‘Es el aire’. Autor: Federico Abad. Editorial: Ediciones en huida. Sevilla, 2016

Parece una obviedad decir que el poeta levanta sus composiciones con el material que más familiar le resulta en su día a día. Dicho de otro modo: el poeta es una suerte de telefonista manejando cables dispares que, dependiendo de cómo se conecten, producen una llamada a un lugar o a otro; eso sí, esa remota geografía se encuentra enclavada en el misterio, en lo intraducible únicamente con el lenguaje de la pura razón, como el aire.

En el caso de Federico Abad, autor versátil en cuya obra coexisten poemarios, libros de divulgación musical, novelas juveniles y guías monumentales, todas estas facetas van a dar lugar a Es el aire, su último trabajo.

¿Y qué es el aire? Según el poema que da título al libro «da igual que te concentres a escuchar cuánto hay de nuevo», y continúa «es algo imperceptible, es un clamor que no se oye / pero está ahí, pero te envuelve y es futuro». La clave está en esos dos verbos que subrayan la acción: «escuchar» y «oír»; en el sonido y en el silencio; es decir, en la música y en las esferas de tiempo y muerte por las que nos conduce.

La música es, por tanto, la protagonista indiscutible de este libro. Comenzando por su articulación, cuya vocación unitaria remite a una sinfonía (Preludio; Adagio molto expresivo; Andante misterioso; Allegro passionato; Scherzando. Quasi una fantasia y, finalmente, Coda). Y continuando por las muchas ramificaciones de vasos comunicantes que se establecen entre ambas disciplinas, como lo demuestra el hecho de que Abad encabece algunos poemas con títulos de composiciones, principalmente jazzísticas, que podemos escuchar en una lista de reproducción elaborada para tal fin en Spotify. Todos estos elementos están al servicio de la creación de una atmósfera especial en la que el lector es invitado a sumergirse y que termina desembocando en ese territorio propicio para el poeta, desde San Juan de la Cruz a José Agustín Goytisolo, pasando por románticos y simbolistas franceses, que es la noche. La noche nos arroja a un universo dominado por el amor y el deseo, el desenfreno y la locura, los sueños y las pesadillas, y, finalmente, por el río de la vida y, en su anverso, el fuego de la muerte. No es de extrañar que el protagonista confiese en Nocturno etílico: «Es de noche y todos duermen, pero en mi cuarto / hace sol...» y termine advirtiéndonos: «Permíteme un consejo: / vigila las fronteras de tu lecho».

Un sujeto poético que va mudando de piel y lo hace con un lenguaje de aparente claridad narrativa, pero en el que subyace una corriente de mundos sugeridos, emociones veladas y cargas simbólicas moduladas con esmerada precisión, como si un viandante cruzase a altas horas los puentes de una ciudad mientras escucha el rumor de un río que queda a oscuras y supiese que en el limo y en la fuerza de ese río transcurren todas las cosas que verdaderamente importan.