Como nos dice Stephanie Burt, en su artículo sobre «Los herederos de John Clare», cuando habla del alcance duradero de un poeta rural como Clare que redactó sus propios textos en campos y zanjas, ayudado por una moda de los autores campesinos, y, además, sus Poemas descriptivos de la vida rural y el paisaje (1820) fueron un éxito total.

Por otra parte, John Ashbery y sus lecciones en Harvard tituladas «Otras tradiciones» le dedicó la primera de ellas a John Clare. Algo significativo hay, y nada extraño, qué duda cabe, si además tres libros de la poemas de este autor nos llegaron recientemente y casi al mismo tiempo. La poesía rural nada tiene que ver con la de la naturaleza. La literatura rural es otro concepto, no sólo es paisaje, está habitada, gentes trabajando, historia en las aldeas y pueblos, un panorama cuidado y mimado porque en ella se vive y palpita todos los días una actividad necesaria que conlleva otra importante cotidianidad. Y escribir de ello es visibilizar y ayuda a mantener la vida en el campo, un camino nada excluyente y hasta necesario. María Sánchez ha tenido una infancia en ese terreno, según parece, ahora es veterinaria de campo, y por lógica o coherencia está escribiendo, siguiendo esta veta, la de una vida ignorada o pendiente de escribir y leer en voz alta, y eso lo hace ella, mira y siente, vive y escribe, hace de lo cotidiano poesía. Esta poeta ha sabido encontrar dentro de sí misma, en sus raíces, de vivencias y a diario, de pueblo en pueblo, de lugar en lugar, y halla, sabe hallar en esta linde, también, cómo no, huellas de las mujeres silenciadas.

La escritura de Sánchez es habitable y útil para abrir brecha en la literatura de la mujer, pero es mucho más. Sea como fuera, su poesía es comunicación y reivindicación, lo que ya es más importante, una escritura que por vivida no hay impostura posible.