Pablo García Baena recuerda a Ricardo Molina leyendo algunas de sus ‘Elegías’ en su salita de la calle Lineros mientras sonaba en la gramola el ‘Amicus meus’ y llovía. Evoca los lugares por donde pasearon en su juventud: por la Sierra, fuentes del Arco y del Elefante, El Soldado y las Alvarizas o el Cañito Bazán, así como en los diferentes barrios de Córdoba. Dirá que «Ricardo era el infatigable trabajador entusiasta, el sabio que no desdeña el vino, el pagano que arrinconado por la vida, desemboca, con el mismo fervor, en un Miércoles de Ceniza».

Por su parte, Vicente Núñez apuntará que Ricardo Molina necesitaba la ortodoxia de lo marginado a través de lo conceptual, le interesaba la vida con fundamentos muy racionalizados y, por eso, aunó el flamenco con lo selecto.