Los caminos que la ficción ha ofrecido a sus lectores durante tres décadas, y la perspectiva de la cita semanal o quincenal del suplemento de libros de un diario con 75 años de historia como Diario CÓRDOBA, son la garantía suficiente como para establecer un canon abierto de la narrativa española y/o andaluza que pueda traducirse en una visión plural, o apunte sobre las corrientes y las propuestas culturales dilatadas durante este tiempo. El suplemento Cuadernos del Sur nace a finales de 1986, tras una consolidada democracia, y con libertad absoluta para propiciar un debate plural sobre esos cambios que se produjeron en la narrativa a partir del concepto de «nueva legalidad» cultural que amparaba cualquier opinión al respecto; y fue así como el suplemento se convirtió en un escaparate capaz de ofrecer debates y conmemoraciones, publicar monográficos, entrevistas y noticias bibliográficas que, desde el ámbito regional, calan en el nacional.

En la segunda mitad de los ochenta y principios de los noventa tuvimos conciencia de pasar de un acentuado franquismo a una postmodernidad que ofrecía obras de carácter más individual, y una literatura menos clasificable. Los rasgos de la novela en la democracia fueron definidos como «nueva novela», «última narrativa», «narrativa joven», «narrativa postmoderna» o «nueva narrativa» cuando se agrupó la obra de jóvenes narradores, y se hablaba de novelas poemáticas, imaginativas o lúdicas debido a esa apertura hacia ámbitos culturales mayores, de contactos con literatura extranjera, o el abandono de una ideología partidista, o se titulaban «novela y vida», «espacio y tiempo en la narrativa» o «tramas y géneros».

Se estableció una relación comercial entre el escritor/lector, y una nómina irrumpe en el panorama narrativo y figura como motor del cambio social experimentando. Se publicaron novelas de variada factura: La media distancia (1984), de Alejandro Gándara; El rapto del Santo Grial (1984), de Paloma Díaz Mas; La ternura del dragón (1984), de Ignacio Martínez de Pisón; El año de Gracia (1985), de Cristina Fernández Cubas; El Sur (1985), de Adelaida García Morales; Luna de lobos (1985), de Julio Llamazares; La dama de viento Sur (1985), de Javier García Sánchez; Historia abreviada de la literatura portátil (1985), de Enrique Vila Matas; El pasaje de la luna (1985), de Miguel Sánchez Ostiz; La sonrisa etrusca (1985), de José Luis Sampedro; La orilla oscura (1985), de José María Merino, y otras notables como Beatus Ille (1986), de Antonio Muñoz Molina; La noche del tramoyista (1986), de Pedro Zarraluki; Opium (1986), de Jesús Ferrero; El hombre sentimental (1986), de Javier Marías; La claque (1986), de Juan Miñana; Los delitos insignificantes (1986), de Álvaro Pombo; Burdeos (1986), de Soledad Puértolas; La fuente de la edad (1986), de Luis Mateo Díez; Las edades de Lulú (1989), de Almudena Grandes. Este boom de «jóvenes» motivó que mimados por editoriales, prensa y lectores, se iniciaran en nuevos caminos. La narrativa de la democracia es una novela breve, de ciudad que retrata particularidades, con personajes solos o aislados, se interroga sobre el amor, el odio, el dolor o el destino y surge la renovación de una época, una novela como acto de responsabilidad e indagación en ese territorio: Belén Gopegui, La escala de los mapas (1993); José Ángel González, Un mundo exasperado (1995); Menchu Gutiérrez, Viaje de estudios (1995); Andrés Ibáñez, La música del mundo (1995); Juana Salabert, Arde lo que será (1996); Fernando Aramburu, Fuegos con limón (1996); Antonio Orejudo, Fabulosas narraciones por historias (1996) y Rafael Chirbes, La larga marcha (1996).

