Rafael Soler (Valencia, 1947) es un escritor a contracorriente, singular y original, un escritor que no se imita a sí mismo, cada obra es única. Este año, Rafael Soler volvió a la novela con El último gin-tonic.

-¿’El último gin-tonic’ es el retrato de un mundo sin valores, sin futuro?

-Un escritor, incluso sin proponérselo, es siempre notario del tiempo que le toca vivir, con sus grandezas y miserias. Y el nuestro es un tiempo raro, inquietante y desnortado. Esa es mi percepción, y aunque soy por naturaleza optimista, reconozco que la mano viene dura. Para tomar el pulso a una ciudad basta con visitar sus mercados y cementerios, la marcha de un país puede atisbarse en sus anuncios por palabras, y la familia es siempre el cesto que recoge las contradicciones, destellos y miserias de la sociedad. El último gin-tonic es el libro de familia de los Casares, cada uno en su madero y la costa lejos. Una novela coral en la que todos tienen mucho que decir, aunque entre ellos hablen poco: la incomunicación, la soledad mal llevada, el inane deambular por lo cotidiano... ahí, ahora, nuestra sociedad, y de ello se ocupa esta novela. También, de las cuentas pendientes.

-Es una novela donde se sugiere más que se dice. Se toma al lector como parte del narrador.

-A la hora de contar, lo que no suma resta. No hay que recrearse en la suerte, reiterar lo dicho, salir por peteneras cuando has logrado la atención del lector. Prefiero la novela de Stevenson a las muchas películas, por explícitas, que han recreado La isla del tesoro: ensanchó mi capacidad de imaginar cuando era casi un crío, y ahí seguimos. Si tienes personajes creíbles y con fuerza, y una historia que contar no te andes por las ramas. Y la sugerencia, el pespunte, son herramientas eficaces para implicar al lector. Soy partidario de crear espacios para los sobreentendidos y las alusiones, de manera que sea el lector quien termine de construir la historia desde lo no contado. Cuando en 2009 publiqué el libro de versos Maneras de volver, después de un silencio editorial de 25 años, un amigo escritor se despachó con: «Caramba, Rafa, aquí caben cuatro novelas». Si la poesía, y me considero un poeta que escribe también novelas, es el arte de sugerir, la novela debería ser el arte de contar lo justo.

-¿Hay, pues, mucha relación entre el lector y los personajes de la historia?

-¿Y qué otra cosa es la lectura de una novela o un libro de versos? Sentirte concernido, acompañado, encontrar lo que no buscas, visitar otros mundos y descubrir que todos tienen el mismo decorado: soledad, amor, un futuro escrito con puntos suspensivos. El último gin-tonic busca desde sus primeras páginas la complicidad del lector. Está dicho que una buena novela cumple tres requisitos: historia compleja, estructura compleja y lenguaje. Quizá sean discutibles los dos primeros, pero el lenguaje ha de ser siempre protagonista esencial.

-En cuatro días que transcurre la novela...

-Cuatro días muy intensos, sí, con el banderazo de la muerte del patriarca hasta su salida del horno crematorio bien envasado en su urna. La historia de Lucas Casares y sus tres hijos bíblicamente bautizados como Marcos, Mateo y Juan es una historia de encrucijadas. A veces, una vida da para muy poco, pero los protagonistas de esta historia están de vida hasta las cejas, y con gente así, tan desmelenada y bullangera, cuatro días dan para mucho. Que se lo digan a Cara Gato, perdedor vocacional y buena gente que, horizontal y ventilado en el tanatorio, sigue hablando por los codos hasta que llega el fuego. Que se lo digan a Marcos, instalado en una larga y atosigante mala racha, con el póker como burladero salvador. Que se lo digan a Lucas, desplazado de sultán a periférico, porque de eso va también El último gin-tonic, de cómo ganar y perder a la mujer de tus sueños. Que se lo digan a Mateo, y el recuerdo obsceno de un coche derrapando. Que se lo digan a Juan, emparedado entre una insensata caprichosa y un capricho de mujer.

-Se escribe sobre tres generaciones, y no parecen muy diferentes, quizá el padre...

-«Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera», sentencia Tolstói en el vibrante comienzo de Anna Karenina, una afirmación sagaz por acertada. Don Moisés Casares, el patriarca, con su silla de ruedas motorizada y su flamante barretina, es un tipazo, vividor y bebedor. A su estela dos hijos y tres nietos, en una historia donde parece que los varones mandan y son ellas, siempre ellas, las que manejan con determinación y soltura los hilos de sus vidas.

-Mujeres todas de mucho carácter.

-Y con las ideas claras, en un final de época en que el varón está a por uvas. Dos elefantes marinos patagónicos pelean en la portada del libro, y lo hacen en una dura batalla que solo terminará cuando el más joven, periférico a su pesar con tanta hembra inaccesible y cerca, derrote definitivamente al sultán, quedándose con su harén. María, la española residente en Puerto Madryn, es una mujer que sabe lo que quiere, muy capaz de escaparse de un convento antes de jurar los hábitos, y dejar con lo puesto al sultán de turno. Begoña, jugadora de póker y amante en expectativa de destino, maneja a sus varones con la misma soltura que las cartas. Y luego están Lola, que vive en su capricho, Paola, Nina... qué sería de una historia sin mujeres, dicho sea con el debido respeto y consideración. Aunque aquí, debo decirlo, ellas son, por lúcidas, poco consideradas.

-Humor, ironía son el trasfondo de las conversaciones de los personajes.

-Nada más patético que ponerte trascendente cuando abordas un tema trascendente. Y la traición de un hermano, la pérdida en un estúpido accidente de tu hijo y joven mujer, las malas rachas, el fracaso, la incomunicación, no son temas menores. Si no abusas, la ironía es con frecuencia un escalpelo eficaz para tomar distancia sin alejarte demasiado. Y el humor permite respirar al lector antes de pasar página.

-Es un libro libre, nada constreñido a nada, fuera de toda convención.

-Como autor me reconozco en lo escrito. Por encima de todo, escribir es un acto de libertad donde solo estás obligado a dar lo mejor. Escribir pensando siempre en los lectores, pero no hacerlo para satisfacer sus expectativas y sus gustos. Disfruté mucho perpetrando esta novela, y espero que se note. Llega después de Barranco, mi última novela publicada en Cátedra en 1985, que se dice pronto, y cuatro libros de poesía publicados en estos diez últimos años.

-La mentira, el engaño, el trapicheo, pero todo cara a cara.

-Siempre vivir nos costará la vida, y con esa certeza deambulan por este perro mundo los personajes de El último gin-tonic. Así que, tonterías, las justas. Y bien lo sabe don Moisés camino del horno crematorio, y bien lo sabe Marcos, cuando dejan de hablarle los cajeros automáticos, y la mujer de Cara Gato, cuando por toda herencia de su repudiado esposo recibe un mechero naranja, pequeño y en buen uso.

-Y a pesar de ser tan amarga, es una novela divertida y fresca, sin tabúes.

-La novela empieza con la receta de una torta de lentejas, y termina con otra para la preparación de un gin-tonic que «le dejará un sabor vivo y espontáneo en la boca, con un noble final de recuerdo amargo». Ojalá esta historia consiga en sus lectores un efecto parecido.