Somos el tiempo que nos queda, dijo Caballero Bonald. Pero también somos lo que hemos sido. Esta temática de la eventualidad y el ser como retórica de lo creado ha sido consustancial, desde los mitos de Cronos, a la existencia de la humanidad. Uno de los grandes filósofos que la abordó en el pasado siglo fue Heidegger en su obra El ser y el tiempo. En él decía que el ser es «indefinible» y no puede concebirse como ente. Heidegger nos hablará del «ser ahí», ser en el mundo, y ese ser en el tiempo nos introduce de lleno en la «temporariedad» del ser. Emilio Lara aborda la perspectiva temporal desde la creación de espacios novelescos, pero la «temporariedad» del ser, en sentido heideggeriano, también está presente a través del protagonista, el español José Rodríguez Losada, «reparador» del Big Ben de Londres, el reloj más famoso del mundo, y relojero de la Puerta del Sol de Madrid.

En un diálogo entre Henry y José, en el capítulo cincuenta y seis, dirá que «el tiempo es limitado, y es un delito malgastarlo». Emilio Lara es consciente de ello y construye una idea en torno al leonés exiliado en Londres que «construyó el tiempo», un reloj que simboliza una forma de ser. Un hombre que murió en Londres en 1870 con una considerable fortuna y que se dedicó toda su vida -después del exilio por ideas liberales, como tantos otros españoles- al tiempo, a estructurar el sentido de lo temporal, a organizar la existencia en el tiempo, a concretar «nuestro tiempo» a través de unos ingenios que quedan para la historia de la humanidad. Reconoce Emilio Lara que cuando esta historia llegó a él se quedó «boquiabierto»: «No entendía cómo no se habían escrito novelas y filmado películas sobre su odisea. Cosas de España. Somos olvidadizos con nuestros héroes y figuras de relumbre» (p. 339).

Y Emilio se pone manos a la obra con una abundante documentación. El peligro de esta tipología novelística -los que hemos escrito este tipo de novelas lo hemos experimentado- es no sentirse abrumado, concernido por la abundante documentación, evitar al máximo la seducción de lo ya creado y adentrarse en la creación novelesca, crear vida, crear movimiento, crear psicologías verosímiles desde aquel canon aristotélico en su Arte poética. Y desde luego el resultado es sorprendente. Emilio Lara logra a través de una construcción temporal precisa, de relojero, adecuar la transición novelesca y la abundancia bibliográfica histórica e instaurar una vida en una época histórica.

Su protagonista tuvo una existencia real, fue un leonés que, en el capítulo primero, en marzo de 1814, debe huir de su casa ante los golpes del padre por haber perdido una ternera en el campo. En el segundo capítulo, habrán transcurrido ya cincuenta y dos años de ese evento, se halla en Londres. Ya es un relojero afamado y es en ese año cuando finaliza el reloj de la Puerta del Sol que regala a los españoles.

A través de setenta y cuatro capítulos y un epílogo, Emilio Lara va construyendo, a través de una tesela secuencial no lineal, la existencia de Losada y también la de los acontecimientos más significativos de España y Europa en ese tiempo. A través de capítulos breves, raudos, y de acontecimientos que se van continuamente escindiendo para posteriormente enlazarse, jugando temporalmente con las analepsis y las prolepsis, evidencia una perspectiva temporal acorde con lo contado y con la esencia del relato: el sentido de nuestra existencia.

Uno de los grandes méritos y resortes narrativos del libro es la contención, el oficio del bisturí, el saber amputar la secuencia narrada en el momento preciso, el saber crear la expectativa necesaria en el lector y el saber coser los acontecimientos de modo que, al final, en la memoria del lector la novela se concierta en una gran tesela, en un gran tapiz, en el que cada puntada es necesaria, en el que cada acontecimiento ocupa su lugar en el libro. Por él pasan los enfrentamientos con Napoleón, la guerra entre liberales y absolutistas con Fernando VII a la cabeza y la llegada de Isabel II, pero también los intentos de los azucareros cubanos por asesinar a Prim, al que Losada conocerá en Londres, o al propio Losada, que tendrá seguridad desde ese momento. Pero también aparecerán literatos como Dickens, Zorrilla o Lewis Carroll. Vida privada y vida pública se dan la mano en esta historia de historias en la que el lector no da tregua a la lectura porque los acontecimientos van y vienen como en un reloj que atrasa o adelanta. En un momento determinado, por ejemplo, le piden que haga un reloj que venza al tiempo. Y él construye un reloj en el que sus manecillas van hacia atrás, en sentido contrario, al que llamó Quimera. En definitiva, una obra que construye una época pero también que nos hace entrar en el sentido último de lo temporal y nos arrebata y nos adentra en la intensidad del «ser ahí» heideggeriano.