‘Revolución’. Autor: Juan Francisco Ferré. Editorial: Anagrama. Barcelona, 2019.

Los que conocemos la narrativa de Ferré desde Providence, sabemos que es un escritor diferente a la mayoría de los escritores actuales. Sus raíces están en la realidad, en la existencia, en el día a día, como eje fundamental, pero con incursiones en lo fantástico y maravilloso, en la ciencia ficción, y la continua experimentación, que conduce a la sorpresa y, en ocasiones, a un lenguaje que se mueve entre el sarcasmo y la deformación creando en el lector un magma de asonada. En Revolución, ambientada en 2037, parte de experiencias y situaciones que bucean en el futuro próximo, en un mundo donde la tecnología y los detentadores del «poder», ese gran hermano, cambiarán nuestras vidas. La cuarta revolución está aquí y la inteligencia artificial nos convertirá en «algo». El gran problema será el ejercicio de la libertad y el control de nuestras vidas. Por momentos, la serie Black Mirror ha llegado hasta nosotros: «El mundo exterior no existe. Es una ilusión, convéncete. El mundo de ahí afuera es el pasado. Aquí estamos seguros. Estamos en el futuro», dice uno de los personajes.

Siempre plantea problemas trascendentes sobre la existencia del ser humano, en su entorno vivencial, y en su proyección social, pero muestra un enorme temor hacia ese ejercicio del poder contra ese ser.

Revolución nace en el ámbito de lo privado-realista y evoluciona hacia un ámbito fantasmagórico, alucinatorio, donde la alegorización y el plano simbólico lo inunda todo con la tecnología de los neurochips, como elemento determinante, y personajes futuristas como la simbólica entelequia Madre o Abraxas, el doctor Drax... que desde su poder omnímodo parecen estar trabajando con seres que son productos de un programa informático. Poderes en la sombra que nos dominan y convierten al ser humano en una piltrafa sin atributos, a merced de sus veleidades. Este hecho produce una sensación agónica en la obra, un mundo donde somos «nadies». El lector es conducido desde una vitalidad sexual inicial (el sexo es un hilo conductor fundamental) hasta la entelequia, lo alucinógeno, lo mágico que el desarrollo científico y tecnológico siempre promueve.

El narrador en primera persona es un profesor de filosofía que está en paro, con una mujer (Ariana) y unos hijos (Sofía, Aníbal y Pablo). Este es el origen realista de la obra (si bien ambientada en un futuro próximo).

En este ámbito, se halla este profesor, Gabriel Espinosa, que se considera inteligente y bien dotado para el arte amatorio, y nos habla en primera persona, a través de 33 capítulos, de su día a día, de cuando va al supermercado o a los grandes almacenes con sus hijos, de la sexualidad libre con su mujer... y paga porque algunas mujeres le cuenten sus experiencias sexuales. En este inicio acepta una oferta de trabajo en un lugar fantasmagórico llamado Universidad Paneuropea de Millares. Este lugar se convertirá en una pesadilla. La familia casi acabará destruida cuando su superdotado hijo Aníbal es secuestrado por un colectivo dedicado a la pedofilia esotérica. Aníbal, como muchos jóvenes actuales, es adicto a vídeos extraños. Será protagonista fundamental hacia el final donde el plano real se une al tecnológico-informático generando ese especie de revolución del título. La sexualidad, las relaciones filiales y de pareja, el ejercicio del poder, los videojuegos, la inteligencia artificial y la neurociencia... son elementos que determinan la esencialidad de la fábula y su evolución concita la de los propios personajes que nacen para dar una respuesta a estos importantes asuntos.

La perspectiva es siempre la del hombre, Gabriel Espinosa, que nos conduce por ese camino empedrado que es el trabajo propuesto y el mundo alucinatorio en el que entra donde la revolución cognitiva se halla presente. Hay mucho de juego interno, de perspectivas, de simulaciones, de síntesis de pensamientos que se unen a un cierto esoterismo por la máquina y su evolución, así como su proyección última para el ser. Ferré con Revolución crea el magma para activar la reflexión del lector al que, no obstante, le deja un mensaje optimista: «El mundo no camina hacia su destrucción sino hacia su renacimiento». Y en lugar de la palabra fin, escribe enviar.