Sara Mesa es una joven escritora madrileña (1976), además de periodista y filóloga. Ha publicado varias novelas, aunque sus inicios se produjeron en la poesía. En estos momentos es una de las mejores voces literarias españolas, y una autora de referencia de la que se espera aún mucho más. Sara Mesa es conocida, fundamentalmente, por sus novelas y relatos: La sobriedad del galápago (2008), No es fácil ser verde (2009) y Mala letra (2016). Su última publicación es Silencio administrativo.

-¿Cree que es un tema que interesa a esta sociedad deshumanizada?

-El interés por los temas está mediatizado por la llamada agenda de actualidad, que no es en absoluto inocente; es decir, alguien decide qué es la actualidad y cuáles son los temas que debemos debatir. La pobreza es uno de esos temas por los que se pasa de soslayo. Su presencia en el debate público es mínima si se tiene en cuenta la dimensión del problema, que afecta a una gran parte de la población. En España, 2,3 millones de personas viven en situación de extrema pobreza, es decir, con menos de 342 euros al mes.

-El título del ensayo orienta en algún aspecto de qué va el asunto. ¿Por qué ha escogido este tema tan invisible actualmente?

-Realmente no fue un tema que yo escogiera; en cierto modo, me vino dado a raíz de una experiencia vivida, la de tratar de ayudar a una mujer discapacitada que vivía mendigando en la calle. Lo que encontré era tan terrible, tan kafkiano, que pensé que tenía que contarlo, hacerlo más visible, porque realmente creo que la mayoría de la gente piensa que las cosas son muy diferentes de como son.

-Es un ensayo corto que no va en la dirección de la literatura sucedánea y ‘light’ de estos tiempos. Una literatura de compromiso siglo XXI. ¿Existe la novela social o de compromiso en estos momentos? ¿Tiene mercado?

-No sabría hablar en términos de mercado, pero desde luego sí existe literatura comprometida hoy día, siempre ha existido, aunque no esté en la lista de libros más vendidos. A veces el compromiso se manifiesta más explícitamente, como en el caso de este ensayo, o bien de manera más implícita, a través de la distorsión, del humor, de la ironía. Hay muy buenos ejemplos actualmente en este sentido, y se me ocurre nombrar, por ejemplo, a dos autoras: Marta Sanz y Cristina Morales.

-En el ensayo dice que está contra la caridad. ¿Piensa que resolver el problema de la mendicidad y la miseria es algo que tiene que hacer el Estado?

-Pienso que es un problema que ha de resolver la sociedad en su conjunto, tomando conciencia y exigiendo justicia social. El camino de la caridad no me convence porque es particular, arbitrario y no va a la raíz. Yo prefiero pagar impuestos que dar limosnas, y exigir que mis impuestos sirvan para construir una sociedad más igualitaria.

-Y mientras tanto se resuelven los papeles de una sin techo y sin siquiera zapatos, ¿qué se hace? Al leer este fragmento del libro me surgió una gran impotencia.

-Sí, es una de las contradicciones que se ponen de manifiesto en el libro… Dado que la Administración no ofrece lo que promete -es más, pone todas las trabas posibles para conseguirlo-, los más vulnerables quedan a expensas de la caridad. Naturalmente uno no puede quedarse de brazos cruzados esperando que la administración responda -porque sus plazos, además, son totalmente inhumanos- y ahí es donde surge ese impulso de la caridad que yo llamaría «lícito», porque uno debe tener en cuenta que es un mero parche temporal. Si alguien está sin zapatos, hay que dárselos de manera inmediata -eso es caridad-, pero luego hay que preguntarse por qué no tiene zapatos y quién es responsable de esa situación de miseria -eso es justicia social.

-¿Por qué nuestro sistema exige más trámites administrativos a los que menos tienen y que se sienten discapacitados para cumplimentarlos? ¿Pudiera ser para que los indigentes se cansen y la Administración tenga menos asuntos que resolver y menos dinero que soltar? Es decir, ¿como método de disuasión?

-Cuesta decir esto porque parece increíble, pero yo creo -muchos creemos- que es un método de disuasión. Si no, no me explico que se siga insistiendo en los mismos errores que ya han sido señalados por numerosos organismos, como el Defensor de Pueblo o la misma Comisión Europea. La cantidad de trámites que se exigen para conseguir una renta mínima es tal que es imposible que las personas vulnerables y sin recursos (personas que no tienen casa o teléfono, que no tienen dinero para hacer fotocopias o para el autobús, personas enfermas, discapacitadas o ancianas…) puedan hacerlos solas. Es como ir sobre un campo de minas: la posibilidad de cometer errores es tan frecuente que se desestiman multitud de solicitudes por atascos burocráticos innecesarios. En España, solo el 8% de las personas que viven en extrema pobreza tiene acceso a estas rentas… ¿qué pasa con el 92% restante?

-Para escribir este pequeño ensayo, ¿le ha influenciado mucho la película, ‘Yo, Daniel Blaque’, de Kean Loach?

-La película de Loach refleja algo que conozco muy bien: el desajuste que existe entre lo que la administración exige y la realidad de las personas empobrecidas. El protagonista se ve obligado a inscribirse como demandante de empleo a pesar de que debido a un infarto reciente no puede trabajar, pero es el paso necesario para acceder a una pensión. La inscripción debe hacerla por internet pero él no sabe manejar un ordenador y nadie le ayuda a ello. Es todo una ratonera que conduce a la desesperación.

-Mientras tanto, la gente se queda con la impresión contraria: «Hay montones de prestaciones y ayudas para los más pobres». «Caraduras». «Vagos…». Habría que escribir muchos ensayos como éste para exponer la realidad tal cual.

-Ese ha sido mi primer objetivo al escribirlo: desmontar los prejuicios. Todos hemos oído, e incluso hemos pensado, que estas personas están así porque quieren y que les resulta rentable incluso, que tienen multitud de ayudas y viven como reyes… Lo malo es que este discurso basado en falacias y bulos está alentado por algunos partidos políticos. Pienso en Vox y el discurso contra los inmigrantes, por ejemplo, construido con mentiras sobre mentiras.

-¿’Silencio administrativo’ está basado en un hecho real?

-Absolutamente. La historia de Carmen es 100% real, no he exagerado nada, más bien al revés: primero, porque no me cabía en el libro todo el catálogo de disparates burocráticos que vivimos y, segundo, porque hay detalles de su vida, de su día a día, que son tan duros que los saqué porque no quería incurrir en el sensacionalismo ni la truculencia.

-¿Por qué escribe Sara Mesa? ¿Qué es para usted literatura?

-Escribo por necesidad, creo, pero se trata de una necesidad emborronada, poco clara, que no sé bien dónde me conduce. Quizá escribo para averiguar el origen de esa necesidad.