¿ Qué ocurriría si un buen día se produjera un corte eléctrico y se interrumpieran todas las comunicaciones con el mundo exterior, si se silenciaran las emisoras de radio y solo se oyera un monótono zumbido que presagiara un cataclismo nuclear o un desastre natural? Eso es, precisamente, lo que le sucede al protagonista de la última novela del escritor libanés afincado en Francia Amin Maalouf. Alec es un dibujante de gran prestigio, cuyas creaciones gráficas son publicadas en los principales diarios occidentales. Vive recluido voluntariamente en una pequeña isla, separada del continente por un paso que se inunda con la marea alta. Su única vecina es Eve, una novelista que recibió el beneplácito de crítica y público con su primera obra, y que ahora, falta de ideas y en plena crisis de creación, ahoga sus penas en alcohol y lleva una vida de anacoreta. El apagón eléctrico provoca que ambos entablen una relación que va intensificándose al tiempo que inician una investigación de las causas de tan extraño fenómeno. Todo parece proceder de unos inesperados hermanos de la humanidad, que han decidido intervenir ante la gravísima situación en la que se encuentra nuestro planeta, que está a punto de sufrir una devastadora guerra nuclear que pondría fin a la vida humana tal y como la conocemos. Estos seres, cuya procedencia es desconocida (el autor no aclara si tendrían un origen extraterrestre o serían humanos que habrían decidido vivir alejados de nosotros en un mundo paralelo, una especie de Atlántida sumergida en el océano), se consideran herederos de los valores de la cultura clásica helénica y han alcanzado un elevado nivel de conocimiento y de desarrollo tecnológico, que les permite anular a su antojo nuestras comunicaciones, neutralizar los mecanismos de lanzamiento de los misiles con ojivas atómicas, sanar todas las enfermedades y alargar la vida eternamente.

En Nuestros inesperados hermanos , Amin Maalouf (uno de los intelectuales más lucidos de las letras francesas, ganador de premios tan prestigiosos como el Goncourt o el Príncipe de Asturias de las Letras, defensor incansable de las relaciones entre Oriente y Occidente) reflexiona sobre los riesgos que conlleva la intervención de una cultura superior para mejorar la vida de un pueblo que vive en unas condiciones deplorables o está sumido en una decadencia autodestructiva. Por una parte, se hace necesaria la ayuda; sin embargo, también puede incurrirse en un paternalismo prepotente que conduciría a la dependencia, al recelo y al posterior odio de los seres protegidos. Como confiesa el hermano Agamenón a su amigo Alec, «hemos intervenido para impedir la aniquilación y solo para eso; cualquier detalle adicional no haría sino emponzoñar nuestra existencia y la vuestra. ¡Y para siempre! ¡Ya lo creo, por los siglos de los siglos!».