Centroeuropa (Galaxia Gutenberg, 2020), la última novela de Vicente Luis Mora, irrumpe en el panorama literario otoñal con una fuerza glacial. El naufragio de la esperanza (Caspar David Friedrich) anuncia desde la cubierta una historia rotunda y geométrica, galardonada con el XIII Premio Málaga de Novela.

Vicente Luis Mora, acaso una de las voces más influyentes y autorizadas del «espacioso» panorama literario cordobés, nos propone una novela mundo que se desarrolla en la Prusia de principio del siglo XIX, en una comarca cualquiera a orillas del Oder. Redo Hauptshammer, nacido y criado en un burdel del Viena, encontrará una tierra fecunda donde cultivar remolacha y empezar una vida lejos de su pasado. La narración de su historia consagra una transformación humana y emotiva con la que el personaje protagonista se reinventa y trata de progresar en un ejercicio de una voluntad casi heideggeriana. Será precisamente el germen de la cultura alemana, por la que el autor siempre ha mostrado pública dilección, el que nos ofrezca una mirada precisa y universal en su plan novelístico, tan sintético como perfecto.

La sorpresa sepultada en la tierra libre que le aguarda, a la que llega después de un largo viaje con su esposa, plantea a Redo un complicado desafío para su nuevo proyecto de vida. Ya lo anuncia J.W. von Goethe en una de las citas iniciales del libro: «A través de los horrores, de las ondas y del oleaje de las soledades, ella me ha guiado hasta aquí en sitio firme». Precisamente en Redo, la insatisfacción de Fausto y también un pacto, en este caso con el señor Magnus Duisdorf, antiguo vecino de Szonden y personaje de dudosa honradez. No naufragan su historia ni su esperanza (Hoffnung) entre las rocas y un hielo que se resquebraja, pero la inacción de los gobernantes prusianos en ese erróneo «mar helado» le conducirán a una serie de vicisitudes que permiten al autor retratar las tensiones del contexto histórico de la época.

A nivel narrativo, en un alarde de metaficción cervantina, Vicente Luis Mora proyecta en el lector su reflexión sobre de la verdad y la verosimilitud. La perspectiva de una disciplina como la historia, representada por el personaje de Jakob Moltke, se opone a las circunstancias en que se concibe el asunto de la obra, contada por un narrador, el propio Redo, y transcrita finalmente por la figura de una traductora. La presencia de esta cuestión en el esqueleto de Centroeuropa nos muestra la resolución del autor en la exploración de vías que, aunque conocidas -lejos de estar agotadas- deben seguir interpelando a los lectores. En cualquier caso, a pesar de esta ficción autorial, la inclinación del narrador, cuya perspectiva oscila entre el recuerdo y la ocultación, nos ofrece un relato creíble que silencia varias incógnitas relevantes que nos acompañarán a lo largo de la historia. Existe en Redo una soledad salvífica, una nostalgia germánica secular, sentida en el retiro prusiano desde el que nos cuenta, cual Hiperión de Hölderlin, cada etapa de su largo viaje.

Otro de los logros de la novela reside, precisamente, en esa condensación narrativa ya esbozada: estamos ante una novela ambiciosa que materializa una trama de complejas posibilidades en una historia reducida -casi un epítome- que no supera las doscientas páginas. En el fondo y en la forma, Centroeuropa se concibe con procedimientos similares a los de un gran poema, no solo por el rastreo en las posibilidades del lenguaje, sino por ese afán fractal y puro de sustanciación poética -quizás épica dado el viaje que realiza Redo- en la que la estructura en la que se desarrolla la historia anhela un horizonte de excelencia literaria.

Como en el óleo de Friedrich, quizás un Elba gélido o una Groenlandia, en esta obra descubrimos que el paisaje -o la literatura- oculta una tragedia más allá de los acres y los camposantos. Sin duda, uno de los logros de Centroeuropa es la convergencia en esta navigatio vitae de algunas de las claves de la cosmovisión poética del autor. Si en Redo vemos una ética de la felicidad, en Vicente Luis Mora atisbamos la omnipresencia de una deontología inevitable: la escritura.