuentra elementos que le hacen dudar del diagnóstico oficial. Su cerebro se tensa, abandona su hipocondría y se lanza a una actividad mental y física de gran intensidad.

Es imprescindible que haya un contrincante a la altura del investigador y este es el personaje de Wickson, una especie de mago, de médico, de demiurgo, muy inteligente, rápido y con recursos de ingenio que parecen ilimitados. No sé por qué me viene a la mente el nombre de Moriarty, el rival de Holmes. Ya tenemos los dos extremos, los opuestos, la lucha será sin cuartel; sobre todo con los choques mentales, con la brillantez de las tácticas y de las estrategias.

Heller descubre una trama pero quiere llegar al final. En la segunda parte, cambia el narrador, ahora será el propio Heller el que escribe a su amigo el doctor; por cierto, con grave riesgo de su vida. La gran fortuna del difunto Bréhat-Lenoir la ha heredado su hermano, Bréhat-Kerguen, un señor bastante primitivo que vive en un castillo medio arruinado; los dos hermanos no se llevaban demasiado bien. Nuestro «filósofo» se disfraza de criado y lo acompaña a la fortaleza. París frente a una lejana provincia, los refinamientos frente a la rudeza.

La genialidad narrativa de Cauvain se agudiza, se incrementa, alcanza su momento cumbre en el ambiente agobiante, sórdido de ese castillo, cuidado por un oso enseñado a matar, un jardinero aterrorizado y muchos misterios: una mujer, un hueco en el suelo, un esqueleto y muchas otras cosas. No puedo desvelar nada pero les aseguro que correrás como el protagonista por los tenebrosos pasillos hasta alcanzar la luz de la verdad, la salvación del inocente y el castigo del culpable. Léase.