Para aquellos que no vivieron los años lentos, y vertiginosos, de la Transición, adentrarse en esta novela supondrá conectar con un tiempo de sombras y crepúsculos donde un fogonazo de luminosidad (se comienza a ver la luz al final del túnel) va perfilando el futuro de un país aún lastrado por el peso y la ignominia de una Dictadura trágica y grotesca. Antes de adentrarnos en el argumento de este libro, tan fermentado de historia y de raíces, uno debe reconocer la gran labor que su autor, Joaquín Pérez Azaústre, ha llevado a cabo documentándose, buceando en las aguas fangosas del lago diamantino de la transición española, para pulir o pulimentar las aristas sombrías de nuestra reciente memoria colectiva.

El tiempo es un ácido que todo lo corroe y muerde los ángulos de las fotografías más delicadas y azules del recuerdo. Y también es un óxido que vuelve en tonos ocres los lugares y espacios marcados por la sangre. Hace más de cuarenta años que ocurrió la matanza de Atocha y todavía no se ha esfumado el olor dolorido a plomo, sangre y vísceras de un valiente equipo de abogados laboralistas asesinados por unos pistoleros que querían cercenar el cuello tierno aún de una democracia inmadura en ese instante. En esta novela lúcida y valiente, impregnada de una humanidad sublime, el lector podrá hallar las vicisitudes y los entresijos de aquel trágico evento que marcó el devenir de nuestra democracia y, sin duda ninguna, dejó una muesca umbría, dolorosa y profunda, en la historia de una España todavía atravesada por un temblor cainita.

Antes de esta novela hermosa y necesaria, Premio de Novela Albert Jovell, cargada ante todo de literatura espléndida, Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) había dado a la luz otras tan interesantes como, por ejemplo, América (Seix Barral, 2004), galardonada con la mención especial del Premio Biblioteca Breve, El gran Felton (Seix Barral, 2006), La suite de Manolete (Alianza, 2008), ganadora del Premio Unicaja Fernando Quiñones, y sus dos más recientes, Los nadadores (Anagrama, 2012), traducida a varios idiomas, y Corazones en la oscuridad (Anagrama, 2016). Por otro lado, como poeta ha obtenido los premios más importantes del país, como el Internacional Loewe, con su libro Las Ollerías (Visor, 2011) o el Internacional Gil de Biedma con su libro Vida y leyenda del jinete eléctrico (Visor, 2013). También ha dado a la luz otros muchos poemarios, ensayos y libros de relatos. Todo ello nos muestra la calidad y el enorme oficio literario de unos de los autores más serios, auténticos y genuinos de nuestro país en la actualidad.

Para llegar a escribir esta gran novela, impregnada de un tono social tierno y poético, a la vez que sobrio y pulimentado, el autor ha sabido huir de lo ensayístico y de lo que, en su día, escribieron los periódicos (la matanza de Atocha supuso un trauma en nuestra historia), eligiendo los mimbres mejores del oficio: personajes auténticos, de hondo calado humano, excelentes diálogos, y un ritmo narrativo que consigue fluctuar entre lo histórico y lo trágico, dibujando una historia real que nos atrapa por la veracidad de lo que cuenta y el subyugante espacio que dibuja. Así, Pérez Azaústre, cincelando con palabras de seda y cuarcita un tema infausto, consigue trenzar un relato magistral en el que se funde el dolor con el amor, la pasión con la ausencia, el amargor con la ternura, la desolación febril con la esperanza en un mundo mejor, más justo y solidario que un grupo de jóvenes abogados laboralistas en los años de plomo intentaban construir levantando las nieblas para urdir un arco iris. En muchos momentos de la narración destella el fulgor de la camaradería que unía a los protagonistas de esta historia luminosa y terrible que a todos nos conmueve y nos sigue doliendo en las raíces de la sangre: «Porque es de noche, con los últimos compañeros disgregados por las arterias solitarias de la ciudad, cuando la llegada al domicilio se puede convertir en uno de los momentos más peligrosos del día... Javier, tras la sugerencia de Paca, ha incorporado la rutina de turnarse para llevar en coche a los demás hasta sus domicilios» (pág. 36).

UNA MUERTE SIN ESCLARECER

Unas páginas más delante de este fragmento, el autor bucea con sensibilidad y un tono elegante, tierno y compasivo, en otro hecho trágico que precedió a la matanza de los abogados: la muerte misteriosa de Enrique Ruano, estudiante de Derecho en la Universidad Complutense, que, según la versión oficial -nada creíble-, acabó suicidándose al lanzarse de un séptimo piso al vacío; pero como dice el autor de esta novela: «La hipótesis del suicidio es la única contemplada desde la autoridad y la investigación es tan precaria que ni siquiera se hacen pruebas de balística a las armas de los policías que lo llevaron al registro del piso en General Mola» (pág. 42).

Novela valiente, arriesgada como pocas, y, a la vez, esclarecedora, firme y lúcida, es esta Atocha 55 de Pérez Azaústre, una obra absolutamente imprescindible para bucear en las aguas turbulentas de una época histórica difícil de un país que empezaba a entrever la luz entre las sombras y la híspida niebla de una larga dictadura. Por fortuna, entre el fango y la bruma de la historia, de las áridas y turbias arenas movedizas de aquel tiempo brutal, emergieron las figuras de un grupo de jóvenes abogados decididos a pintar con suaves colores libertarios los grises espasmódicos de una patria desolada, que aún olía a pisadas de cuero e himnos grávidos en los que levitaba un odio espurio y bífido. De entre los que sufrieron aquel acto terrorista, el único superviviente en estos días, Alejandro Ruiz Huertas, es, de alguna manera, el principal protagonista (atendiendo al noble discurso narrativo) de esta agridulce novela cimentada por el amor, la compasión, la rabia, la solidaridad y la esperanza límpida en un mundo mejor, más igualitario y justo: «¿Cuántas veces se puede morir? Durante el proceso Alejandro ha llegado a pensar que lo estaban matando por segunda vez. Recuerda el primer día en la Audiencia Nacional... Parecía que los estaban juzgando a ellos por haber sobrevivido» (pág. 170). Pero, luego, más adelante, en la novela aparece la luz en momentos como éste: «Alejandro anota: No podemos quedarnos aquí. Ni ella ni nosotros. No sé cómo hacerlo, y es terrible, pero hay que avanzar... Manola y Cristina: Lola y todos nosotros tenemos que seguir viviendo» (pág. 188).

En la actualidad, Alejandro Ruiz Huertas vive en Córdoba y es un hombre sencillo, sobrio, humano, con el que uno puede charlar de cualquier tema: medio ambiente, poesía, política, economía... Joaquín Pérez Azaústre, en esta novela extraordinaria, hace un bello homenaje a él y los que cayeron aquel día maldito, 24 de enero de 1977, donde el plomo intentó destrozar con niebla y sangre el hermoso arco iris de una incipiente democracia que gracias a ellos, a este grupo de abogados, y a su labor humanísima y social, fue cimentando las bases de un país más moderno, más libre, más justo y solidario. Sólo ya por eso, por el magnífico dibujo que Joaquín Pérez Azaústre hace de ese tiempo, merece la pena adentrarse en este libro repleto de amor, ternura, compasión, justicia social y buena literatura.

‘Atocha 55’. Autor: Joaquín Pérez Azaústre. V Premio de Novela Albert Jovell. Editorial: Almuzara. Córdoba, 2020.