‘Lejos de Kakania’. Autor: Carlos Pardo. Editorial: Periférica. Cáceres, 2019.

Lejos de Kakania, de aquella ciudad feliz que describía Musil como un paraíso perdido; lejos del sosiego y la armonía, Carlos Pardo busca una obra total, una novela mezcla de diario, entrevista, relato testimonio, poesía y épica; porque la tercera parte, precisamente titulada «Kakania», está dividida en cantos como una Ilíada, y escrita en verso, su verdadera pasión. Y es que el relato de sus días está transido de pasión, verso y lucha épica por abrirse camino en la vida, como un héroe magullado que sobrevive en la selva de la competitividad y la traición, con el único bálsamo de la amistad y la memoria. Hermoso libro mezcla de géneros, sátira que es sátura saturada de vida, amores y amistad. Experiencia personal y literaria que comienza y acaba de forma cíclica, con el viaje a un pequeño pueblo de Extremadura donde visitará a Virgilio, poeta, amigo y competidor, que solo lo ha invitado a él, no a su compañera MJ. Y Carlos, aunque se siente traidor a su pareja por aceptar, acude a la llamada, muchos años después, de aquel que fue su mejor amigo y cuyas relaciones quedaron truncadas por rivalidades.

Con sus poemarios Echado a perder (2006) y Los allanadores (2015), Carlos Pardo ganó los premios Generación del 27 y Ojo Crítico, respectivamente. Sus novelas Vida de Pablo y el Viaje a pie de Johann Sebastian abren paso a esta última, Lejos de Kakania, de un lenguaje directo, intenso, variado, con descripciones breves, diálogos rápidos y versos sueltos.

La segunda parte del libro adopta la forma de una novela testimonio donde toma protagonismo la figura de la madre, enferma y quejosa, a quien Carlos cuida con el beneplácito, o no, de sus hermanos. La vida en Madrid, las lecturas y la reflexión sobre la existencia se mezclan con sus aventuras sexuales, fracasos sentimentales y escarceos literarios. Las partes centrales del libro son una analepsis de sus años jóvenes, su estancia en Córdoba, donde coincide en un festival poético con vates de Asturias y de otros lugares, su relación con poetas del momento, hoy consagrados, en un apartado que toma la forma de libro de memorias con un tono metaliterario, donde habla de la relación con el padre, la visión comercial frente a la poética del hijo. Se respira angustia y conciencia de culpa: la vida misma y los sentimientos del poeta que se encuentra descolocado, lejos de Kakania, en un mundo que se le antoja decadente y sórdido, donde solo la amistad ocupará su vida. «Fue entonces cuando la amistad de mi amigo se convirtió en el centro de mi vida, en su parte mejor, y las cuestiones familiares y laborales dejaron de importarme. Gracias a su presencia, ganaba una intimidad conmigo mismo que nunca había tenido o había olvidado» (pág. 171). Las conversaciones entre ambos amigos moverán el hilo narrativo y descubrirán las angustias de los personajes, las crisis, el temor a no ser buenos poetas, a perder la juventud. Todo fluirá a través de una charla que acaba tomando forma de entrevista, una entrevista travestida de diálogo entre Carlos y Virgilio sobre su vida, las relaciones sentimentales, poesía, trabajo, gustos e ideas. Y se cambian las tornas, ahora será Virgilio quien entreviste a Carlos, un Virgilio que no se llama así en la vida real, y cuyo nombre disfraza el protagonista a través de un apelativo que es sinónimo de poesía, el gran Virgilio de la Eneida. También habrá lugar para los tiempos felices, juergas y pasión. El largo epílogo es la continuación del libro primero que da fin a la obra de forma circular, con el relato de un diario en casa de Virgilio, aquella casa a la que ha sido invitado Carlos, solo él, a solas con el amigo con quien pretenderá dar sentido a aquellos años de amistad, de vaivenes, desconfianzas, rivalidades, novias y, por último, la boda de Carlos con la ausente MJ. Las últimas páginas son un cierre rotundo donde se alzan, la literatura y la memoria, porque el relato de una vida requiere una distancia moral que dignifica al propio sujeto por encima de la veracidad de los hechos. «Y un año después, pequeño y vulnerable, murió mi padre. Pero ya no llamé a Virgilio para decírselo, porque entretanto nuevas suspicacias nos habían distanciado. Entonces empecé a escribir este libro. La verdad de un libro no radica tan solo en la veracidad de los hechos que se cuentan en él, sino en otro nivel menos consciente: las intenciones de uno cuando lo escribe. E incluso puede considerarse que el libro es más verdadero que la vida, o doblemente verdadero, pues la escritura obliga a elegir una distancia moral» (pág. 478).