Cuando el modelo narrativo tendió a disolverse y el experimentalismo quedó caduco, llegó una visión introspectiva, lírica, costumbrista, una tildada novela-reportaje, generacional y la metanovela, con representantes tan ilustres como Enrique Vila-Matas. Y una clasificada policíaca, apoyada por medios de comunicación, calificada como la adaptación de un género foráneo, una literatura menor, de fácil lectura, pero que aporta argumento, intriga, temas morbosos o desenlaces efectistas, cultivada por autores de prestigio hoy: Mendoza, Muñoz Molina, Chirbes, Martínez Reverte y los clásicos, Manuel Vázquez Montalbán, Francisco González Ledesma, Andreu Martín, Juan Madrid, Carlos Pérez Merinero, o el más prolífico Lorenzo Silva.

Algunos nombres

Los héroes de las novelas de Juan José Millás (Valencia, 1946) coinciden con la época descrita, refieren hechos cotidianos de su generación. El problema para él y sus personajes sigue siendo el curso de las distintas etapas de la vida, la evolución de la misma o de la sociedad. Millás sugiere la imagen del «doble», ese otro yo que cobra significado en la dualidad que desarrolla un mínimo asunto. Sus argumentos concretan una cualidad: la extrañeza. Tonto, muerto, bastardo e invisible (1995) muestra esa asfixiante exhibición de los recursos empleados y El orden alfabético (1998) o No mires debajo de la cama (1999), el hallazgo de una nueva vía de expresión de sus obsesiones. Laura y Julio (2006), El mundo (2007), Lo que sé de los hombrecillos (2010), La mujer loca (2014) y Desde la sombra (2016) insisten en sus extrañezas. Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es el caso de escritor oculto hasta que captó la atención de un lector inteligente porque ofrece fábulas repletas de literatura, casos atípicos de personajes envueltos en sucesos extraños: Historia abreviada de la literatura portátil (1985) le abrió el camino de una renovada línea. Hijos sin hijos (1991), Lejos de Veracruz (1995), Extraña forma de vida (1997) desdramatizan historias de escritores desnortados, o El viaje vertical (1999), el viaje ficticio, como esa realidad moral, a partir de una estabilidad abruptamente interrumpida. Sorprendentes, Bartleby y compañía (2000), El mal de Montano (2002), Doctor Pasavento (2005) y Dublinesca (2010), ingeniosas novelas empapadas de buena literatura, repletas de humor. Sus últimas entregas, Aire de Dylan (2012), Kassel no invita a la lógica (2014) y Marienbad eléctrico (2016). La tentadora versatilidad del género autobiográfico, las obras de Javier Marías (Madrid, 1951), Negra espalda del tiempo (1997), mezcla la crónica, el testimonio y la reflexión ensayística. La crítica recibió con expectación Corazón tan blanco (1992) y Mañana en la batalla piensa en mí (1994), muestras de esa temática entre el secreto y la progresión de la verdad, la exploración indecisa de episodios ocultos. Con la trilogía Tu rostro mañana, compuesta por Fiebre y lanza (2002), Baile y sueño (2004), Veneno y sombra y adiós (2007), iniciaba la construcción de un nuevo mundo narrativo, sutil e inquietante, estrecha relación que lleva a sus textos, en semejanza y variedad. Los enamoramientos (2011) y Así empieza lo malo (2014), completan su narrativa hasta el momento. Luisgé Martín (Madrid, 1962) publicó su primer libro en 1992, Los oscuros, una singular colección de cuentos, y las novelas La dulce ira (1995), La muerte de Tadzio (2000) y Los amores confiados (2005). Sus últimas novelas son La mujer de sombra (2012), acogida como una obra maestra, La misma ciudad (2013), La vida equivocada (2015) y El amor del revés (2016).

