¿Es posible la dualidad de que pueda gustar la obra de un poeta a quien le conceden un importante galardón y pensar al mismo tiempo de manera crítica en cómo se conceden los premios estatales? Pues si, porque cuando esto ocurre ya existe de antemano lo primero. Lo extraño sería no separar una cosa de otra, porque quien lo recibe es posible que también se lo merezca, al margen de cualquier otra consideración.

En el Premio Cervantes de este año hay diversas opiniones, ¿y cuándo no en una política cultural como la de nuestro país? Siempre las voces contrarias se disparan hacia el premiado si está situado en un entorno propicio, nunca lo hacen antes y contra el sistema que los propicia, que es lo suyo. Y esto sirve para un lado y otro.

Otra cosa es que el premiado no se lo merezca por su obra, que es lo principal y lo que cuenta ¿o no...? También, a veces, se conceden por la necesaria justicia poética, que si existe es porque algo hemos hecho mal anteriormente o hemos olvidado. No es el caso de este año. Y por qué no decirlo, casi nunca ocurre con autores de talento liberal, alguien que no pertenece a nada ni a ninguna casa o palacio.

Sea como sea, desde siempre he sentido predilección por la obra de Joan Margarit, soy lector de su poesía y como editor le publiqué un libro en 2005, y estoy encantado por ello. Es un poeta realista, de lo sencillo y cotidiano, habla de lo que vive y le hace sentir, de lo que nos ocurre a todos a diario, en esa mirada.

Como candidatos estaban Luis Goytisolo, Enrique Vilas-Matas, entre otros, o bien Rafael Cadenas o el chileno Antonio Skármeta, estos dos últimos si se rompía la costumbre, porque este año correspondía que se quedara a este lado del Atlántico. Pero también pensaba en Francisco Brines. Y un amigo escritor me apunta: ¿y por qué no Eugenio Padorno o Diamela Eltit?