El próximo 15 de enero se entrega en la ciudad de Granada el Premio de las Letras Andaluzas Elio Antonio de Nebrija a la escritora Mariluz Escribano Pueo. Se trata de un galardón honorífico que, desde 2009, viene concediendo la Asociación Colegial de Escritores de España, sección de Andalucía, para reconocer toda una vida dedicada al arte de las letras de los escritores andaluces y las comunidades autónomas de Ceuta y Melilla. La trayectoria y obra de Mariluz Escribano, vitalista, sensual, armoniosa e intensamente humana, la llevan a ocupar el lugar de excepción que ya obtuvieron Manuel Alcántara, Rafael Guillén, Antonio Gala, Antonio Hernández, Fernando Arrabal, Pablo García Baena, Josefina Molina, María Victoria Atencia y Pilar Paz Pasamar. Poeta y narradora, habría que incluirla por edad en la promoción literaria del sesenta aunque ella siempre se ha sentido una escritora al margen de generaciones, modas y tendencias. Podría decirse que Escribano se integra en ese territorio olvidado de la llamada literatura sumergida a la que han sido relegadas muchas creadoras marcadas por el estigma de género, una lacra que, afortunadamente, se va difuminando. Este premio ha de servir para valorar en justicia la carrera literaria de quien ha permanecido en la sombra durante tantos años. Nacida en Granada en 1935, es hija de Agustín Escribano, catedrático de Geografía y director de la Escuela Normal de Maestros de Granada hasta su fusilamiento el 11 de septiembre de 1936, cuando ella tenía nueve meses, ausencia que ha marcado su vida y ha dejado honda huella en su obra. El poema «Los ojos de mi padre» es un veraz testimonio de esta impronta indeleble y, sin duda, uno de los grandes hitos de su producción poética. Su madre, Luisa Pueo y Costa, profesora también de la Escuela Normal de Maestros, fue represaliada; y con ella, en 1937, parte Mariluz a Palencia, donde ambas sufrirán el desarraigo para volver, después de tres años, a Granada, patria pequeña siempre amada que será otra constante en su poesía. Diplomada en Magisterio y doctora en Filosofía y Letras, Escribano ha sido, sin duda, una de las plumas esenciales del compromiso social en los últimos veinte años. En la década de los sesenta se vincula a los movimientos ciudadanos de su ciudad, primero coordinando el grupo de Mujeres Universitarias y más tarde liderando el colectivo Mujeres por Granada.

VOCACIÓN LITERARIA

Catedrática de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Granada, Escribano inicia su vocación literaria en 1958 como colaboradora de prensa escrita en el diario Patria, para pasar en los años setenta a publicar periódicamente en Ideal. Diario Regional de Andalucía, donde escribirá durante más de cuarenta años artículos de marcado carácter reivindicativo y lírico. Muchos de ellos se han recopilado posteriormente en diferentes libros: Ventanas al jardín (2002), El ojo de cristal (2004), Jardines, pájaros (2007) y Escuela en libertad (2010). Pero será en la década de los noventa cuando comience a darse a conocer. En 1991 publica, en la editorial Guadalhorce de Málaga, Sonetos del alba; al que sigue en 1993 la plaqueta «Desde un mar de silencio» en la colección Cuadernos del Tamarit. Su siguiente libro de poemas, Canciones de la tarde, verá la luz en 1995, en la editorial Torremozas. Este mismo año aparece su primera obra narrativa, Diálogos en Granada, en coautoría con Tadea Fuentes, junto a la que publicará al año siguiente Papeles del diario de doña Isabel Muley, ambas editadas en Granada, ciudad en la que verá la luz Cartas de Praga (1999), con prólogo de Luis García Montero, a quien siempre ha unido una grata amistad.

