‘Adolescente fui en días idénticos a nubes’. Autor: José Luis Rey. Editorial: Vitrubio. Madrid, 2019.

Cuando ya José Luis Rey ha acumulado poemarios originales y cuando se le admira como ensayista de altura indiscutible, presenta ahora en Ediciones Vitrubio un libro de poesía -con un sabroso y sintético prólogo personal de solo veintisiete líneas-, que él dice que reúne poemas de adolescencia «escritos entre mis catorce y mis diecinueve años» y que, además, arrancan de una primera y reducida edición «repartida entre algunos amigos y poetas». Es con ese primer adelanto, «Primeros poemas», con el que se inicia este libro con un título tomado de Cernuda (Adolescente fui en días idénticos a nubes). Pero en puridad no es aquella publicación tan reducida, pues consta de 52 poemas que realmente simbolizan para él lo que llama «la relación y el Pentecostés de la poesía. Mi espíritu se ensanchaba de pronto, y mis ojos se abrían por primera vez a la belleza y al mundo». Anotar solo algunos títulos (como «En el jardín», «Invernal», «Last Kiss», «La tierra me acompaña» o «Duermo en la luz») delinean los asuntos, el tono y la pulsión de la lírica de Rey, quien desde ellos se ensanchará en la dispersión de un amplio abanico de emociones. Y es evidente que esta primera parte, estos iniciáticos versos, merecerían un estudio somero que es imposible aquí, pues trasparecen no solo su perfecto aprendizaje de las formas clásicas (entre ellas, el soneto y el romance), sino igualmente ciertos ecos de la mejor poesía hispánica (Rubén Darío, Alberti, Góngora...) a la que rinde homenaje en la expresión «Cómo le hablan los libros/a la gran paz del alma, qué bien luce/ con su brillo la vida».

Muy diversos ecos de Cernuda o Juan Ramón Jiménez tiñen algunos de estos versos primerizos, en los que se aprecia un léxico cada vez más encauzado y mejor aprendido para la referencia poética por alguien que desde su más temprana edad fue lector incipiente y constante. Sin duda, Rey es ya dueño del íntimo secreto de la poesía, y por eso él puede reconocer (en «Nombres») «la magia de lo que tengo/transfigurado en palabra», y poco a poco, para esa poesía tan profunda, fue «creando para ella un universo/de luz imaginada» (véase ahora «Esperé la verdad»).

A pesar de su temprana creación, el poema «Despedida hacia el sol» avanza la telúrica concepción lírica que va a desarrollar el poeta en sus futuros y tan bien recibidos versos de La luz y la palabra. Pero es que a estos primeros siguen otros ochenta y dos textos que constituyen la segunda parte del poemario, titulados «Otros poemas adolescentes», de los que su autor especifica que constituyen «material totalmente inédito». Por su versificación en muchos casos continúan apegados a la métrica clásica, a la incorporación de intertextualidad lírica (¿o es que no resuena García Lorca en «Los jóvenes caídos», con expresiones como «se bebieron dos jacintos y un rumor de lirios negros»), y a la eclosión de un metaforismo original que en el futuro será germen de un excelente y simbólico poeta. Puesto que muchos títulos dejan ver el afán de aprendizaje y asimilación de asuntos poéticos en esta tan juvenil edad, entre los que resulta fundamental el amoroso -entrevisto por ejemplo «en el cauce de tus labios:/mitad nieve, mitad fuego»-, se descubren incluso reverberaciones líricas de la poesía tradicional: «Mi amiga que me das muerte,/dámela, que quiero verte». Y en sus versos aparecen, como estampas incorporadas del entorno, parajes de su Puente Genil natal: «esta ribera», «elevar nuevo canto/hacia el cielo nativo»; y como presagio de lo que acaecerá en la futura concepción poética de José Luis Rey, versos también anunciadores de su fusión con el paisaje, como en «Letanía»: «Soy espejo que encierra la verdad/donde un monte se alza como un grito./Soy la luz y las nubes». Igualmente, en «El niño dormido y despierto» llega a reconocer que «En mis ojos se abre el mundo/como una flor gigantesca». En algún caso, como en «Nocturno a los diecisiete años», el lector puede comprender ese momento mágico de ensimismamiento con la naturaleza.

MUERTE, SIMBOLISMO, ALEGRÍA / Entre esas balbucientes intuiciones puede hallarse el sentimiento de la muerte como algo positivo, como un tránsito a una vida mejor, de mayor iluminación: «Y supe que era la muerte/nacer a un cielo más puro». También se advierte el simbolismo gratificante de «lo azul», preludio de muchos poemas que habrán de nacer en el futuro, porque la vida es un «Todo subiendo a la luz»; y entre esas menciones está el disfrute de la naturaleza y de lo vegetal cuyas vivencias son tan bien presentadas: «Un tiempo breve y luminoso fue vecino del gran oro», que en su contexto alude a un hermoso campo de dorado cereal. Y más, porque advertimos a la vez pruebas de la eternidad contemplada como un ámbito de gozo y altitud espiritual, que revela que ya en esa granada adolescencia el poeta va a ir descubriendo aspectos insoslayables de su lírica: «Porque la eternidad es nuestra casa/y en ella entramos y salimos, como/el sol viene y se va».

Por lo mismo, empieza a despuntar la alegría y el goce del mundo, la celebración de la vida, con aseveraciones como «Hay sol, fiesta en las calles. /.../ que hoy no puedes tardar, que ya la luz,/que estamos todos esperando el oro/que de tus manos llueve». Todo esto, como puede constatarse, es ya premonición de lo que en años próximos será irrupción poética de La luz y la palabra. Así, versos como estos de «El mundo recuperado» podrían figurar muy bien en el precitado libro, primero que le publicó Visor en 2001: «Vendrá el día en que florezca la plenitud en los álamos,/el día de la luz alta. /…/ la palabra será canto». Entre otros, y con esta dinámica de regocijo, pueden subrayarse los títulos «¡Qué alto!», «Cuántas veces» o «Economía poética o John Maynard Keynes se ha vuelto azul», título este último que demuestra cómo el joven poeta aprovecha cualquier momento para escribir poesía, pues lleva la anotación «En clase de Economía y Derecho», lo mismo que otro, «Poema del estudiante de dieciocho años» lleva el rótulo «En el campus», y que «Gramática comparada» se escribe en «En clase de Gramática».

Si se aprecia bien, muchos vocablos y expresiones de estos años serán característicos de los posteriores, como «belleza de este mundo», «flores que ponen las muchachas en su pelo», «el invitado de la luz», tres sintagmas insertos en un mismo poema, «El poeta pide permiso para entrar al palacio», y es que para Rey existe ya la magia del mundo, la belleza ecuánime, y la certeza de que «Todo está claro ya: la poesía/es el estado natural del mundo».

Por este tiempo, la forma métrica empieza a hacerse cada vez más propia, con mezcla de versos más amplios y de poemas más extensos, como pueden ser «Una visita a los catorce años» o «El insomne», cuya convicción de que «... Solo sé/que todo es claridad y yo su centro» se adelanta por años a otros de libros aún por escribirse.