‘Matar poetas’. Autor: Juan Cobos Wilkins. Editorial: Fundación José Manuel Lara. Colección Vandalia. Barcelona, 2019.

Siempre fue Cobos Wilkins un escritor que arriesgó mucho en sus escritos, moviéndose en el filo de la navaja de la creación y tratando de llevar al lector los elementos más sazonados que conforman un alma, un espíritu, una forma de ser y estar en el mundo. Su poesía, en consecuencia, nace de la redención y proyecta su manumisión en el escritor como alguien que se libera a sí mismo en un ejercicio de ataduras con la vida. Le preocupa la vida, ama la vida, pero sobre todo quiere «ser ahí» en la vida, sentirse que tiene sentido. Por esta razón sus temas siempre son penetrantes, generosos con el ser, van al tuétano de este y en consecuencia habla del suicidio, de la nada, de la autofagia, de las ausencias, de la vulnerabilidad o de la supervivencia. No es un ejercicio baladí este. Tampoco lo es reconocerse y vivirse en el amor, en la necesidad de seguir luchando contra viento y marea o en el reclamo de la soledad, esta que «se sostiene en la belleza», pero sobre todo la comprensión de una profunda realidad vital: «Aún no entiende que todo cuanto ame lo amará siempre solo». Y en otro momento: «Sabes que no hay eternidad para quien no fue amado./ Ni habrá inmortalidad para quien sueña solo». Matar poetas surge como una síntesis de todas estas temáticas bajo la óptica estética de la bipolaridad, una estructura bimembre que parte de dos términos: «No intento explicarte.../ Intenta explicarme...». Se produce un desdoblamiento del yo y una bipolaridad de sentido en torno a las preocupaciones vitales del poeta en las que aporta la novedad de un lenguaje cientifista, propio de un positivismo que trata de complementar las razones de una existencia.

Bajo esta férula formal inicia un camino con esa pintada inicial simbólica «Matamos poetas», y hayamos una conclusión final en el bien resuelto poema último que es un resumen de su historia vital. En el camino hollamos las hondas preocupaciones del escritor, del ser, que no está a salvo de nada ni de nadie. Que vive su soledad y la muerte de los seres queridos profundamente, que denuncia situaciones sociales (como en el poema en torno a los campos de exterminio), que ama sobre todo reencontrarse con su yo y bucear en él creando una poesía profunda, vitalista y hermosa, tanto como en ocasiones positivista y cientifista. Esta voluntad de circularidad significa dejar resuelto un modo de ser en el mundo. No poco debe en este libro a Poeta en Nueva York de Lorca, al que homenajea en diversos momentos ya desde los primeros poemas con subtextos alusivos y de un modo más concreto en F.G.L. 1936: «Hoy me recuerdas a él en esa foto/ -abril, 1936, en bata,/ y detrás,/ una planta/ una maceta de barro/ que evidencia aún más el desamparo, que incrementa/ el vacío-,/ la foto/ en la que está con su muerte retratado». Una foto muy conocida de Lorca meses antes de morir. Cobos Wilkins siempre ha sabido penetrar con fortaleza, con pasión en el corazón humano y sortear los matices de la tristeza, de la serenidad..., adentrarse en la vida haciendo ruido, buscando las palabras, los símbolos que más fuerza podrían proyectar a lo que trata de expresar pero llevando siempre al corazón al filo de la existencia, al último suspiro, como su propia poesía, a punto de caer al vacío, en ese puenting que roza la verdad y la vida: «El poeta es un funambulista con vértigo entre la Pasión y la Armonía». En ese salto vertiginoso hay momentos para la desolación («Aceptar que la vida y fue y no tuvo mis ojos») pero también la esperanza, de la que siempre se alimentó, su lucha, en esa también voluntad redentora de autodestrucción.

Existe mucha experimentación en estos versos, con imágenes delirantes, surrealistas, y continuas alegorías que tratan de explicar la compleja realidad de la existencia como cuando dice al hablar del eterno retorno de escribir: «Tú bate metáforas en el punto de nieve», o en otro poema: «Te alimentas de versos». Pero hay un hilo conductor que reitera en muchos versos: la vivencia en soledad, como un reclamo del ser que comienza a desprenderse del mundo y de todo lo accesorio en un estado de ataraxia que le permite la contemplación interior. A veces es como si se sintiera ajeno a la existencia («Y la vida, no sé.../ pasa a tu lado sin rozarte siquiera») pero también profundiza en su dolor en su propia vulnerabilidad, en el flagelo de la memoria, y el dolor surge cuando hace ese recorrido por los seres amados y “el silencio recorre contigo de la mano las estancias vacías”. Siempre existe en su lírica una profunda huella del amor y el desamor que lleva irremediablemente a una herida no cicatrizada, una herida que acaba en estigma.

En definitiva, una poesía rica, bella en su dolor, en su dureza, en su búsqueda pero vital, arriesgada, valiente en el que vemos siempre profundas vibraciones interiores y un ser humano en permanente emergencia vital.