Serán años de intensa actividad literaria en el género narrativo; y así, en 2001, publicará el libro de memorias Sopas de ajo, que ese mismo año alcanzará una segunda edición, y Memoria de azúcar, un año después. Retomará el género narrativo en 2008 con el conjunto de cuentos Los caballos ciegos, publicado en la editorial madrileña Devenir. Con prólogo de Gregorio Salvador y un preciso estudio preliminar firmado por Remedios Sánchez, se reedita en 2005, en la editorial Dauro de Granada, Sonetos del alba; pero será con Umbrales de otoño, publicado en 2013 por la editorial madrileña Hiperión, cuando consiga el Premio de la Crítica de Andalucía en la modalidad de poesía, otorgado por la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos, el momento decisivo de su carrera literaria. A partir de este momento, las grandes editoriales comenzará a interesarse por la obra de esta escritora granadina, cautiva en su silencio; y así publicará, en 2015, El corazón de la gacela, en la colección Valparaíso de Granada, de la que el crítico malagueño José Sarria ha dejado escrito que la «consolida, definitivamente, como una de las voces líricas de mayor calado y profundidad dentro del actual panorama de las letras andaluzas y españolas». Este mismo año le fue concedida por unanimidad la Medalla de Oro al Mérito de la Ciudad de Granada. En 2016, Escribano publica su antología personal Azul melancolía en la editorial Visor, donde se editará este mismo año el volumen antológico Poesía soy yo. Poetas en español del siglo XX (1886-1960) a cargo de las profesoras Raquel Lanseros y Ana Merino, donde Escribano aparece seleccionada como una de las ochenta y dos voces femeninas fundamentales de la poesía en español nacidas entre 1886 y 1960.

‘ENTRERÍOS’

Su última obra, Geografía de la memoria (Calambur, 2018), pondera las claves poéticas de una mujer que ha dedicado gran parte de su vida a la docencia, las señales de identidad de quien guardaba, en el cofre indómito del sigilo, la riqueza inconmensurable de la palabra silenciada; una mujer que ha dirigido la prestigiosa EntreRíos. Revista de Artes y Letras desde su fundación en 2004; y, en 2018, fue distinguida con la Bandera de Andalucía «por contribuir con su trabajo y su talento a reforzar la voz y el nombre de Granada en la consolidación de la autonomía andaluza». Como apunta el crítico jiennense Morales Lomas, la poesía de Escribano se caracteriza por «una necesidad perentoria de crear un mundo», estableciendo precisas coordenadas por las que el lector penetra para adueñarse de él; tiempo y espacio imantados en la poderosa geografía de la memoria que permite construir un universo propio, identificable, amansado por la edad pero vigoroso en su pasión. Sin abandonar los temas clásicos de su poesía: la infancia («una historia que no fue infancia alegre»), la madre («Crecí con las sonrisas de una madre»), el padre perdido («Mariluz, pequeña, niña sin padre»), la soledad («La soledad tiene la sangre negra»), los pájaros («Si quieres volar libre/pídele al ángel bueno/que te convierta en pájaro»), la lluvia («No puedo mirarte a los ojos/por tanta lluvia que anegó mi vida»), el otoño («cuando el tiempo adivine el frío inaplazable: (...) cuando otoño»), la ciudad con nombre de granada («Mi ciudad era dorada/con un fondo de nieve/y un olor a frutales»), los ecos de Federico («¡Que no, no la despiertes!»), el sesgo neopopular de Alberti («Mi ciudad marinera»), Escribano reconstruye un paisaje íntimo donde la naturaleza no es escenario sino morada, hogar más que ámbito, materia poética y no dato anecdótico. Cierra este libro el poema titulado «Cuando me vaya», un texto arrancado a la claridad cognitiva, de hondo sentir elegíaco, donde se desgranan con afinada ternura las palabras y se debelan los sentidos; un texto conformado por imágenes gráficas que parecen estarcirse, como planos cinematográficos, en la blancura de las páginas, en las líneas gastadas de la vida. Remedios Sánchez afirma que con este poema, junto a «Los ojos de mi padre» (Umbrales de otoño) y «Escribiré una carta para cinco» (El corazón de la gacela), puede construirse toda una obra literaria. Poseedora de una sensibilidad cardinalmente transitiva, con una personal visión del mundo y abierta a la mirada de los otros, poeta del sentimiento y tocada por los carismas de la mejor tradición literaria, Mariluz Escribano nos transmite equilibrio, armonía y pureza -como afirma Sánchez García-, pero sobre todo nos ilumina en el proceloso camino de la existencia con su lúcida fortaleza y su insobornable dignidad.