Narrativa en el Sur

Mucho más comprometido, conmovido por su propia historia personal y colectiva, se muestra Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956), desde un primer Beatus Ille (1986) o las siguientes El invierno en Lisboa (1987) y Beltenebros (1989), calificadas como «la esencia del paradigma moderno». Muñoz Molina muestra esa innegable aptitud para captar un presente ético e ideológico con manifestaciones tan oblicuas y dispares como la realidad misma; su mundo no resulta pasivo, ni neutral: El jinete polaco (1991) o Plenilunio (1997) cuestionan algunas de esas ideas que circularon en la sociedad española: la aceptación de la violencia, natural e inevitable, el desprecio, la celebración de la crueldad o el miedo del desvalido ante los poderosos, un mensaje aun válido que llama a la responsabilidad de cada cual. Sefarad (2001) es una novela de novelas, y sus últimas entregas, El viento de la luna (2006), La noche de los tiempos (2009) y Como la sombra que se va (2014), subrayan una creciente voluntad creadora.

Antonio Soler publicaba La noche (1986) y ha seguido un fructífera obra con Las bailarinas muertas (1996), El camino de los ingleses (2004), Una historia violenta (2013) y Apóstoles y asesinos (2016); Eduardo Mendicutti, Siete contra Georgia (1987); Justo Navarro, El doble del doble (1988); Juan Campos Reina, Santepar (1988); Gregorio Morales, La cuarta locura (1989); José María Riera de Leyva, Lejos de Marrakech (1989); Juan Eslava Galán, En busca del unicornio (Premio Planeta, 1987); Ana Rossetti, Plumas de España (1988); y en los 90, Manuel Talens, La parábola de Carmen la Reina (1992), y una interesante promoción de jóvenes irrumpía desde diversos ámbitos, caso de Isaac Rosa, La malamemoria (1999), El vano ayer (2004), El país del miedo (2008), La mano invisible (2011) y La habitación oscura (2013).

En la década de los ochenta se vuelve a la concepción de un género, el cuento, como campo de experimentación y fantasía: lenguaje, tono y estructura narrativa, elementos esenciales para una variedad de tendencias: Las otras vidas (1988), de Muñoz Molina; Cuentos de asfalto (1987), de Juan Madrid, relatos de atmósfera policíaca. Y una nueva generación de narradores andaluces que irrumpe con fuerza: Hipólito G. Navarro, Juan Bonilla, Andrés Neuman, Félix J. Palma, Felipe Benítez Reyes, José Manuel Benítez Ariza, Guillermo Busutil, Fernando Iwasaki, Ángel Olgoso, Joaquín Pérez Azaústre, Vicente Luis Mora, Eva Díaz, Lara Moreno, Elvira Navarro, que han probado suerte con la novela y su resonancia en el panorama narrativo español es hoy importante. Hipólito G. Navarro se caracteriza por su imprevisibilidad, su humor campea junto al absurdo, Los últimos percances (2005), El pez volador (2008) y La vuelta al día (2016), diferentes en estructura y contenido; el jerezano Juan Bonilla reflexiona sobre los mecanismos de la violencia o el enfrentamiento entre realidad/ficción, El estadio de mármol (2005), Tanta gente sola (2009) y Una manada de ñus (2013); Andrés Neuman establece cierta distancia con su ironía, y esa perspectiva de fondo que resulta de la imagen proyectada entre dos espejos, Alumbramiento (2006) y Hacerse el muerto (2011). Félix J. Palma dibuja una realidad que nos devuelve a otra cara repleta de espejos cóncavos, Las interioridades (2002) y El menor espectáculo del mundo (2010); Guillermo Busutil ensaya una técnica realista, propia del lenguaje periodístico, con un ritmo ágil y fresco, Drugstore (2003) o Nada sabe tan bien como la boca del verano (2005); con Vidas prometidas (Tropo, 2011), realiza un brillante ejercicio reflexivo sobre la realidad contemporánea, y Noticias del frente (2014). Desde Almería a Huelva, pasando por Málaga, Granada, Córdoba, Sevilla, Cádiz o Jaén, una firme apuesta literaria para el siglo XXI, lo mejor de la narrativa breve contemporánea, Javier Mijé, Miguel Ángel Muñoz -El síndrome Chéjov (2006), Quédate donde estás (2009) y Entre malvados (2016), Javier Puche -Seísmos (2011) y Fuerza menor (2016)- y la sevillana Marina Perezagua, Criaturas abisales (2011) y Leche (2013).